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Capítulo 43

Eran las ocho cuando Sawyer aparcó delante de su casa después de cenar con Frank Hardy. Se apeó del coche con una sensación muy agradable en el estómago. Sin embargo, su mente no compartía la misma sensación. Este caso tenía tantos interrogantes que no sabía por dónde empezar.

En el momento en que cerraba la puerta del coche, vio un Rolls-Royce Silver Cloud que circulaba en su dirección. En su barrio la presencia de un lujo tan espectacular era algo inusitado. A través del parabrisas vio al chófer con gorra negra. Sawyer tuvo que mirar dos veces untes de descubrir lo que le parecía extraño. El chófer estaba sentado en el lado derecho; era un coche de fabricación inglesa. El vehículo aminoró la marcha y se detuvo junto a su coche. Sawyer no alcanzaba a ver el asiento trasero porque el cristal era oscuro. Se preguntó si vendría así de fábrica o era algo opcional. No tuvo tiempo para pensar nada más. El ocupante del asiento trasero bajó la ventanilla y Sawyer se encontró delante de Nathan Gamble. Mientras tanto, el chófer había bajado del Rolls y esperaba junto a la puerta del pasajero.

La mirada de Sawyer recorrió todo el largo del impresionante vehículo antes de fijarse otra vez en el presidente de Tritón.

– No está mal el trasto. ¿Qué tal el consumo?

– A mí qué más me da. ¿Le gusta el baloncesto? -Gamble cortó la punta de un puro y se tomó un momento para encenderlo.

– ¿Perdón?

– La NBA. Unos negros muy altos que corren en pantalones cortos a cambio de montañas de dinero.

– A veces los veo por la tele cuando tengo tiempo.

– Bueno, entonces, suba.

– ¿Para qué?

– Espere. Le prometo que no se aburrirá.

Sawyer miró a un lado y otro de la calle y se encogió de hombros. Guardó las llaves de su coche en el bolsillo y miró al chófer. El mismo abrió la puerta y subió. En el momento de sentarse vio a Richard Lucas en el asiento opuesto. Sawyer le saludó con un gesto y el jefe de seguridad de Tritón le correspondió de la misma manera. El Rolls se puso en marcha.

– ¿Quiere uno? -Gamble le ofreció un puro-. Cubano. Va contra la ley importarlos en este país. Creo que por eso me gustan tanto.

Sawyer cogió el habano y le cortó la punta con el cortapuros que le alcanzó Gamble. El agente se sorprendió cuando Lucas le ofreció fuego pero aceptó el servicio. Dio unas cuantas chupadas rápidas y después una larga para encenderlo bien.

– No está mal. Creo que no le acusaré por contrabando.

– Muchísimas gracias.

– Por cierto, ¿cómo sabe dónde vivo? Espero que no me haya estado siguiendo. Me pongo muy nervioso cuando lo hacen.

– Tengo cosas mejores que hacer, se lo aseguro.

– ¿Y?

– ¿Y qué? -Gamble lo miró.

– ¿Cómo sabe dónde vivo?

– ¿A usted que más le da?

– Me da y mucho. En mi trabajo no se va por ahí divulgando el lugar que uno llama hogar.

– Vale. Déjeme que piense. ¿Cómo lo hicimos? ¿Miramos en la guía de teléfonos? -Gamble meneó la cabeza con fuerza y miró divertido al agente-. No, no miramos la guía.

– Perfecto, porque no aparezco en la guía.

– Eso es. Quizá lo adivinamos. -Gamble sopló un par de anillos de humo. Ya sabe, toda nuestra tecnología informática. Somos el Gran Hermano, lo sabemos todo. -Gamble se echó a reír mientras le daba una chupada al puro y miraba a Lucas.

– Nos lo dijo Frank Hardy -le informó Lucas-. En confianza, desde luego. No tenemos la intención de divulgar la noticia. Comprendo su preocupación. -Richard Lucas hizo una pausa-. Entre nosotros, estuve diez años en la CIA.

– Ah, Rich, le has descubierto el secreto. -El olor a alcohol en el aliento de Gamble llenaba el coche. El millonario abrió una puerta en el revestimiento de madera del Rolls y dejó a la vista un bar bien provisto.

– Usted parece de los hombres que beben whisky con sifón.

– Ya he bebido bastante en la cena.

Gamble llenó una copa con whisky. Sawyer miró a Lucas, que le devolvió la mirada. Al parecer esto era algo habitual.

– En realidad -prosiguió el agente-, no esperaba volver a verle después de nuestra charla del otro día.

– La respuesta a eso es que me bajó los humos y probablemente me lo merecía. Le puse a prueba con mi representación del gran jefe gilipollas y pasé el examen con sobresaliente. Como se puede imaginar, no conozco a mucha gente con cojones para hacer eso. Y cuando me encuentro con uno, intento conocerlo mejor. Además, a la vista de los últimos acontecimientos quería hablar con usted sobre el caso.

– ¿Últimos acontecimientos?

Gamble bebió un trago de whisky.

– Ya sabe. ¿Sidney Archer? ¿Nueva Orleans? ¿RTG? Hace un segundo que acabo de hablar con Hardy.

– Trabaja usted deprisa. Nos despedimos hace cosa de veinte minutos.

Gamble sacó un teléfono móvil muy pequeño de un receptáculo en el reposabrazos del Rolls.

– No lo olvide, Sawyer, trabajo en el sector privado. Si no te mueves deprisa, no te mueves en absoluto, ¿entendido?

Sawyer dio una larga chupada al puro antes de responder.

– Ya me doy cuenta. Por cierto, no me ha dicho adónde vamos.

– No. No se preocupe. Llegaremos dentro de muy poco. Y entonces usted y yo podremos conversar a gusto.

El USAir Arena era el estadio de los Washington Bullets y los Washington Capitals, al menos hasta que acabaran de construir el nuevo estadio. El recinto estaba a rebosar para el partido entre los Bullets y los Nicks. Nathan Gamble, Lucas y Sawyer subieron en el ascensor privado hasta el segundo piso del estadio, donde estaban ubicados los palcos de las empresas. El agente tuvo la sensación de encontrarse en un transatlántico de lujo cuando cruzó el pasillo y entró por una puerta con el cartel de Tritón Global. Estas no eran unas vulgares butacas para un partido; el palco era más grande que su apartamento.

Una joven atendía el bar y en una mesa había un bufé. Había un baño, un armario, sofás, sillones y una pantalla de televisión enorme donde transmitían el partido. Desde lo alto de la escalera que bajaba al ventanal, Sawyer escuchó los gritos de la multitud. Miró el televisor. Los Bullets ganaban por siete a los Nicks, que eran los favoritos.

Sawyer se quitó el sombrero y el abrigo y siguió a Gamble hasta el bar.

– Ahora sí que beberá algo -dijo Gamble-. No se puede mirar un partido sin una copa en la mano.

– Una Bud, si tiene -le pidió Sawyer a la camarera. La joven sacó una lata de Budweiser del frigorífico, la abrió y comenzó a servir la cerveza en un vaso. El agente la interrumpió-. En la lata me va bien, gracias.

Sawyer echó una ojeada al palco. No había nadie más. Se acercó al bufé. Todavía estaba lleno de la cena, pero no podía resistirse a la tentación de unas patatas fritas con salsa.

– ¿El lugar siempre está así de vacío? -le preguntó a Gamble mientras cogía un puñado de patatas fritas. Lucas se acomodó junto a una pared.

– Por lo general está abarrotado -contestó Gamble-. Es un magnífico aliciente para los empleados. Los mantiene felices y trabajadores. -La camarera le sirvió la bebida a Gamble, y él sacó un fajo de billetes de cien dólares, cogió un vaso del mostrador y metió los billetes en el vaso-. Ten, la camarera necesita un bote. Vete a comprar alguna cosilla. -La joven casi gritó de alegría mientras Gamble se unía a Sawyer.

– Están jugando muy bien -comentó el agente, que señaló el televisor con la lata de cerveza-. Me sorprende que esto no esté a rebosar.

– Más me sorprendería a mí porque ordené que no repartieran pases para el partido de esta noche.

– ¿Por qué hizo eso? -Sawyer bebió un trago de cerveza.

Gamble cogió al agente del brazo.

– Porque quería hablar con usted en privado.

El millonario llevó a Sawyer hasta el ventanal. Desde allí la vista era casi vertical sobre la cancha. Sawyer miró con un poco de envidia a los equipos de hombres jóvenes, altos, musculosos y muy ricos que corrían arriba y abajo. El sector de butacas estaba cerrado por los tres lados con cristales. A cada lado estaban los ocupantes de los otros palcos, pero los cristales eran tan gruesos que se podía hablar en privado en medio de una multitud de quince mil personas.