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– Una vez cerrado el acuerdo con CyberCom, comprendo que se sintiera muy feliz.

– No puedo decir lo mismo por lo que se refiere a Quentin Rowe.

– Forman realmente una extraña pareja.

– Tiene razón. Como Al Capone y Ghandi. -Sidney respiró profundamente sobre la boquilla del receptor, pero no dijo nada-. Sidney, sé que esto no le va a gustar, pero se lo voy a decir de todos modos. Estaría usted mucho mejor si viniera. Podemos protegerla.

– Quiere decir que me meterían en la cárcel, ¿no es eso? -preguntó con un tono de voz amargo.

– Sidney, yo sé que no mató usted a nadie.

– ¿Puede demostrarlo?

– Creo que puedo.

– ¿Lo cree? Lo siento, Lee. Aprecio realmente ese voto de confianza, pero me temo que no es lo bastante bueno para mí. Sé muy bien cómo se han ido acumulando las pruebas, y cuál es la percepción que tiene el público de las cosas. Arrojarían la llave por la alcantarilla.

– Podría usted correr verdadero peligro ahí fuera. -Sawyer pasó lentamente los dedos por el escudo del FBI sujeto a su cinturón-. Mire, dígame dónde está y acudiré a recogerla. No irá nadie más. Ni mi compañero, ni nadie. Sólo yo. Para llegar hasta usted, tendrían que hacerlo pasando a través de mí. Mientras tanto, podríamos tratar de pensar juntos sobre todo esto.

– Lee, es usted un agente del FBI. Hay una orden de búsqueda y captura contra mí. Su deber oficial es detenerme y ponerme a buen recaudo en cuanto me vea. Además, ya me ha encubierto en una ocasión.

Sawyer tragó saliva con dificultad. En su mente, un par de cautivadores ojos color esmeralda empezaron a difuminarse para convertirse en la luz de un tren que se abalanzaba directamente sobre él.

– Digamos entonces que eso forma parte de mi deber no oficial.

– Y si se descubre, su carrera habrá terminado. Además, podrían enviarlo también a la cárcel.

– Ya soy un chico mayor, así que estoy dispuesto a correr ese riesgo. Le doy mi palabra de que sólo acudiría yo. -Su tono de voz tembló con un entusiasmo contenido. Sidney no pudo decir nada-. Sidney, estoy totalmente de su parte. Yo…, sólo quiero que esté bien, ¿de acuerdo?

– Le creo, Lee -dijo Sidney con la voz entrecortada-. Y no puede imaginarse lo mucho que eso significa para mí. Pero tampoco voy a permitir que destroce su vida. Tampoco quiero tener eso sobre mi conciencia.

– Sidney…

– Tengo que marcharme ahora, Lee.

– ¡Espere! No lo haga.

– Intentaré ponerme en contacto de nuevo.

– ¿Cuándo?

Sidney miró directamente a través del parabrisas, con el rostro repentinamente rígido y los ojos muy abiertos.

– No… estoy segura -dijo vagamente.

Luego, cortó la comunicación.

Sawyer colgó el teléfono y rebuscó en el bolsillo del pantalón el paquete de Malboro. Encendió otro cigarrillo. Utilizó la mano ahuecada a modo de cenicero mientras iba de un lado a otro del salón. Se detuvo, midió con los dedos el agujero del tamaño de un puño que había hecho en la pared y pensó seriamente en hacer otro igual. En lugar de eso, se dirigió hacia la ventana y miró, completamente desesperado, hacia la gélida noche de diciembre.

En cuanto Sidney regresó a la casa, el hombre surgió de entre las oscuras sombras del garaje. El aliento se le congeló en el gélido ambiente. Abrió la puerta del Land Rover. Al encenderse las luces interiores del vehículo, los mortales ojos azules relucieron como joyas horriblemente talladas bajo la débil luz. Las manos enguantadas de Kenneth Scales registraron el coche, pero no encontraron nada de interés. Tomó entonces el teléfono celular y marcó el botón de rellamada. El teléfono sonó una sola vez antes de que la voz animada de Lee Sawyer le llegara desde el otro lado. Scales sonrió y escuchó el tono urgente del agente del FBI, que evidentemente creía que Sidney Archer volvía a llamarlo. Luego, Scales desconectó la llamada, cerró el coche sin hacer ruido y subió la escalera que conducía a la casa. De una vaina de cuero que llevaba colgada del cinturón, extrajo la finísima hoja de estilete que había utilizado para matar a Edward Page. Se habría podido ocupar de Sidney Archer cuando ella bajó del Land Rover, pero no sabía si estaría armada. Ya la había visto matar con un revólver. Además, su método para matar se basaba en la más completa sorpresa de sus víctimas.

Recorrió el primer piso, buscando la chaqueta de cuero que llevaba Sidney, pero no la encontró. Había dejado el bolso sobre el mostrador, pero lo que él buscaba no estaba allí dentro. Empezó a subir la escalera que conducía al segundo piso. Se detuvo y ladeó la cabeza. Por encima del rugido del viento, el sonido que llegó hasta sus oídos, procedente del segundo piso, le hizo sonreír de nuevo. Era el sonido del agua llenando la bañera. En esta fría y cruda noche invernal, en la rústica Maine, la única ocupante de la casa se preparaba para tomar un agradable baño relajante y tranquilizador. Avanzó en silencio escalera arriba. La puerta del dormitorio, en lo alto del rellano, estaba cerrada, pero pudo escuchar con claridad el sonido del agua en el cuarto de baño adjunto. Entonces, el sonido se apagó. Esperó unos segundos más y se imaginó a Sidney Archer metiéndose en la bañera, permitiendo que el agua caliente reconfortara su agotado cuerpo. Avanzó unos pasos hacia la puerta del dormitorio. Scales conseguiría primero la contraseña y luego se ocuparía durante un rato de la dueña de la casa. Si no conseguía encontrar lo que andaba buscando, le prometería que la dejaría con vida a cambio de su secreto, y después la mataría. Se preguntó por un momento qué aspecto tendría desnuda aquella atractiva abogada. Por lo que había podido ver, llegó a la conclusión de que sería muy bueno. Y ahora ya no tenía ninguna prisa. Había sido un viaje muy largo y agotador desde la costa Este hasta Maine. Se merecía un poco de relajación, pensó, mientras se regodeaba con lo que estaba a punto de suceder.

Scales se situó al lado de la puerta, de espaldas contra la pared, con el cuchillo preparado, y colocó una mano sobre el pomo, haciéndolo girar sin efectuar el menor ruido.

No fue tan silencioso el atronador disparo que desintegró la puerta e incrustó varios trozos de la bala explosiva de la Magnum en su antebrazo izquierdo. Lanzó un grito y se arrojó escalera abajo, rodando atléticamente sobre sí mismo, para caer virtualmente de pie, mientras se sujetaba el brazo ensangrentado. Miró rápidamente hacia arriba, en el momento en que Sidney Archer, completamente vestida, salía precipitadamente del dormitorio. Apretó de nuevo el gatillo y él apenas si tuvo tiempo de lanzarse a un lado, apartándose, antes de que otro disparo alcanzara el lugar donde se encontraba un instante antes. La casa estaba casi totalmente a oscuras, pero si volvía a moverse, ella podría localizar su posición. Se acurrucó detrás del sofá. Lo delicado de su situación era evidente. En algún momento, Sidney Archer se arriesgaría a encender una luz y la capacidad mortífera de la escopeta devastaría rápidamente todo lo que se encontrara en la habitación, incluido él mismo.

Sin dejar de respirar con serenidad, sujetó el cuchillo con la mano buena, miró a su alrededor y esperó. El brazo le producía terribles pinchazos; Scales estaba mucho más acostumbrado a causar daño que a recibirlo. Oyó los pasos de Sidney, que bajaban con precaución la escalera. Estaba seguro de que la escopeta oscilaba de un lado a otro para cubrir la zona. Desde la oscuridad que lo envolvía, asomó con mucha precaución la cabeza por encima del respaldo del sofá. Su mirada se fijó instantáneamente en ella. Se encontraba a mitad de la escalera. Estaba tan concentrada en localizarlo, que no vio un trozo de la puerta del dormitorio que había caído sobre uno de los escalones. Al depositar el peso de su cuerpo sobre él, el trozo se deslizó y los dos pies se levantaron en el aire. Lanzó un grito y cayó rodando por la escalera, mientras la escopeta se estrellaba contra la barandilla. Saltó de su escondite en un instante. Cuando los dos rodaron sobre el suelo de madera dura, golpeó la cabeza de Sidney. Ella pateó furiosamente contra su pecho y las costillas, con sus pesadas botas. Luego, se retorció salvajemente, apartándose en el instante en que él golpeaba con el cuchillo. El cuchillazo falló por poco y le desgarró el interior de la chaqueta, en lugar de su carne. Un objeto blanco, que había estado en el bolsillo de Sidney, se desprendió a causa del impacto y cayó al suelo.