– Mi padre atendió el teléfono en la cocina y después lo dejó en el mostrador mientras iba a avisarme. Ustedes dos se presentaron más o menos en el mismo momento. ¿No cree que cabe la posibilidad de que se olvidara de colgarlo? ¿No justificaría eso los cinco minutos? Quizá quiere llamarle y preguntárselo. Puede usar el teléfono. Está allí. -Sidney señaló el teléfono instalado en la pared junto a la puerta.
Sawyer miró el teléfono y se tomó un momento para pensar. Estaba seguro de que la mujer le mentía, pero lo que decía era plausible. Se había olvidado de que estaba hablando con una abogada muy experta.
– ¿Quiere llamarle? -repitió Sidney-. Sé que está en casa porque llamó hace unos minutos. Lo último que le oí decir fue que pensaba presentar una demanda contra el FBI y Tritón.
– Quizá lo llame más tarde.
– Muy bien. Pero si lo llama ahora se ahorrará el acusarme después de haberme puesto de acuerdo con mi padre para que le mienta. -Su mirada se clavó en las facciones preocupadas del agente-. Y ya que estamos en eso, vamos a ocuparnos de sus otras acusaciones. Dice que les di esquinazo a sus hombres. Dado que no sabía que me seguían, es imposible que les diera «esquinazo». Mi taxi estaba metido en un atasco. Creí que perdería el vuelo, así que tomé el metro. Como hacía años que no viajaba en metro, me bajé en la estación del Pentágono porque no recordaba si tenía que hacer transbordo para llegar al aeropuerto. Cuando me di cuenta del error volví a subir al mismo tren. No cargué con la maleta porque no quería arrastrarla por el metro, sobre todo si tenía que correr para llegar al avión. Si me hubiese quedado en Nueva Orleans habría llamado para que me la mandaran en un vuelo posterior. He estado muchas veces en Nueva Orleans. Siempre me lo he pasado muy bien allí. Me pareció un lugar lógico, aunque últimamente no pienso con mucha lógica. Me limpiaron los zapatos. ¿Es ilegal? -Miró a los dos hombres-. Supongo que enterrar al cónyuge cuando no se tiene el cadáver es una experiencia por la que no han pasado.
Sidney cogió el periódico y lo arrojó al suelo, furiosa.
– El hombre de esa historia no es mi marido. ¿Saben cuál era nuestra idea de una aventura? Hacer una barbacoa en el jardín en el invierno. La cosa más arriesgada que le he visto hacer a Jason ha sido conducir demasiado deprisa sin llevar puesto el cinturón de seguridad. Jamás se hubiera involucrado en el sabotaje a un avión. Sé que no me creen, pero lo cierto es que me importa un pimiento.
Se puso de pie y caminó un par de pasos. Se apoyó en el frigorífico.
– Necesitaba marcharme. ¿Necesito decirles por qué? ¿Es necesario? -Su voz se convirtió casi en un grito y después apretó los labios.
Sawyer se dispuso a responder pero cerró la boca al ver que Sidney levantaba la mano para añadir algo más con un tono más tranquilo.
– Me quedé en Nueva Orleans sólo un día. De pronto se me ocurrió que no podría escapar de la pesadilla en que se ha convertido mi vida. Tengo una niña pequeña que me necesita. Y yo la necesito a ella. Es lo único que me queda. ¿Lo comprende? ¿Alguno de los dos lo comprende?
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Sidney. Cerró y abrió las manos mientras intentaba no jadear. Entonces volvió a sentarse bruscamente.
Ray Jackson se entretuvo unos segundos con la taza de café y miró a su compañero.
– Señora Archer, Lee y yo tenemos familia. No puedo imaginar lo que está pasando usted en estos momentos. Tiene que comprender que sólo intentamos hacer nuestro trabajo. Hay un montón de cosas que no tienen sentido. Pero una cosa es segura. Han muerto todos los pasajeros de un avión y el responsable pagará por ello.
Sidney volvió a levantarse. Le temblaban las piernas y lloraba a moco tendido. Echaba chispas por los ojos y su voz era muy aguda, casi histérica.
– ¿Cree que no lo sé? Yo estuve allí. ¡En aquel infierno! -La voz subió un tono más, las lágrimas le mojaron la blusa, y los ojos parecían querer salirse de las órbitas-. ¡Lo vi! -Dirigió una mirada feroz a los dos agentes ¡Todo! El… el zapatito… el zapatito de bebé.
Sidney soltó un gemido y se desplomó sobre la silla. Los sollozos sacudían su cuerpo con tanta fuerza que parecía como si en la espalda estuviese a punto de hacer erupción un volcán que escupiría más miseria de la que ningún ser humano podría aguantar.
Jackson se levantó para ir a buscarle un pañuelo de papel.
Sawyer exhaló un suspiro, puso una de sus manazas sobre la de Sidney y se la apretó con dulzura. El zapatito de bebé. El mismo que él había tenido en su mano y que le había hecho llorar. Por primera vez se fijó en la alianza y el anillo de bodas de Sidney. Eran sencillos pero hermosos, y estaba seguro de que ella los había llevado con orgullo todos estos años. Jason podía o no haber hecho algo malo, pero tenía una mujer que le amaba, que creía en él. Sawyer se descubrió a sí mismo deseando que Jason fuese inocente, a pesar de todas las pruebas en contra. No quería que tuviera que enfrentarse a la realidad de la traición. Le rodeó los hombros con el brazo. Su cuerpo se estremeció y se sacudió con cada convulsión de la mujer. Le susurró al oído palabras de consuelo, en un intento desesperado para que volviera en sí. Por un instante, revivió la ocasión en que había abrazado a otro joven de esta manera. Aquella catástrofe había sido un baile de promoción que había acabado mal. Había sido una de las pocas veces en que había estado allí para uno de sus hijos. Había sido maravilloso rodear con sus brazos musculosos aquel cuerpo menudo, y dejar que su dolor, su vergüenza, se descargara en él. Sawyer volvió a centrarse en Sidney Archer. Decidió que ya había sufrido demasiado. Este dolor no podía ser falso. Con independencia de cualquier otra cosa, Sidney Archer les había dicho la verdad, o al menos la mayor parte. Como si hubiese intuido sus pensamientos, ella le apretó la mano.
Jackson le alcanzó el pañuelo. Sawyer no vio la expresión preocupada de su compañero mientras Jackson observaba la gentileza de Sawyer en sus esfuerzos para que Sidney recobrara el control. Las cosas que le decía, la manera de protegerla con los brazos. Era obvio que Jackson no estaba nada satisfecho con su compañero.
Unos minutos después, Sidney estaba sentada delante del fuego que Jackson se había apresurado a encender en la chimenea. El calor era reconfortante. Sawyer miró a través del ventanal y vio que volvía a nevar. Echó una ojeada a la habitación y se fijó en las fotos sobre la repisa de la chimenea: Jason Archer, un joven en el que nada indicaba que pudiera ser el autor de uno de los crímenes más horrendos; Amy Archer, una de las niñas más bonitas que Sawyer hubiese visto, y Sidney Archer, preciosa y encantadora. Una familia perfecta, al menos en la superficie. Sawyer había dedicado veinticinco años de su vida a escarbar sin tregua debajo de la superficie. Esperaba con ansia el día en que no tuviese que hacerlo. El momento en que sumergirse en los motivos y las circunstancias que convertían a seres humanos en monstruos fuese la tarea de otro. Hoy, sin embargo, era su deber. Apartó la mirada de la foto y miró al ser real.
– Lo siento. Al parecer, pierdo el control cada vez que ustedes dos aparecen. -Sidney pronunció las palabras lentamente, con los ojos cerrados. Parecía más pequeña de lo que Sawyer recordaba, como si una crisis detrás de otra produjeran el efecto de que se hundiera sobre sí misma.
– ¿Dónde está la pequeña? -preguntó el agente.
– Con mis padres -contestó Sidney en el acto.
Sawyer asintió despacio. Sidney abrió los ojos por un segundo y los cerró otra vez.
– La única vez que no pregunta por su padre es cuando está durmiendo -añadió Sidney con un murmullo, los labios temblorosos.
Sawyer se frotó los ojos inyectados en sangre y se acercó un poco más al fuego.
– ¿Sidney? -Ella abrió los ojos y le miró. Se arregló sobre los hombros la manta que había cogido del sofá y levantó las piernas hasta que las rodillas le tocaron el pecho-. Sidney, usted dijo que fue al lugar del accidente. Sé que es verdad. ¿Recuerda haberse llevado a alguien por delante? Todavía me duele la rodilla.