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– Es toda una tía, ¿no?

Sawyer miró la figura que caminaba hacia el garaje.

– Sí que lo es.

Sidney regresó al cabo de varias horas.

– ¿Han encontrado alguna cosa? -Miró a los dos hombres despeinados.

– Nada de interés -replicó Jackson con un tono de reproche.

– Ese no es mi problema, ¿no?

Los dos agentes se miraron durante un momento.

– ¿Tienen más preguntas? -preguntó Sidney.

Los dos agentes se marcharon al cabo de una hora. En el momento que salían de la casa, Sidney puso una mano sobre el brazo de Sawyer.

– Es evidente que usted no conoce a mi marido. Si le conociera, nunca habría pensado que él… -los labios de Sidney se movieron, pero por un momento no se escuchó sonido alguno-. El nunca se hubiera complicado en el sabotaje del avión. Con toda esa gente… -Cerró los ojos y se apoyó en la puerta cuando le fallaron las piernas.

La expresión de Sawyer reflejó su malestar. ¿Cómo podía nadie creer que la persona que amaban, con la que habían tenido un hijo, podía ser capaz de algo así? Pero los seres humanos cometían atrocidades cada minuto del día; eran los únicos seres vivientes que mataban con malicia.

– Comprendo cómo se siente, Sidney -murmuró el agente.

Jackson pateó una piedra en el camino hacia el coche y miró a su compañero.

– No lo sé, Lee, las cosas no cuadran con esa mujer. Nos oculta algo.

Sawyer se encogió de hombros.

– Si yo estuviese en su posición, haría lo mismo.

– ¿Mentirle al FBI? -Jackson le miró sorprendido.

– Está pillada en el medio, no sabe hacia qué lado ir. En esas circunstancias, yo también me guardaría cartas.

– Supongo que tendré que confiar en tu juicio -dijo Jackson con un tono poco convencido mientras subía al coche.

Capítulo 40

Sidney corrió hacia el teléfono pero se detuvo bruscamente. Miró el aparato como si fuese una cobra dispuesta a clavarle el veneno. Si el difunto Edward Page le había pinchado el teléfono, era lógico suponer que lo podrían haber hecho otros. Apartó la mano y miró al teléfono móvil que se estaba recargando en el mostrador de la cocina. ¿Sería seguro utilizarlo? Descargó un puñetazo de rabia contra la pared mientras se imaginaba a centenares de ojos electrónicos que vigilaban y grababan todos sus movimientos. Cogió el buscapersonas y lo guardó en el bolso, en la creencia de que era una forma de comunicación más o menos segura. Y si no lo era, tendría que conformarse. Metió la pistola cargada en el bolso y corrió al garaje. Tenía el disquete en el bolsillo, pero tendría que esperar de momento. Ahora tenía que hacer algo mucho más importante.

Sidney aparcó el Ford en el aparcamiento del McDonald's, entró en el local, pidió un desayuno para llevar y después fue a la cabina de teléfonos en el vestíbulo, junto a los lavabos. Marcó un número mientras miraba hacia el aparcamiento, atenta a cualquier señal del FBI. No vio nada anormal. Perfecto, se suponía que eran invisibles. Pero se estremeció al preguntarse quién más podía estar allí.

Su padre atendió la llamada y Sidney tardó varios minutos en serenarlo. Cuando le explicó su propuesta, él volvió a enfurecerse.

– ¿Por qué demonios quieres que haga eso?

– Por favor, papá. Quiero que tú y mamá os vayáis, y que os llevéis a Amy con vosotros.

– Ya sabes que nunca vamos a Maine en esta época del año.

Sidney apartó un momento el auricular e inspiró con fuerza.

– Escucha, papá, tú has leído el periódico.

– Es el montón más grande de patrañas que he leído en toda mi vida, Sid…

– Papá, escúchame, no tengo tiempo para discutir. -Nunca le había levantado la voz a su padre de esa manera.

Ambos permanecieron en silencio durante un momento. Sidney fue la primera en hablar y lo hizo con voz firme.

– El FBI se acaba de marchar de mi casa. Jason estaba involucrado en algo. No sé muy bien en qué. Pero incluso si la mitad de lo que pone ese artículo es cierto… -Se estremeció-. En el vuelo de regreso de Nueva Orleans, un hombre habló conmigo. Se llamaba Edward Page. Era un detective privado. Investigaba alguna cosa relacionada con Jason.

– ¿Por qué estaba investigando a Jason? -preguntó Patterson, incrédulo.

– No lo sé. No me lo quiso decir.

– Pues iremos a verle y no aceptaremos un no por respuesta.

– No se lo podemos preguntar. Lo asesinaron cinco minutos después de hablar conmigo, papá.

Bill Patterson, atónito, se quedó sin palabras.

– ¿Querrás ir por favor a la casa de Maine, papá? Por favor. Cuanto antes salgas mejor.

El padre demoró la respuesta. Cuando lo hizo su voz sonó débil.

– Nos marcharemos después de desayunar. Me llevaré la escopeta por si acaso. -Sidney aflojó los hombros, aliviada-. ¿Sidney?

– ¿Sí, papá?

– Quiero que vengas con nosotros.

– No puedo hacerlo, papá -contestó, y meneó la cabeza como si su padre pudiera verla.

– ¿Cómo que no? -gritó Patterson-. Estás allí sola. Eres la esposa de Jason. ¿Quién te asegura que no serás el próximo objetivo?

– El FBI me vigila.

– ¿Crees que son invulnerables? ¿Que no se equivocan? No seas tonta.

– No puedo, papá. Es probable que el FBI no sea el único que me vigila. Si voy con vosotros me seguirán. -Sidney se estremeció.

– Por Dios, cariño. -Sidney escuchó con claridad la emoción en la voz de su padre-. Mira, ¿qué te parece si tu madre y Amy se van allá arriba y yo me quedo contigo?

– No quiero que ninguno de vosotros se implique en esto. Ya es suficiente conmigo. Quiero que te quedes con Amy y mamá y que las protejas. Yo cuidaré de mí misma.

– Siempre he tenido confianza en ti, nena, pero esto es diferente. Si esas personas ya han matado… -Bill Patterson se interrumpió. La perspectiva de perder a su hija menor a manos de unos asesinos le había anonadado.

– Papá, estaré bien. Tengo mi pistola. El FBI me vigila a todas horas. Te llamaré todos los días.

– De acuerdo, pero llama dos veces al día -aceptó Patterson, resignado.

– Vale, dos veces. Un beso a mamá de mi parte. Sé que el artículo la habrá asustado, pero no le cuentes esta conversación.

– Sid, tu madre no es tonta. Se preguntará por qué nos vamos de pronto a Maine en esta época del año.

– Por favor, papá, invéntate algo.

– ¿Alguna cosa más?

– Dile a Amy que la quiero. Dile que yo y su papá la queremos más que a nada en el mundo. -Las lágrimas aparecieron en los ojos de Sidney mientras pensaba en la única cosa que deseaba hacer con desesperación: estar con su hija. Pero para la seguridad de Amy, ella debía mantenerse bien lejos.

– Se lo diré, cariño -respondió Bill Patterson en voz baja.

Sidney se tomó el desayuno durante el regreso a su casa. Dejó el coche en el garaje y, un minuto más tarde, estaba sentada delante del ordenador de Jason. Había tomado la precaución de cerrar con llave la puerta de la habitación y tenía el teléfono móvil a mano por si tenía que llamar al 091. Sacó el disquete del bolsillo, cogió la pistola y los puso sobre la mesa.

Encendió el ordenador y contempló la pantalla mientras se realizaba el proceso de arranque. Estaba a punto de meter el disco en la disquetera cuando dio un respingo al ver la cifra de la memoria disponible. Algo no estaba bien. Apretó varias teclas. Una vez más apareció en pantalla la memoria disponible en el disco duro y esta vez se mantuvo. Sidney leyó los números sin prisa: había disponibles 1.356.600 megabytes, o sea un 1.3 gigas. Miró atentamente los tres últimos números. Recordó la última vez que se había sentado delante del ordenador. Los tres últimos números de la memoria disponible habían formado la fecha del cumpleaños de Jason: siete, cero, seis, un hecho que había provocado su llanto. Se había venido abajo otra vez. Ahora estaba preparada, pero había menos memoria disponible. ¿Cómo podía ser? No había tocado el ordenador desde… ¡Maldita sea!