Caminó unos cuantos pasos y esperó; después, repitió el proceso. Debía suponer que el hombre oía sus ruidos pero no con la claridad suficiente para determinar su estrategia. Los pasos a su espalda imitaban sus movimientos casi a la perfección y esto tendría que haber sido suficiente para alertarla. Casi había llegado a la puerta; veía los cristales opacos. Sólo le faltaban unos pasos y echaría a correr. Ahora estaba a un metro y medio de la salida. Apoyada contra la pared, se dispuso a contar hasta tres.
No pasó del uno.
El resplandor de las luces la cegaron. En la fracción de segundo necesario para que las pupilas se enfocaran, el hombre estaba a su lado. Sidney se volvió por instinto y le apuntó con la pistola.
– Dios mío, ¿te has vuelto loca? -gritó Philip Goldman.
Sidney lo miró boquiabierta.
– ¿Qué demonios pretendes rondando por aquí de esta manera? -añadió el hombre-. ¿Y para colmo con una pistola?
Sidney dejó de temblar y se irguió, decidida.
– Soy una asociada de esta empresa, Philip. Tengo todo el derecho a estar aquí -replicó con voz agitada pero con la mirada firme.
– No por mucho tiempo más -comentó Goldman burlón. Sacó un sobre de uno de los bolsillos de la chaqueta-. En realidad, tu presencia aquí le ahorrará a la empresa pagar a un mensajero. -Le tendió el sobre-. Tu cese de la firma. Si tuvieses la bondad de firmarlo ahora mismo, nos evitarías a todos un montón de problemas y salvarías a la firma de una enorme vergüenza.
Sidney no hizo ningún gesto de coger el sobre sino que mantuvo la mirada y la pistola centradas en Goldman.
El abogado jugueteó unos momentos con el sobre antes de mirar el arma.
– ¿Te importaría guardar la pistola? Tu situación ya es bastante comprometida como para seguir añadiendo crímenes a la lista.
– No he hecho nada y tú lo sabes -le espetó Sidney.
– Desde luego. Estoy seguro de que no sabías nada de los nefastos planes de tu amante marido.
– Jason tampoco ha hecho nada malo.
– No pienso discutirlo mientras me apuntas con un arma. ¿Podrías tener la bondad de guardarla?
Sidney vaciló un momento y después comenzó a bajar el arma. Entonces se le ocurrió una cosa. ¿Quién había encendido las luces? Goldman, no.
Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, una mano fuerte le sujetó el brazo y le arrebató el arma. Casi al mismo tiempo el atacante la lanzó contra la pared con un violento empujón. Sidney cayó sentada al suelo, aturdida por la fuerza del impacto. Cuando levantó la mirada, vio a un hombretón vestido con el uniforme negro de chófer que le apuntaba a la cabeza con su propia pistola. Detrás del chófer, apareció otro hombre.
– Hola, Sid -dijo Paul Brophy con un tono risueño-. ¿Has recibido alguna otra llamada de tu difunto marido?
Sidney, con las rodillas temblorosas, consiguió levantarse. Se apoyó en la pared mientras intentaba recuperar la respiración.
– Buen trabajo, Parker -le dijo Goldman al hombretón-. Ya puede volver al coche. Bajaremos en unos minutos.
Parker asintió, al tiempo que metía la pistola de Sidney en un bolsillo. Ella se fijó que el chófer iba armado. Desesperada, vio cómo el hombre recogía el bolso que se le había caído durante la refriega y se marchaba.
– ¡Me habéis seguido! -exclamó, furiosa.
– Me gusta saber quién entra y sale de la firma fuera de horas -le contestó Goldman-. Hay un chivato electrónico en el control de entradas al edificio. Me alegré mucho al ver que aparecía tu nombre en el registro a la una y media de la mañana. -Miró las estanterías-. ¿Buscabas información sobre algún tema legal o quizá pretendías seguir el ejemplo de tu marido e intentabas robar algunos secretos?
Sidney le hubiera dado un puñetazo en el rostro pero Brophy fue más rápido y se lo impidió. Goldman no se preocupó.
– Quizás ahora -prosiguió- podemos tratar de negocios.
Sidney intentó cruzar la puerta y, una vez más, Brophy se interpuso en su camino y la obligó a retroceder de un empujón. Sidney lo miró furiosa.
– Pasar de ser miembro de un bufete de primera a ladrón de hotel en Nueva Orleans es todo un cambio, Paul -dijo Sidney, que tuvo el placer de ver cómo se esfumaba la sonrisa de Brophy. Miró a Goldman-. ¿Crees que si me pongo a gritar me oirá alguien?
– Quizá lo hayas olvidado -replicó Goldman con un tono frío-, pero todos los abogados y pasantes se marcharon hoy más temprano para asistir a la conferencia anual de la firma en Florida. No regresarán en varios días. Lamentablemente, debido a unos asuntos urgentes no he podido acompañarles pero me uniré a ellos mañana. Paul está en la misma situación. Todos los demás están allí. -Miró la hora-. Por lo tanto, puedes gritar todo lo que quieras. Sin embargo, creo que tienes muchos motivos para trabajar con nosotros.
Sidney miró a los dos hombres con una expresión de furia.
– ¿De qué demonios estás hablando?
– Considero que esta conversación debe desarrollarse en mi despacho -dijo Goldman, que señaló hacia la puerta y después sacó un revólver de pequeño calibre para reforzar la propuesta.
Brophy cerró la puerta con llave. Goldman le entregó el revólver y fue a sentarse detrás de su escritorio. Con un gesto, le indicó a Sidney que se sentara.
– Desde luego, éste ha sido un mes excitante para ti, Sidney. -Sacó otra vez la carta de despido-. Sin embargo, creo que tus recientes excesos han significado que tu relación con esta firma ha llegado a su fin. No me sorprendería que la firma y Tritón decidieran demandarte no sólo por lo civil sino también por lo criminal.
– Me retienes contra mi voluntad a punta de pistola -replicó Sidney sin apartar la mirada de Goldman-, y me dices que me preocupe de una demanda criminal.
– Paul y yo, ambos socios de esta firma, descubrimos a alguien, a un intruso, en la biblioteca de la firma haciendo Dios sabe qué. Intentamos detener al sospechoso y ¿qué hizo? Sacó un arma. Entre los dos conseguimos desarmarla antes de que nadie resultara herido, y ahora retenemos a la intrusa hasta que llegue la policía.
– ¿La policía?
– Así es. Vaya, ¿todavía no he llamado a la policía? Qué despiste. -Goldman levantó el auricular y después se reclinó en el sillón sin marcar el número-. Ah, ahora recuerdo por qué no la llamé. -Su tono era provocador-. ¿Quieres saber la razón? -Sidney permaneció en silencio-. Tú eres especialista en negociaciones. ¿Qué te parece si te propongo un trato? La manera no sólo de permanecer en libertad sino también de conseguir un beneficio económico, algo que te vendrá muy bien ahora que estás en el paro.
– Tylery Stone no es la única firma en la ciudad, Phil.
Goldman hizo una mueca al oír la abreviatura de su nombre.
– Creo que la afirmación no es aplicable a tu caso. Verás, en lo que a ti respecta, no quedan firmas. Ni aquí ni en ningún otro lugar del país, incluso del mundo.
La expresión de Sidney reflejó su desconcierto.
– Piensa un poco, Sid. -Los ojos de Goldman brillaron de satisfacción cuando le devolvió la pelota-. Tu marido es sospechoso de sabotear un avión y provocar la muerte de casi doscientas personas. Además, está claro que robó dinero y secretos valorados en cientos de millones de dólares a un cliente de esta firma. Es obvio que estos crímenes se planearon en un largo período de tiempo.
– Todavía no te he oído mencionar mi nombre en esta ridícula acusación.
– Tenías acceso a las informaciones más secretas de Tritón Global, quizás a algunas que ni siquiera tu marido conocía.
– Eso era parte de mi trabajo. No me convierte en una criminal.
– Como se suele decir en los círculos legales, y está escrito en el código de ética, se debe evitar incluso la «apariencia de algo impropio». Creo que tú has pasado ese límite hace mucho.
– ¿Cómo? ¿Perdiendo a mí marido? ¿Siendo expulsada de mi trabajo sin ninguna prueba? Ya que hablamos de demandas. ¿Qué opinas de Sidney Archer contra Tylery Stone por despido improcedente?