– Sí. -Sidney se cubrió el pecho con los brazos.
Sawyer exhaló un suspiro mientras apoyaba la espalda contra la puerta.
– Espero que algún día pueda presentarle este caso en una bandeja, Sidney, de verdad que lo espero.
– Usted… todavía cree que Jason es culpable, ¿verdad? No puedo culparlo. Sé que todo está en su contra. -Miró las facciones preocupadas del agente, que volvió a suspirar al tiempo que desviaba la mirada. Cuando miró otra vez a Sidney, había en sus ojos un brillo extraño.
– Digamos que comienzo a tener algunas dudas -replicó Sawyer.
– ¿Sobre Jason? -preguntó Sidney, confusa.
– No, sobre todo lo demás. Le prometo una cosa: para mí lo primero es encontrar a su marido sano y salvo. Entonces podremos aclararlo todo, ¿vale?
Sidney se estremeció antes de asentir.
– Vale. -En el momento en que Sawyer se disponía a salir, ella le tocó el brazo-. Gracias, Lee.
Contempló a Sawyer a través de la ventana. El caminó hasta el coche negro que ocupaban los dos agentes del FBI, miró hacia la casa, la vio y levantó una mano en señal de despedida. Sidney intentó devolverle el saludo. Ahora mismo se sentía un tanto culpable por lo que estaba a punto de hacer. Se apartó de la ventana, apagó todas las luces, cogió el abrigo y el bolso y se escabulló por la puerta de atrás antes de que uno de los agentes apareciera para vigilar la zona. Caminó por el bosquecillo que había más allá del patio trasero y salió a la carretera una manzana más allá. Cinco minutos más tarde llegó a una cabina de teléfono y llamó a un taxi.
Media hora más tarde, Sidney metió la llave en la cerradura de seguridad del edificio de oficinas y abrió la pesada puerta de cristal. Corrió hasta los ascensores, entró en uno y subió hasta su piso. Sidney avanzó por el pasillo en penumbra, en dirección al otro extremo de la planta donde se encontraba la biblioteca. Las puertas dobles de cristal opaco estaban abiertas. En la gran sala además de la magnífica colección de textos legales había un lugar reservado en el que los abogados y los pasantes disponían de ordenadores para acceder a los bancos de datos.
Sidney echó una ojeada al interior de la biblioteca antes de arriesgarse a entrar. No oyó ningún ruido ni vio movimiento alguno. Afortunadamente, esa noche nadie estaba ocupado con algún trabajo urgente. Las cortinas metálicas de las dos paredes de cristal estaban cerradas. Nadie podía ver desde el exterior lo que ocurría en la biblioteca.
Se sentó delante de uno de los terminales, y se arriesgó a encender la lámpara de mesa. Sacó el disquete del bolso, puso el ordenador en marcha, tecleó las órdenes para conectar con America Online y se sobresaltó cuando sonó un pitido del módem. A continuación, tecleó el número de usuario y la contraseña de su marido mientras agradecía en silencio que Jason se los hubiera hecho aprender de memoria. Contempló ansiosa la pantalla, con las facciones tensas, la respiración poco profunda y una inquietud en el estómago como si fuera una acusada a la espera del veredicto del jurado. La voz electrónica anunció lo que tanto anhelaba: «Tiene correspondencia».
En el pasillo dos personas avanzaban en silencio hacia la biblioteca.
Sawyer miró a Jackson. Los dos agentes se encontraban en la sala de conferencias del FBI.
– ¿Qué has encontrado sobre el señor Page, Ray?
– Mantuve una larga charla con el departamento de policía de Nueva York -contestó Jackson mientras se sentaba-. Page trabajó allí hasta que se retiró. También hablé con la ex esposa de Page. La saqué de la cama, pero tú dijiste que era importante. Todavía vive en Nueva York pero casi no se relacionaban desde el divorcio. En cambio, él seguía muy unido a los hijos. Conversé con la hija. Tiene dieciocho años y está en el primer año de carrera. Ahora tendrá que enterrar a su padre.
– ¿Qué te dijo?
– Muchísimas cosas. Al parecer, su padre estuvo muy nervioso durante las últimas dos semanas. No quería que ellos le visitaran. Había comenzado a llevar un arma, cosa que no había hecho en años. De hecho, Lee, llevó un revólver en el viaje a Nueva Orleans. Lo encontraron en la maleta junto al cadáver. El pobre desgraciado no tuvo ocasión de utilizarlo.
– ¿Por qué dejó Nueva York y se vino aquí, si su familia seguía allí?
– Ese es un punto interesante -señaló Jackson-. La esposa no quiso opinar. Sólo dijo que el matrimonio se había hundido y nada más. En cambio, la hija cree otra cosa.
– ¿Te dio alguna razón?
– El hermano menor de Ed Page también vivía en Nueva York. Se suicidó hará cosa de unos cinco años. Era diabético. Se inyectó una sobredosis de insulina después de emborracharse. Los dos hermanos estaban muy unidos. Según la muchacha, su padre nunca volvió a ser el mismo después de aquello.
– Entonces, ¿lo único que quería era cambiar de ciudad?
– Por lo que deduje de la charla con la hija, Ed Page estaba convencido de que la muerte de su hermano no fue un suicidio o accidental.
– ¿Creía que le habían asesinado?
Jackson asintió.
– ¿Por qué?
– He pedido una copia del expediente a la policía de Nueva York. Quizás encontremos algunas respuestas, aunque cuando hablé con el inspector que se encargó del caso, me dijo que todas las pruebas señalaban hacia el suicidio o un accidente. El tipo estaba borracho.
– Si se suicidó, ¿alguien sabe por qué?
– Steven Page era diabético, así que no gozaba de mucha salud. Según la hija de Page, su tío nunca conseguía normalizar la insulina. Aunque sólo tenía veintiocho años cuando murió, sus órganos internos habían sufrido un desgaste de una persona mucho mayor. -Jackson hizo una pausa para mirar sus notas-. Para colmo, Steven Page acababa de descubrir que era seropositivo.
– Mierda. Eso explica la borrachera -exclamó Sawyer.
– Es probable.
– Y quizás el suicidio.
– Eso es lo que cree la policía de Nueva York.
– ¿Se sabe cómo se contagió?
– Nadie lo sabe; al menos, oficialmente. Aparece en el informe del forense pero no pueden determinar el origen. Se lo pregunté a la ex esposa de Ed, que no sabía nada. En cambio, la hija me dijo que su tío era gay. No con todas las letras, pero estaba bastante segura y cree que así pilló el Sida.
Sawyer se rascó la cabeza y resopló, intrigado.
– ¿Hay algún vínculo entre el presunto asesinato de un homosexual cometido en Nueva York hace cinco años, la traición de Jason Archer a su empresa y un avión que se estrelló en un campo de Virginia?
– Quizá, por alguna razón que desconocemos, Page sabía que Archer no estaba en aquel avión -respondió Jackson.
Por un instante, Sawyer se sintió culpable. Por su conversación con Sidney -una conversación que no había compartido con su compañero- estaba enterado de ese hecho.
– Por lo tanto -dijo-, cuando Jason Archer desapareció, pensó en seguirle la pista a través de la esposa.
– Eso parece bastante lógico. Puede ser que los de Tritón contrataran a Page para que investigara las filtraciones, y el tipo descubrió a Archer.
– No lo creo -señaló Sawyer-. Entre el servicio de seguridad de la compañía de Hardy y el personal propio tienen gente de sobra para ese trabajo.
Una mujer entró en la sala con una carpeta y se la dio a Jackson.
– Ray, esto lo acaba de enviar por fax la policía de Nueva York.
– Gracias, Jennie.
La mujer se marchó, y Jackson comenzó a leer el expediente mientras Sawyer hacía un par de llamadas.
– ¿Es el expediente de Steven Page? -preguntó Sawyer.
– Sí, y es muy interesante.
Sawyer se sirvió una taza de café y se sentó junto a su compañero.
– Steven Page estaba empleado en Fidelity Mutual en Manhattan -le informó Jackson-. Una de las compañías de inversiones más grandes del país. Vivía en un bonito apartamento; tenía la casa llena de antigüedades, pinturas, un armario lleno de trajes de Brooks Brothers; un Jaguar en el garaje. Además, tenía una magnífica cartera de inversiones: acciones, bonos, fondos, cédulas. Más de un millón de dólares.