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– Estoy seguro de que se gana cada centavo.

– ¡Sí, centavos! Qué gracioso.

Sawyer miró a Gamble de soslayo.

– Pese a todo lo que hace por usted, no parece respetar mucho a Frank.

– Lo crea o no, soy muy exigente.

– Frank fue uno de los mejores agentes de toda la historia del FBI.

– Tengo poca memoria para el trabajo bien hecho. Tienen que demostrarme continuamente que son buenos. -La sonrisa de Gamble se convirtió en una expresión furiosa-. Por otro lado, jamás olvido las pifias.

Una vez más se centraron en el juego hasta que habló Sawyer.

– ¿Alguna vez le ha estropeado algo Quentin Rowe?

Gamble pareció sorprendido por la pregunta.

– ¿A qué viene eso?

– Porque el tipo es su gallina de los huevos de oro y por lo que comentan usted lo trata como basura.

– ¿Quién dice que es mi gallina de los huevos de oro?

– ¿Insinúa que no lo es? -Sawyer cruzó los brazos.

Gamble demoró la respuesta. Observó por unos instantes el contenido de la copa.

– He tenido muchas gallinas de ésas en mi carrera. No se llega donde estoy con un solo caballo.

– Pero Rowe es valioso para usted.

– Si no lo fuera, no me serviría su compañía.

– Así que lo tolera.

– Mientras entre dinero.

– Qué suerte la suya.

En el rostro de Gamble apareció una expresión feroz.

– Cogí a un gilipollas soñador que era incapaz de ganar un centavo por su cuenta y lo convertí en el treintañero más rico del país. Ahora, dígame, ¿quién es el afortunado?

– No pretendo quitarle méritos, Gamble. Usted persiguió un sueño y lo hizo realidad. Supongo que ésa es la idea de este país.

– Lo tomaré como un cumplido viniendo de su parte. -Gamble volvió a mirar el partido de baloncesto.

Sawyer se puso de pie y aplastó la lata de cerveza entre los dedos.

– ¿Qué hace? -le preguntó Gamble.

– Me voy a casa. Ha sido un largo día. -Sostuvo en alto la lata aplastada-. Gracias por la cerveza.

– Le diré al chófer que lo lleve. Yo me quedaré aquí un rato.

Sawyer echó una ojeada al lujoso palco.

– Creo que por hoy ya he tenido una ración más que suficiente de vida aristocrática. Cogeré el autobús. Pero gracias por la invitación.

– Sí, yo también he disfrutado con la compañía -replicó Gamble con un tono cargado de sarcasmo.

El agente ya subía las escaleras cuando el «¡Eh, Sawyer!» del millonario le hizo volverse. Gamble le miró por unos instantes y después exhaló un fuerte suspiro.

– Se le ve el plumero, ¿vale?

– Vale -contestó el agente.

– No siempre he sido millonario. Recuerdo muy bien cuando no tenía ni un centavo y era un don nadie. Quizá por eso soy tan cabrón cuando se trata de negocios. Me da pánico sólo de pensar en volver a la misma situación.

– Disfrute de lo que queda de partido -le contestó, y se marchó mientras Gamble contemplaba la copa, ensimismado.

El agente casi se llevó por delante a Lucas cuando llegó al rellano. Al parecer, el jefe de seguridad se había situado allí para proteger mejor a su jefe y Sawyer se preguntó si habría escuchado algo de la conversación. Lo saludó con una inclinación de cabeza y entró en el bar. Con un movimiento fluido arrojó la lata de cerveza vacía y la encestó en el cubo de la basura. La encargada del bar lo miró con admiración.

– Eh, quizá los Bullets quieran contratarlo.

– Sí, podría ser el chico blanco del equipo -comentó Sawyer. En el momento de salir volvió la cabeza para decirle a Lucas-: Sonríe, Rich.

Capítulo 44

Jeff Fisher miró apenado la pantalla. A su lado, Sidney Archer no sabía qué más podía hacer. Le había dado toda la información personal que recordaba sobre Jason con el fin de descubrir la contraseña adecuada. Pero no había servido de nada. Fisher meneó la cabeza.

– Hemos probado todas las posibilidades sencillas y sus variaciones. He intentado en un ataque a lo bruto y tampoco he conseguido nada. También intenté una combinación aleatoria de letras y números, pero las combinaciones son tantas que no viviríamos lo suficiente para probarlas todas. -Se volvió hacia Sidney-. Creo que tu marido sabía muy bien lo que estaba haciendo. Es probable que haya empleado una combinación aleatoria de letras y números de unos veinte o treinta caracteres. Será imposible descifrarla.

A Sidney se le cayó el alma a los pies. Era enloquecedor tener en la mano un disquete lleno de información -probablemente una información capaz de explicar gran parte de lo ocurrido a su esposo- y ser incapaz de leerlo.

Se levantó y comenzó a pasear por el cuarto mientras Fisher continuaba apretando teclas al azar. Sidney se detuvo delante de la ventana, junto a una mesa donde había una pila de correspondencia. Encima de la pila había un ejemplar de Field amp; Stream. Echó una ojeada a la pila y la portada de la revista, y después miró a Fisher. No parecía una persona amante de la vida al aire libre. Entonces miró la etiqueta del destinatario. El ejemplar iba dirigido a un tal Fred Smithers, pero la dirección era la de la casa donde se encontraba ahora. Cogió la revista.

Fisher miró a su amiga mientras se acababa la gaseosa. Al ver la revista en las manos de Sidney, frunció el entrecejo.

– Me tienen harto con la correspondencia de ese tipo. Se ve que en los ficheros de varias compañías aparece con mi dirección. La mía es 6215 Thorndike y la suya 6251 Thorndrive, que está al otro lado del condado de Fairfax. Toda esa pila es suya, y sólo es la de esta semana. Se lo he dicho al cartero, he llamado mil veces a la central de Correos, a todas las compañías que tienen mal la dirección. Pero ya lo ves.

Sidney se volvió lentamente hacia Fisher. Se le acababa de ocurrir una idea bastante curiosa.

– Jeff, una dirección de correo electrónico es como cualquier otra dirección o número de teléfono, ¿verdad? Escribes la dirección equivocada y puede ir a parar a cualquier parte como ocurre con esta revista. -Levantó el ejemplar de Field amp; Stream-. ¿No?

– Claro -contestó Fisher-. Ocurre continuamente. Yo tengo metidas en el disco duro las direcciones más habituales y sólo tengo que marcarlas con el ratón. Eso reduce el margen de error.

– ¿Y si tienes que escribir la dirección completa?

– En ese caso el margen de error aumenta y mucho. Hay direcciones que cada vez son más largas.

– ¿Así que si te equivocas en una tecla, el mensaje puede recibirlo vete a saber quién?

Fisher asintió mientras masticaba una patata frita.

– No hay día en que no reciba algún mensaje equivocado.

– Y entonces ¿qué haces? -le preguntó Sidney, intrigada.

– El procedimiento es muy sencillo. Marco con el ratón la orden de respuesta al remitente y envío el mensaje estándar de que la dirección está equivocada, y le devuelvo la carta original para que sepa cuál es. Por lo tanto no necesito saber la dirección. La devolución al remitente es automática.

– Jeff, ¿quieres decir que si mi marido envió un mensaje a la dirección equivocada, la persona que lo recibió por error no tuvo más que responder a la dirección de Jason para avisarle de la equivocación?

– Exacto. Si estás en el mismo servicio, digamos America Online, resulta bastante sencillo.

– Y si la persona respondió, el mensaje estaría ahora en el buzón electrónico de Jason, ¿no?

Sidney se levantó bruscamente y recogió su bolso mientras Fisher la miró preocupado por el tono de su voz.

– Yo diría que sí. ¿Adónde vas?

– A mirar en el ordenador de casa si está el mensaje. Si contiene la contraseña, podré leer el disquete. -Sidney sacó el disquete del ordenador y se lo guardó en el bolso.

– Si me das el nombre de usuario de tu marido y la contraseña, puedo acceder a su correspondencia directamente desde aquí. Estoy abonado a America Online, y no tengo más que registrarte como invitada. Si la contraseña está en el buzón, podemos leer el disquete aquí mismo.