Изменить стиль страницы

Sidney se sobresaltó. Sus ojos parecieron dilatarse del todo y después volvieron al tamaño normal.

– Tenemos el informe de uno de los agentes que estaba de servicio aquella noche. ¿El agente McKenna?

– Sí, fue muy amable conmigo.

– ¿Por qué fue allí, Sidney?

Sidney no respondió. Se rodeó las piernas con los brazos. Por fin, levantó la mirada pero sus ojos miraban más a la pared que tenía delante que a los dos agentes. Parecía estar mirando a un lugar muy lejano, como si estuviese volviendo a las espantosas profundidades de un enorme agujero en la tierra, a una cueva que, en aquel momento según creía, se había engullido a su marido.

– Tuve que hacerlo -contestó Sidney, y cerró la boca.

Jackson comenzó a decir alguna cosa, pero Sawyer lo detuvo con un gesto.

– Tuve que hacerlo -repitió Sidney. Una vez más comenzó a llorar pero la voz se mantuvo firme-. La vi en la televisión.

– ¿Qué? -Sawyer se echó un poco hacia delante, ansioso-. ¿Qué vio?

– Vi su bolsa. La bolsa de Jason. -Le temblaron los labios al pronunciar su nombre. Se llevó una mano trémula a la boca como si quisiera contener el dolor concentrado allí. Bajó la mano-. Todavía veo sus iniciales en un lado. -Se interrumpió otra vez y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano-. De pronto pensé que quizás era la única cosa… la única cosa que quedaba de él. Fui a buscarla. El agente McKenna me dijo que no podía cogerla hasta que acabaran la investigación, así que regresé a casa con las manos vacías. Sin nada. -Pronunció estas dos últimas palabras como si fuesen un resumen de en qué se había convertido su vida.

Sawyer se echó hacia atrás en la silla y miró a su compañero. La bolsa era un callejón sin salida. Dejó transcurrir un minuto entero antes de romper el silencio.

– Cuando le dije que su marido estaba vivo, no pareció sorprenderse. -El tono de Sawyer era bajo y sereno, pero también un poco cortante.

La respuesta de Sidney fue mordaz, pero la voz sonó cansada. Era obvio que se le agotaban las fuerzas.

– Acababa de leer el artículo del periódico. Si quería sorprenderme, tendría que haber venido antes que el repartidor de diarios. -No estaba dispuesta a contarle su humillante experiencia en la oficina de Gamble.

Sawyer permaneció callado un momento. Había esperado esta respuesta absolutamente lógica, pero de todas maneras le complacía haberla escuchado de sus labios. A menudo, los mentirosos se embarcaban en complicadas historias en sus esfuerzos por no ser descubiertos.

– Vale, de acuerdo. No quiero que esta conversación se eternice, así que le haré algunas preguntas y quiero respuestas sinceras. Nada más. Si no sabe la respuesta, mala suerte. Estas son las reglas. ¿Las acepta?

Sidney no respondió. Miró con ojos cansados a los agentes. Sawyer se inclinó un poco hacia ella.

– Yo no me inventé las acusaciones contra su marido. Pero con toda sinceridad, las pruebas que hemos descubierto hasta ahora no dan una figura muy buena.

– ¿Qué pruebas? -preguntó Sidney, tajante.

– Lo siento, no estoy en libertad de decirlo -respondió Sawyer-. Pero sí le diré que son lo bastante fuertes para justificar la orden de busca y captura de su marido. Si no lo sabe, todos los polis del mundo le están buscando ahora mismo.

Los ojos de Sidney brillaron al captar el significado de las palabras. Su esposo, un fugitivo buscado por todo el mundo. Miró a Sawyer.

– ¿Sabía esto cuando vino a verme la primera vez?

La expresión de Sawyer reflejó su incomodidad.

– Una parte. -Se movió inquieto en la silla y Jackson lo relevó en el uso de la palabra.

– Si su marido no hizo las cosas de que le acusan, entonces no tiene nada que temer de nuestra parte. Pero no podemos hablar por los demás.

La mirada de Sidney se clavó en el agente.

– ¿Qué ha querido decir con eso?

– Digamos que no hizo nada malo. Sabemos con toda certeza que no estaba en aquel avión. Entonces, ¿dónde está? Si perdió el avión por accidente, la habría llamado en el acto para avisarle de que estaba bien. Pero no lo hizo. ¿Por qué? Una parte de la respuesta sería que se involucró en algo que no era del todo legal. Además, el plan y la ejecución nos llevan a creer que actuaron otras personas. -Jackson hizo una pausa para mirar a Sawyer, que asintió-. Señora Archer, el hombre que creíamos autor material del sabotaje fue asesinado en su apartamento. Al parecer, tenía todo listo para abandonar el país, pero alguien se encargó de cambiar el plan.

Los labios de Sidney pronunciaron la palabra «asesinado» sin sonido. Recordó a Edward Page tendido en un charco formado con su propia sangre. Muerto inmediatamente después de hablar con ella. Se arrebujó en la manta. Vaciló, mientras decidía si decirle o no a los agentes que había hablado con Page. Entonces, por alguna razón que no podía precisar, decidió callar.

– ¿Cuáles son sus preguntas?

– Primero, le contaré una pequeña teoría que tengo. -Sawyer hizo una pausa mientras ponía en orden sus pensamientos-. Por ahora, aceptaremos su historia de que viajó a Nueva Orleans por un impulso. Nosotros la seguimos. También sabemos que sus padres y su hija dejaron la casa poco después.

– ¿Y? ¿Para qué iban a quedarse aquí? -Sidney echó una ojeada al interior de la casa que había querido tanto. ¿Que había aquí sino miseria?, pensó.

– Correcto. Pero verá, usted se fue, nosotros nos fuimos y también sus padres. -Hizo una pausa y esperó la reacción de Sidney.

– Si ese es el punto, me temo que no lo capto.

Sawyer se levantó y se quedó de espaldas al fuego con los brazos abiertos mientras miraba a Sidney.

– No había nada aquí, Sidney. La casa estaba sin vigilar. Da lo mismo la razón que la llevara a Nueva Orleans; la cuestión es que nos alejó de aquí. Y no quedó nadie vigilando su casa. ¿Lo ve ahora?

A pesar del calor del fuego, Sidney sintió que se le helaba la sangre. La habían utilizado de cebo. Jason sabía que el FBI la vigilaba. El la había utilizado. Para conseguir algo de esta casa.

Sawyer y Jackson miraban a Sidney como halcones. Casi veían los procesos mentales mientras reflexionaba sobre lo que acababa de decir el agente.

Sidney miró a través del ventanal. Después miró la chaqueta sobre la mecedora. Pensó en el disquete guardado en el bolsillo. De pronto deseó acabar con la entrevista cuanto antes.

– Aquí no hay nada que le interese a nadie.

– ¿Nada? -La voz de Jackson sonó escéptica-. ¿Su marido no guardaba ningún archivo o expedientes aquí? ¿Nada de eso?

– Nada relacionado con el trabajo. En Tritón son un poco paranoicos con esas cosas.

Sawyer asintió. Después de su experiencia personal en Tritón, era un comentario muy acertado.

– Sin embargo, Sidney, quizá quiera pensarlo. ¿No ha visto si faltaba alguna cosa o que hubieran tocado algo?

– La verdad es que no me he fijado.

– Bien, si no tiene inconveniente, podríamos revisar la casa ahora mismo. -Miró a su compañero, que había fruncido el entrecejo al escuchar la petición. Después miró a Sidney a la espera de su respuesta.

Al ver que ella no decía nada, Jackson se acercó.

– Siempre podemos pedir una orden del juez. Sobran motivos. Pero nos ahorraría un montón de tiempo y problemas. Y si es como usted dice y aquí no hay nada, entonces no tendrá ningún problema, ¿verdad?

– Soy abogada, señor Jackson -dijo Sidney con un tono frío-. Conozco el procedimiento. Adelante, ustedes mismos. Por favor, perdonen la suciedad, no he tenido tiempo para hacer las tareas domésticas. -Se levantó, dejó a un lado la manta y se puso la chaqueta-. Mientras ustedes se ocupan de eso, iré a tomar un poco el aire. ¿Cuánto tardarán?

– Unas horas.

– Muy bien. Si quieren comer algo, busquen en el frigorífico. Registrar es un trabajo que da mucha hambre.

En cuanto Sidney salió de la casa, Jackson se volvió hacia su compañero.