Изменить стиль страницы

– ¿Qué me dice del disquete? ¿Sabe lo que contiene? -Releyó el mensaje-. ¿Lo recibió por correo?

– Todavía no lo tengo -mintió Sidney.

– ¿Esta es la contraseña para el disquete? ¿Es un archivo codificado?

– No sabía que era un experto en informática.

– Soy una caja de sorpresas.

– Sí, creo que está codificado.

– ¿Cuándo espera recibirlo?

– No estoy segura. Oiga, tengo que irme.

– Espere un momento. El tipo que intentó matarla. ¿Cómo era?

Sidney le dio la descripción. Se estremeció al recordar los ojos azules del asesino. Sawyer escribió los detalles.

– Meteremos los datos en el sistema y a ver qué encontramos. -De pronto se levantó de un salto-. Aguarde un minuto. La tengo vigilada. ¿Qué coño ha pasado con mis agentes? ¿No está en su casa?

– En estos momentos no estoy, digamos, bajo vigilancia -contestó ella con un nudo en la garganta-. Al menos, por los suyos. Y no, no estoy en mi casa.

– ¿Le importaría decirme dónde está?

– Tengo que irme.

– Ni hablar. Un tipo pretendió matarla, y mis chicos no están en la escena. Quiero saber lo que pasa -protestó Sawyer.

– ¿Lee?

– ¿Qué? -replicó él con voz áspera.

– Pase lo que pase, encuentre lo que encuentra, quiero que sepa que yo no he hecho nada malo. Nada. -Contuvo las lágrimas y añadió en voz baja-: Por favor, créame.

– ¿De qué demonios está hablando? ¿Qué diablos significa eso?

– Adiós.

– ¡No! ¡Espere!

Sawyer escuchó el chasquido al otro lado de la línea y colgó el auricular, furioso. Dejó el mensaje en la mesa junto al teléfono. Se tambaleó. Notaba las piernas flojas y el malestar de estómago era más fuerte de lo habitual. Fue hasta el baño y tomó un antiácido. Se limpió los labios con el dorso de la mano, regresó a la cocina, cogió el trozo de papel con el mensaje y se sentó delante de la mesa. Leyó en silencio las palabras. «Cuidado con la mecanografía.» La primera parte del mensaje sugería que Archer había enviado el mensaje a la persona equivocada. Sawyer, el nombre del destinatario y luego el del remitente. Sidney le había dicho que Jason había enviado el mensaje a su casa. ArchieJW2. Este debía ser el nombre de Jason Archer para el correo electrónico, su nombre y las inicíales. Entonces ArchieKW2 era el nombre de la persona que recibió primero el mensaje. Jason Archer había apretado la K en lugar de la J, esto era claro. ArchieKW2 había devuelto el mensaje al remitente original con un comentario sobre el error, pero al hacerlo había transmitido el mensaje al destinatario real: Sidney Archer.

La referencia al almacén de Seattle tenía sentido. Era obvio que Jason se había metido en graves problemas con las personas que le esperaban. El intercambio había salido mal. «¿Todo mal?» Sidney había insistido en esta parte como una prueba de la inocencia del marido. Sawyer no lo tenía tan claro. «¿Todo al revés?» Era una frase extraña. A continuación, Sawyer miró la contraseña. Caray, Jason tenía que ser un genio si era capaz de recordar semejante contraseña. Sawyer no le encontraba ningún sentido. La leyó y la releyó cíen veces. Era una pena que Jason no hubiese podido concluir el mensaje.

Sawyer movió la cabeza de un lado a otro para aliviar el dolor del cuello y se balanceó en la silla. El disquete. Necesitaban hacerse con el disquete. Mejor dicho, Sidney Archer tenía que recibirlo. El timbre del teléfono lo arrancó de sus pensamientos. Convencido de que era Sidney, se apresuró a cogerlo.

– ¿Sí?

– Lee, soy Frank.

– Coño, Frank, ¿nunca puedes llamar en horarios normales?

– Esto pinta mal, Lee, muy mal. En el bufete de Tylery Stone. En el garaje subterráneo.

– ¿De qué se trata?

– Un triple homicidio. Será mejor que vengas.

Sawyer colgó el teléfono. Acababa de entender el significado de las palabras de Sidney. ¡Hija de puta!

La calle de entrada al garaje subterráneo era un mar de luces azules y rojas dé tantos coches patrulla y ambulancias que había aparcados por todas partes. Sawyer y Jackson mostraron sus placas a los agentes que custodiaban el cordón de seguridad. Frank Hardy, con expresión grave, los recibió en la entrada y los acompañó hasta el último nivel del aparcamiento, a cuatro pisos por debajo del nivel de la calle, donde la temperatura era bajo cero.

– Al parecer, los asesinatos se cometieron a primera hora de la madrugada, así que el rastro es bastante fresco. Los cadáveres están en buen estado, excepto por algunos agujeros de más -les explicó Hardy.

– ¿Cómo te enteraste, Frank?

– La policía avisó al socio gerente de la firma, Henry Wharton, que está en Florida en una convención del bufete. Él llamó a Nathan Gamble que, a su vez, se puso en contacto conmigo.

– ¿Así que todos los muertos trabajaban en la firma?

– Lo puedes ver por ti mismo, Lee. Todavía están aquí. Pero digamos que Tritón tiene un interés particular en estos asesinatos. Por eso Wharton llamó a Gamble con tanta prisa. También acabamos de descubrir que el guardia de seguridad de las oficinas de Tylery Stone en Nueva York fue asesinado a primera hora de esta mañana.

– ¿Nueva York? -Sawyer miró a su amigo.

Hardy asintió.

– ¿Alguna cosa más?

– Todavía no. Pero informaron que vieron a una mujer salir corriendo del edificio alrededor de una hora antes de que encontraran el cadáver.

Sawyer reflexionó sobre este nuevo aspecto del caso mientras se abrían paso entre la multitud de policías y personal de la oficina del forense para llegar junto a la limusina. Las dos puertas delanteras estaban abiertas. Sawyer miró a los dos expertos en huellas digitales que espolvoreaban el exterior del vehículo en busca de huellas. Un técnico fotografiaba el interior del coche y otro filmaba el escenario con una cámara de vídeo. El médico forense, un hombre de mediana edad vestido con una camisa blanca con las mangas arremangadas, la corbata metida en el interior de la camisa, y con guantes de plástico y una mascarilla quirúrgica, conversaba con dos hombres ataviados con gabardinas azules. Al cabo de unos momentos, los dos hombres se reunieron con Hardy y los agentes del FBI.

Hardy presentó a Sawyer y Jackson a Royce y Holman, dos inspectores de homicidios.

– Les he informado del interés del FBI en el caso, Lee -dijo Hardy.

– ¿Quién encontró los cuerpos? -le preguntó Jackson a Royce. -Un contable que trabaja en el edificio. Llegó poco antes de las seis. Su aparcamiento está aquí abajo. Le pareció extraño ver una limusina a estas horas, sobre todo porque ocupaba varias plazas. Los cristales son tintados. Golpeó la puerta, pero nadie le respondió. Entonces abrió la puerta del pasajero. Un error. Creo que todavía está arriba vomitando. Al menos se recuperó lo suficiente para llamarnos.

El grupo se acercó a la limusina. Hardy invitó a los agentes a que echaran un vistazo. Después de mirar en los asientos delanteros y traseros, Sawyer miró a Hardy.

– El tipo que está en el suelo me resulta familiar.

– No te extrañe. Es Paul Brophy.

Sawyer miró a Jackson.

– El caballero en el asiento de atrás con el tercer ojo es Philip Goldman -añadió Hardy.

– Abogado de RTG -señaló Jackson.

– La víctima en el asiento delantero es James Parker, un empleado de la delegación local de RTG; por cierto, la limusina es propiedad de RTG.

– De ahí el interés de Tritón en el caso -apuntó Sawyer.

– Así es -contestó Hardy.

Sawyer se metió un poco más en el vehículo para observar mejor la herida en la frente de Goldman antes de examinar el cadáver de Brophy. Mientras tanto, Hardy le hablaba por encima del hombro, con un tono calmoso y metódico. Él y Sawyer habían trabajado juntos en muchísimos casos de homicidio. Al menos aquí los cadáveres estaban enteros. Habían visto muchos en los que no era así.

– Los tres murieron por heridas de bala. Al parecer, un arma de grueso calibre, disparada a corta distancia. La herida de Parker es de contacto. La de Brophy es de casi contacto. Supongo que a Goldman le dispararon desde menos de un metro por las quemaduras en la frente.