Изменить стиль страницы

La joven, con las cejas enarcadas y una expresión severa, juró que los caracoles eran excelentes, pero que el plato mencionado no llevaba caracoles.

– Entonces, tomaré eso -dijo Sawyer, y le sonrió a Hardy.

En cuanto se fue la camarera, Sawyer se tragó la goma de mascar, cogió un panecillo de la panera y le dio un mordisco.

– ¿Has descubierto algo sobre RTG? -preguntó entre bocados.

Hardy apoyó las manos sobre la mesa y estiró el mantel de hilo.

– Philip Goldman es desde hace años el abogado principal de RTG.

– ¿No te resulta extraño?

– ¿Qué?

– Que RTG emplee a los mismos abogados que Tritón, y viceversa. No soy abogado, pero ¿eso no daría lugar a alguna trastada?

– No es tan sencillo, Lee.

– Vaya, no sé por qué no me sorprendo.

Hardy no hizo caso del comentario.

– Goldman tiene reputación nacional y lleva muchos años con RTG. Tritón es casi un recién llegado al rebaño de Tylery Stone. Henry Wharton trajo la cuenta. En aquel momento, las dos empresas no tenían conflictos directos. Desde entonces, han surgido algunos temas espinosos a medida que las actividades de ambos se han ampliado. Sin embargo, siempre ha trabajado con garantías escritas y todos los papeles en orden. Tylery Stone es un bufete de primera fila, y creo que ninguna de las dos empresas quiere perder esa experiencia legal. Lleva tiempo establecer continuidad y confianza.

– Confianza. Vaya, es una palabra curiosa para emplear en un caso como éste. -Sawyer comenzó a jugar con las migas de pan mientras escuchaba.

– En cualquier caso, las negociaciones con CyberCom han planteado un conflicto directo -añadió Hardy-. RTG y Tritón quieren hacerse con CyberCom. Tylery no puede representar a los dos clientes porque se lo impide el código deontológico.

– ¿Así que optaron por representar a Tritón? ¿Cómo es eso?

– Wharton es el socio gerente de la firma. Tritón es su cliente. ¿Queda claro? No se iban a arriesgar a que las dos compañías se buscaran otros representantes en las negociaciones. Demasiado tentador para cualquiera.

– Supongo que Goldman se cabrearía un poco cuando dejaron a su cliente de lado.

– Por lo que sé, se subía por las paredes.

– Pero ¿quién puede decir que no esté trabajando entre bastidores para que RTG se lleve el premio?

– Nadie. Sin embargo, Nathan Gamble no es ningún palurdo; es consciente de ello. Y si RTG vence a Tritón, ya sabes lo que puede pasar, ¿no?

– Déjame adivinar. ¿Gamble se buscaría nuevos abogados?

– Así es. Además, tú lees los titulares. Están cabreadísimos con Sidney Archer. Creo que su empleo está un poco en el aire.

– Bueno, la dama tampoco se hace muchas ilusiones.

– ¿Has hablado con ella?

Sawyer asintió y se acabó la copa. Dudó un momento y después decidió no decirle nada a Hardy de la confesión de Archer. Hardy trabajaba para Gamble, y el agente tenía muy claro lo que Gamble podía hacer con esa información: acabar con Sidney. A cambio, ofreció un hecho como una teoría.

– Quizá fue a Nueva Orleans para reunirse con el marido.

– Supongo que eso tendría sentido. -Hardy se rascó la barbilla.

– Ahí está el problema, Frank, no tiene ni pizca de sentido.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Hardy, sorprendido.

– Míralo de esta otra manera -contestó el agente con los codos apoyados en la mesa-. El FBI se presenta en su casa y le hace un montón de preguntas. Ahora bien, tendrías que ser un maldito zombi para no ponerte nervioso cuando eso ocurre. Sin embargo, ¿el mismo día se mete en un avión para ir a reunirse con el marido?

– Es posible que no supiera que la estaban siguiendo.

– Qué va. -Sawyer meneó la cabeza-. La dama es más lista que el hambre. Creía que ya la tenía pillada con la llamada que recibió la mañana del funeral del marido, pero se escabulló con una explicación muy plausible que se inventó en aquel mismo momento. Hizo lo mismo cuando la acusé de haber dado esquinazo a mis muchachos. Sabía que la seguían. Y, sin embargo, fue.

– Quizá Jason Archer no estaba enterado de la vigilancia.

– Si el tipo es capaz de sacar adelante toda esta mierda, ¿no crees que es lo bastante listo como para darse cuenta de que la poli podría estar vigilando a su esposa? Venga ya.

– Pero ella fue a Nueva Orleans, Lee. No te puedes saltar ese hecho.

– Ni lo pretendo. Creo que el marido se puso en contacto con ella y le dijo que fuera allí a pesar de nuestra presencia.

– ¿Por qué demonios iba a hacer eso?

Sawyer arregló su servilleta y no respondió. En aquel momento, les sirvieron la comida.

– Tiene buena pinta -comentó Sawyer.

– Es muy bueno. Te subirá el nivel de colesterol a niveles increíbles, pero morirás feliz.

Hardy estiró el brazo y dio unos golpecitos en el plato de su invitado con el cuchillo.

– No has contestado a mi pregunta. ¿Por qué haría Archer algo así?

Sawyer se engulló con fruición un buen bocado.

– Tenías razón con este plato, Frank. Y pensar que me disponía a ir a comer una hamburguesa cuando me llamaste.

– Maldita sea, Lee, contéstame.

– Cuando Sidney Archer se fue a Nueva Orleans, retiramos a todos los equipos porque teníamos que cubrir varias rutas. Así y todo, casi se nos escapa. De hecho, si no fuera porque casualmente la vi en el aeropuerto, no habríamos sabido nunca dónde había ido. Y ahora creo que sé la razón para el viaje: era una diversión.

Hardy le miró incrédulo.

– ¿Qué diablos quieres decir? ¿Una diversión para qué?

– Cuando dije que retiramos a todos los equipos, me refería a todos sin excepción, Frank. No había nadie vigilando la casa de los Archer cuando nos fuimos.

Hardy contuvo el aliento y se echó hacia atrás en la silla.

– ¡Mierda!

– Lo sé. -Sawyer lo miró, fatigado-. Una pifia enorme de mi parte, pero ahora es tarde para lamentarse.

– Entonces crees…

– Creo que alguien visitó la casa mientras la dama se paseaba por Nueva Orleans.

– Espera un momento, no creerás que…

– Digamos que Jason Archer estaría en mi lista de los cinco sospechosos principales.

– ¿Qué estaría buscando?

– No lo sé. Ray y yo revisamos el lugar y no encontramos nada.

– ¿Crees que su esposa está metida en el asunto?

Sawyer engulló otro bocado antes de contestar.

– Si me hubieras hecho esa pregunta hace una semana, te habría dicho que sí. ¿Pero ahora? Ahora creo que no tiene ni la menor idea de lo que está pasando.

– ¿Lo crees de verdad?

– El artículo del periódico la hundió. Tiene un follón de padre y señor mío con su bufete. El marido no se presentó y ella tuvo que regresar a casa con las manos vacías. ¿Qué consiguió excepto más problemas?

Hardy volvió a comer pero con una expresión pensativa. Sawyer meneó la cabeza.

– Caray, este caso es como una empanadilla. Cada vez que le das un bocado te chorrea el aceite.

Hardy se rió. Después echó una ojeada al comedor. De pronto, su mirada se centró en un punto.

– Creía que no estaba en la ciudad.

– ¿Quién? -preguntó Sawyer, que siguió la mirada de su amigo.

– Quentin Rowe. -Hardy señaló con discreción-. Está allí.

Rowe se encontraba al otro lado del comedor, en un reservado casi junto a un rincón. La luz de las velas daba a la mesa un ambiente de intimidad en medio del salón abarrotado. Vestía una americana de seda, camisa sin cuello abrochada hasta arriba y pantalones de seda a juego. Su coleta se movía de un lado a otro mientras conversaba animadamente con su compañero de mesa, un joven veinteañero vestido con un traje a medida. Los dos jóvenes estaban sentados lado a lado, y no dejaban de mirarse a los ojos. Hablaban en voz baja y la mano de Rowe rozaba cada tanto la mano del otro.

Sawyer miró a Hardy con las cejas enarcadas.

– Forman una bonita pareja.

– Cuidado. Comienzas a sonar políticamente incorrecto.