– ¿A quién le llevas eso?

– A Sharon.

– ¿A Sharon? -repitió Shively.

– Pues claro. Hace casi treinta horas que no ingiere alimento sólido. Debe estar muerta de hambre. Creo que se alegrará de comer.

– Vaya si se alegrará -dijo Shively-, sólo que no comerá. Dame esta maldita bandeja. -Antes de que el sorprendido Malone pudiera reaccionar, Shively se adueñó de la bandeja-.

Escuchadme, chicos, acaba de ocurrírseme una idea prácticamente lo tengo resuelto la forma de conseguir que colabore.

– ¿De qué estás hablando, Shiv? -le preguntó Yost.

– Mira, es lo mismo que adiestrar a un perro, a una perra para ser más exactos. El mejor sistema es darle o quitarle la comida. Intentas enseñarle algo y llega a comprender que, cuando colabora, recibe la recompensa de una buena comida. A veces se tarda un poco pero nunca falla.

– Maldita sea, Kyle -protestó Malone-, ella no es un perro. Es un ser humano. -Quiso recuperar la bandeja pero Shively la mantuvo en alto lejos del alcance de sus manos-. Vamos, Kyle.

– Te digo que no existe diferencia alguna -insistió Shively-. Una perra y una mujer pueden adiestrarse siguiendo el mismo método. Mira, cuando estaba en el Vietnam y le echábamos el guante a algún comunista al que queríamos interrogar, le matábamos de hambre. Déjame hacerlo a mi manera, muchacho. Todo lo que se ha hecho aquí, se ha hecho siguiendo mis directrices.

– Tal vez Shiv tenga razón -le dijo Yost a Malone-. ¿Por qué no le damos la oportunidad?

– ¿Qué te propones hacer, Kyle? -preguntó Brunner muy perplejo.

– Ven a ver -le dijo Shively echando a andar con la bandeja en la mano-. Pero no me des la lata. La idea ha sido mía.

Todos siguieron a Shively atravesando el salón y el pasillo y se detuvieron ante la puerta del dormitorio.

– Ahora os quedáis aquí -les ordenó Shively a los demás guiñándoles el ojo-.

Si queréis ver como se hacen las cosas con estilo, observad al viejo Shively.

Se situó de cara a la puerta, se irguió, sostuvo en alto la bandeja con una mano y llamó a la puerta con los nudillos de la otra.

– Señora, es el mayordomo -anunció con voz de falsete imitando el acento inglés-. Su almuerzo está servido, señora. Miró a los demás, abrió la puerta y entró.

Malone se acercó más a la puerta para poder observarlo todo mejor. Se hallaba tendida en la cama cubierta todavía con la manta que él le había echado anteriormente encima.

Siguió mirando al techo haciendo caso omiso de la presencia de Shively, que se estaba acercando con la bandeja.

– Hola, preciosa -dijo Shively, ¿qué tal te encuentras esta mañana? Ella no contestó.

Shively apartó algunos objetos que había sobre la mesilla de noche y depositó cuidadosamente la bandeja encima de ésta.

– Debes estar muy hambrienta. Mira qué bien huele. Huevos con salchichas. Vaya si huele bien. ¿Y qué más tenemos? Vamos a ver. Zumo de naranja. Pan con mantequilla. Café caliente y crema de leche. ¿Qué te parece? Nos hemos imaginado que querrías conservar las fuerzas.

Muy bien, te soltaré una mano para que puedas comer. Pero yo que tú no intentaría hacer ninguna cochinada. Estaré al otro lado de la cama vigilándote.

Así -se sacó una reluciente pistola del bolsillo, un revólver Colt Magnum, y la sopesó en la palma de la mano-. Estamos de acuerdo, nada de tonterías.

Ella le miró pero guardó silencio.

– ¿Te apetecería alguna otra cosa, aparte de la comida? -le preguntó Shively volviendo a guardarse la pistola en el bolsillo.

Ella se mordió el labio y pareció como si le costara hablar. Al final decidió hablar.

– Si le quedara un gramo de decencia, me traería usted un tranquilizante, una píldora para dormir. De la clase que sea.

– Tenemos de las que tú usas -le dijo Shively con una sonrisa-.

Nembutal, ¿verdad? Como ves, hemos pensado en todo.

– ¿Puedo tomarme una ahora?

– Pues claro que sí, ahora mismo. Y también toda la comida que hay en esta bandeja.

Es más, a partir de ahora podrás tener todo lo que quieras pero por cada cosa que recibas tendrás que pagar una factura.

– ¿Pagar qué? No le entiendo.

– Nadie recibe nada a cambio de nada -le dijo Shively-. Mi madre solía decir que el mundo no le regala la vida a nadie de balde. Y es cierto.

Se paga a cambio de lo que se recibe. Nadie recibe nada gratis. Y yo digo que eso también se te puede aplicar a ti por importante que seas. Te serviremos tres comidas al día. Te daremos las pastillas. Te daremos todo lo que nos pidas, dentro de los límites de lo razonable, claro. Pero tendremos que recibir algo a cambio. ¿Y sabes lo que es? Ella guardó silencio.

– Pedimos muy poco a cambio de lo que vamos a darte -prosiguió Shively-. En la situación en que te encuentras, no estás en condiciones de ofrecernos demasiadas cosas a cambio de la comida y habitación, como no sea una cosa. Y eso es lo que te pedimos. -Se detuvo-. Tu amistad.

Esperó su reacción pero ella le miró friamente sin hablar.

– De ti depende, señorita -dijo Shively-. Aquí tienes una deliciosa comida caliente. Se te traerán las píldoras inmediatamente. Y te garantizo que muy pronto te desataremos. Lo único que te pedimos es que dejes de luchar contra nosotros y de ponérnoslo difícil tanto para nosotros como para ti. Tú juegas con nosotros y nosotros jugaremos contigo. Eso es. ¿Qué te parece?

Desde el pasillo Malone observó que el rostro de Sharon enrojecía de rabia.

– ¡Váyase a la mierda, cochino bastardo indecente, eso es lo que me parece! -le gritó-. Vaya a esconderse debajo de la roca de la que ha salido. Usted y sus amigos pueden meterse en el trasero las comidas y las píldoras.

Porque no pienso darles nada a cambio. Podrán ustedes quitarme lo que puedan tal como hicieron anoche, pero yo no les daré nada de buen grado, ni una sola cosa. ¡Recuérdelo! ¡Ahora quítese de mi vista, asqueroso!

– Te estás cavando la fosa, señorita -le dijo Shively sonriendo-. Quédate en ella. -Tomó lentamente la bandeja de la comida, la examinó, aspiró su aroma y esbozó una radiante sonrisa. Tomó un sorbo de zumo de naranja y chasqueó la lengua. Tomó después una salchicha y empezó a mordisquearla-. Mmmm, delicioso. -Volvió a mirarla sonriendo-. Muy bien, muñeca, cuando quieras algo, lo recibirás o no lo recibirás según lo que estés dispuesta a pagar. A partir de ahora no recibirás nada a excepción de nuestro amor, claro, de eso no quisiéramos privarte. -Se dirigió hacia la puerta para reunirse con los demás y le habló por encima del hombro-. Cuando quieras algo más, dinos que estás dispuesta a dar más, éstas son las condiciones finales. Hasta luego, encanto.

Shively cerró la puerta del dormitorio y les guiñó el ojo a los demás.

– Tened paciencia, muchachos. Hacedlo a la manera de Shiv. Tened confianza en mí. Dentro de cuarenta y ocho horas podréis gozar del trasero más colaborador de la historia.

Sharon Fields yacía inerte en la cama debilitada por el hambre, la sed y la falta de sueño y se sentía constantemente como al borde del delirio. No sabía cómo había transcurrido la tarde. No recordaba las dolorosas horas ni los pensamientos que habían cruzado por su imaginación.

Ahora, puesto que ya no se filtraba luz a través de las rendijas de los tableros, supuso que ya habría anochecido.

El reloj que había al lado de la cama le confirmaba que eran las ocho y veinte de la tarde en algún lugar del reino de Satanás.

Volvía a sentirse febril y, por alguna extraña e inexplicable razón, ello contribuyó a aclararle las ideas. Su cerebro se esforzaba por hallar alguna esperanza a la que aferrarse y, al final, sólo consiguió aferrarse a una. Volvió a pensar por centésima vez en la promesa de las Personas Extraviadas.

No podía concebir que un personaje célebre, una mujer tan famosa como ella, pudiera desaparecer sin que nadie la buscara. Imposible. Si bien, pensando en la facilidad con que había sido apartada de la seguridad de la raza humana, mantenida en esclavitud, violada y humillada, había empezado a abrigar ciertas dudas en relación con su importancia y su fama dado que ello se había producido sin que la protegiera y lo impidiera ninguna persona que la conociera y venerara.