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– Así que el asesino estaba sentado en el asiento delantero -señaló Sawyer-. Mató primero al chófer, después a Brophy y luego a Goldman.

– Quizá -dijo Hardy, poco convencido-, aunque el asesino pudo estar sentado junto a Brophy y de cara a Goldman. Mató primero a Parker a través del tabique, luego mató a Brophy y a Goldman, o al revés. Tendremos que esperar el resultado de la autopsia para saber la trayectoria exacta de los proyectiles. Eso nos dará una idea más exacta del orden. -Hizo una pausa y después añadió-: Junto con otros residuos.

El interior de la limusina ofrecía un espectáculo horrible.

– ¿Ya saben la hora aproximada de las muertes? -preguntó Jackson.

– El rigor mortis todavía no se ha establecido del todo, ni mucho menos. Tampoco se ha fijado la lividez -le informó Royce con las notas que había tomado-. Todos están en etapas similares del post mortem, así que a todos los debieron matar más o menos a la misma hora. El forense, después de sumar la temperatura corporal, calcula entre cuatro y seis horas.

– Ahora son las ocho y media -dijo Sawyer-. Así que en algún momento entre las dos y las cuatro de la madrugada.

Royce asintió.

Jackson se estremeció por efecto de la ráfaga de viento helado que los azotó cuando se abrieron las puertas del ascensor cargado de policías. Sawyer hizo una mueca al ver cómo el aliento se condensaba formando nubes. Hardy sonrió al ver la expresión de su amigo.

– Sé lo que estás pensando, Lee. Aquí nadie ha trasteado con el aire acondicionado como ocurrió con tu último cadáver. Claro que con el frío…

– No creo que podamos confiar mucho en el cálculo de la hora de la muerte -le interrumpió Sawyer-. Y creo que cada minuto de error será muy importante.

– Tenemos la hora exacta de entrada de la limusina en el garaje, agente Sawyer -señaló Royce-. El acceso está limitado a los poseedores de llaves autorizadas. El sistema de seguridad del garaje registra al que entra con tarjetas individuales. La tarjeta de Goldman se usó a la una y cuarenta y cinco de esta mañana.

– Por lo tanto, no pudo estar aquí mucho tiempo antes de que lo mataran -opinó Jackson-. Al menos, eso nos da una referencia.

Sawyer no respondió. Se rascó la barbilla mientras no dejaba de observar la escena del crimen.

– ¿El arma?

Holman le mostró una pistola metida en una bolsa de plástico.

– Uno de los agentes encontró esto en la reja de una alcantarilla cercana. Por fortuna, se enganchó con unas basuras porque si no no la hubiéramos encontrado. -Le pasó la bolsa a Sawyer-. Smith amp; Wesson, calibre nueve milímetros. Balas HydraShok. Los números de serie están intactos. Será fácil encontrar al dueño. Se dispararon tres proyectiles de un cargador lleno. -Todos veían con claridad las manchas de sangre en el arma, algo natural si se había efectuado un disparo a quemarropa-. Todo indica que se trata del arma homicida -añadió Holman-. El tirador recogió los casquillos, pero las balas siguen en las víctimas, así que podremos tener una comparación afirmativa de balística si los proyectiles no están muy deformados.

Incluso antes de coger la pistola, Sawyer ya se había fijado en el detalle. Jackson también. Intercambiaron una mirada de pena: la culata rajada.

– ¿Tenéis alguna pista? -preguntó Hardy, que se había fijado en el detalle.

– Mierda -contestó Sawyer, sin saber qué más decir. Metió las manos en los bolsillos del pantalón mientras miraba la limusina y después el arma-. Estoy casi seguro de que la pistola pertenece a Sídney Archer, Frank.

– ¿Puede repetir el nombre? -preguntaron los dos inspectores al unísono.

Sawyer les informó de la identidad de Sídney y de su pertenencia al bufete.

– Eso es. Leí en el periódico el artículo sobre ella y su marido. Ya me parecía conocido el nombre. Eso explica muchas cosas -señaló Royce.

– ¿A qué se refiere? -preguntó Jackson.

Royce consultó las notas apuntadas en su libreta.

– El sistema de acceso de la puerta del edificio registra las entradas y salidas fuera del horario de oficina. ¿Adivine quién entró esta madrugada a la una y veintiuno?

– Sidney Archer -respondió Sawyer con un tono cansado.

– Bingo. Maldita sea, el marido y la esposa. Bonita pareja. Pero no conseguirá escapar. Los cadáveres todavía están calientes, no nos lleva mucha ventaja. -Royce parecía muy seguro-. Tenemos muchas huellas en el interior de la limusina. Una vez descartadas las de las víctimas tendremos las suyas.

– No me extrañaría nada que aparecieran huellas de Archer por todas partes -intervino Holman. Señaló la limusina con un ademán- Sobre todo con la cantidad de sangre que hay ahí dentro.

Sawyer se volvió hacia el inspector.

– ¿Ya tiene el motivo?

Royce sostuvo en alto el magnetófono portátil.

– Lo encontré debajo de Brophy. Ya han tomado las huellas dactilares. -El inspector lo puso en marcha. Todos escucharon la grabación hasta el final. A Sawyer se le subieron los colores.

– Esa era la voz de Jason Archer -afirmó Hardy-. La conozco bien. -Meneó la cabeza-. Ahora sólo nos falta el cuerpo.

– Y la otra es la voz de Sidney -añadió Jackson. Miró a su compañero apoyado contra una columna con aspecto desconsolado.

Sawyer asimiló la nueva información y la integró en el paisaje siempre cambiante en que se había convertido el caso. Brophy había grabado la conversación la mañana en que ellos habían ido a entrevistar a Sidney. Por esa razón el muy hijo de puta parecía tan contento consigo mismo. Eso también explicaba el viaje a Nueva Orleans y su entrada en la habitación de Sidney. Hizo una mueca. Él nunca habría revelado voluntariamente lo que Sidney le había contado sobre la llamada telefónica. Pero ahora se había descubierto el secreto. Ella había mentido al FBI. Incluso si Sawyer declaraba -cosa que estaba dispuesto a hacer en el acto- que Sidney le había dado los detalles de la conversación telefónica, estaba claro que había hecho planes para ayudar y proteger a una fugitiva. Ahora se enfrentaba a una condena muy larga. La carita de Amy Archer apareció en sus pensamientos y se sintió todavía peor.

Mientras Royce y Holman se marchaban para continuar con sus investigaciones, Hardy se acercó a Sawyer.

– ¿Quieres que te diga una cosa?

Sawyer asintió. Jackson se unió a ellos.

– Probablemente yo sé un par de cosas que no sabes. Una que Tylery Stone había cesado a Sidney Archer -dijo Hardy.

– Vale -replicó Sawyer sin apartar la mirada de su antiguo compañero.

– Por irónico que parezca, la carta de cese la encontraron en los bolsillos de Goldman. Quizá todo ocurrió de la siguiente manera: Archer viene a su oficina por algún motivo. Tal vez es algo inocente, o tal vez no. Se encuentra con Goldman y Brophy por casualidad o quizás estaban citados. Probablemente Goldman informó a Sidney del contenido de la carta de despido, y después le hace escuchar la grabación. Es un buen material para un chantaje.

– Estoy de acuerdo en que la cinta es muy perjudicial, pero ¿por qué hacerle chantaje? -preguntó Sawyer, que continuaba mirando a Hardy.

– Como te dije antes, hasta que se estrelló el avión, Sidney Archer era la principal abogada en las negociaciones con CyberCom. Estaba al corriente de las informaciones confidenciales, una información que la RTG se desesperaba por conseguir. El precio de dicha información es la cinta. Ella les da la información sobre las negociaciones o si no acaba en la cárcel. De todos modos, la firma la ha despedido. ¿Qué más le da?

– Creía que el marido ya había entregado esa información a la RTG -protestó Sawyer, que no lo veía tan claro-. El intercambio grabado en vídeo.

– Las negociaciones cambian, Lee. Sé de buena fuente que desde la desaparición de Jason Archer los términos de la oferta por CyberCom han cambiado. Lo que Jason les dio eran noticias viejas. Necesitaban información fresca. Y aunque suene irónico, lo que el marido no les pudo dar, lo tenía la esposa.