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Las fechas del calendario correspondientes a las cinco ocasiones en que Arthur Lieberman había cambiado las tasas de interés por su propia cuenta. Las cinco veces en las que alguien había ganado tanto dinero como para comprar un país.

La pregunta de Sawyer había quedado finalmente contestada. Ahora sólo tenía un caso, no dos. Existía una conexión entre Jason y Lieberman. Pero ¿de qué se trataba? Se le ocurrió entonces otra idea. Edward Page le había dicho a Sídney que no había seguido a Jason Archer al aeropuerto. La única otra persona a la que podía haber estado siguiendo era a Lieberman. Page podría haber seguido al presidente de la Reserva Federal y encontrarse de repente con Archer. Pero entonces, ¿por qué seguir a Lieberman? Con el ceño fruncido, Sawyer dejó el mensaje a un lado y observó el vídeo que registraba la entrevista de Archer en el almacén, y que estaba sobre la mesa. Si Sidney tenía razón acerca de que Brophy sabía muchas más cosas que Jason Archer, ¿qué demonios había transmitido éste en el almacén? ¿Podía ser esa la conexión con Arthur Lieberman? No había visto la cinta desde hacía algún tiempo. Decidió solucionar ese descuido de inmediato.

Introdujo la cinta en el vídeo situado bajo una gran pantalla de televisión, en uno de los rincones de la estancia. Se sirvió más café y apretó el mando; la cinta empezó a emitirse. Observó toda la escena dos veces. Luego la vio una tercera vez, pero en esta ocasión a cámara lenta. Una mueca se extendió sobre sus rasgos. Cuando vio la cinta por primera vez, en la oficina de Hardy, algo le hizo fruncir también el ceño. ¿Qué demonios era? Rebobinó otra vez la cinta y apretó el botón para que empezara a proyectarse. Jason y el otro hombre estaban esperando; el maletín de Jason estaba a la vista. Se oía entonces la llamada en la puerta y entraban los otros hombres. El más viejo y los otros dos, con gafas de sol. Realmente astuto. Sawyer miró de nuevo a los dos hombres corpulentos. Le parecían extrañamente familiares, pero no podía… Sacudió la cabeza y siguió observando. Se produjo entonces el intercambio, en el que Jason parecía mostrarse extremadamente nervioso. Luego llegó el paso del avión. Por lo que sabía, el almacén se encontraba en la trayectoria de aproximación de los aviones al aeropuerto. Todos los presentes en la estancia levantaron las miradas hacia el sonido atronador. Sawyer dio entonces un salto que casi estuvo a punto de derramarle el café sobre la camisa. Pero en esta ocasión no fue a causa del sonido del avión.

– ¡Santo cielo! -exclamó. Congeló la imagen de la cinta y situó la cara a muy pocos centímetros de la pantalla. Luego, tomó el teléfono-. Liz, necesito de tu magia, y esta vez, profesora, será toda una cena.

Le comunicó rápidamente lo que deseaba.

Sawyer tardó dos minutos, corriendo, en llegar al laboratorio. El equipo ya estaba preparado, y una sonriente Liz le esperaba al lado. Sawyer, que jadeaba, le entregó la cinta, que ella introdujo en otro reproductor de vídeo. Se sentó después ante un panel de control y la cinta empezó a proyectarse. La pantalla sobre la que apareció debía de tener por lo menos sesenta pulgadas.

– Está bien, está bien, Liz, ahora prepárate. ¡Ahí! ¡Justo ahí! -exclamó; casi saltó del suelo de tan entusiasmado como estaba.

Liz congeló la cinta y luego apretó algunos botones del panel de control. Las figuras humanas que aparecían en la pantalla aumentaron de tamaño hasta ocuparla por completo. Pero Sawyer sólo miraba a una persona.

– Liz, ¿puedes aumentar de tamaño esta parte de aquí? -preguntó al tiempo que indicaba con el dedo una parte específica de la pantalla.

Liz hizo lo que se le pedía. Sawyer sacudió la cabeza, con una silenciosa expresión de extrañeza. Liz se le unió para contemplar la asombrosa escena. Luego le miró.

– Tenías razón, Lee. ¿Qué significa esto?

Sawyer miraba fijamente al hombre que se había identificado a sí mismo ante Jason Archer como Anthony DePazza, en aquella fatídica mañana de noviembre en la fría y lluviosa Seattle. Más concretamente, la mirada de Sawyer se enfocó sobre la nuca de DePazza, claramente visible ahora, puesto que había levantado la cabeza en el momento en que el avión pasaba por encima de ellos. De hecho, Sawyer y Liz pudieron observar una clara grieta en la línea de la nuca. Una grieta entre la piel real y la falsa.

– No estoy seguro, Liz, pero me pregunto por qué demonios el tipo con el que estaba hablando Archer tenía que llevar alguna especie de disfraz.

Liz miró intensamente la pantalla.

– Yo solía hacer esa clase de cosas cuando estaba en la universidad.

– ¿A qué te refieres?

– Ya sabes, disfraces, maquillajes, máscaras. Para cuando hacíamos representaciones teatrales. Deberías saber que yo fui en otro tiempo una malvada lady Macbeth.

Sawyer miró la pantalla con la boca abierta en el mismo instante en que aquella única palabra le martilleaba en la cabeza: ¿representación?

Mientras reflexionaba sobre toda esta información nueva, Sawyer regresó apresuradamente a la sala de conferencias. Ray Jackson estaba sentado allí, con varios documentos en la mano, que balanceó ante su compañero.

– Recibido por fax de Charles Tiedman. Muestras de la escritura de Page. Tengo copias de las cartas que encontré en el apartamento de Lieberman. No soy ningún experto, pero creo que coinciden.

Sawyer se sentó y miró las cartas, comparando la escritura.

– Estoy de acuerdo contigo, Ray, pero pídele al laboratorio que lo confirme con seguridad.

– De acuerdo. -Jackson se levantó para cumplir la tarea, pero Sawyer lo detuvo de pronto-. Eh, Ray, déjame echar otro vistazo a esas cartas.

Jackson se las entregó.

En realidad, Sawyer sólo quería mirar una de ellas. El membrete era impresionante: Asociación de Alumnos de la Universidad de Columbia. Tiedman no había mencionado que Steven Page hubiera estudiado en Columbia. Evidentemente, Page había intervenido en algún momento en los asuntos de los alumnos. Sawyer realizó mentalmente algunos cálculos aritméticos. Steven Page tenía veintiocho años cuando murió hacía cinco años. Ahora tendría treinta y tres o treinta y cuatro años, dependiendo de su fecha de nacimiento. Así que, probablemente, se habría graduado en 1984. De repente, otro pensamiento brotó en la mente de Sawyer.

– Adelante, Ray. Tengo que hacer algunas llamadas.

Una vez que Jackson se hubo marchado con los documentos, Sawyer marcó el número del servicio de información y obtuvo el de la oficina de información de la Universidad de Columbia. En cuestión de un par de minutos consiguió la comunicación que buscaba. Se le dijo que Steven Page se había graduado efectivamente en la universidad, en 1984, y nada menos que con un magna cum laude. Sawyer se miró las manos y se preparó para hacer su siguiente pregunta. Los dedos le temblaban. Hizo todo lo que pudo por controlar sus emociones y esperó a que la mujer que le atendía consultara sus archivos. En efecto, le comunicó a Sawyer, el otro estudiante también era un graduado del ochenta y cuatro, y también él se había graduado con un summa cum laude. Según dijo la voz, era bastante impresionante conseguir algo así en Columbia. Sawyer le hizo otra pregunta y la mujer le contestó que para conocer la respuesta tendría que hablar con la residencia de estudiantes. Esperó, con los nervios de punta. Cuando finalmente se puso en contacto con alguien de la residencia de estudiantes, le contestaron a su pregunta con rapidez. Sawyer dio rápidamente las gracias a la persona que le había atendido y luego colgó el teléfono con fuerza. El veterano agente del FBI pegó un salto en la silla y exclamó en voz alta: «¡Jodido bingo!», en medio de la habitación vacía. Teniendo en cuenta las circunstancias, el entusiasmo de Sawyer parecía bastante natural.

Quentin Rowe también se había graduado en la Universidad de Columbia en 1984. Y, lo que era mucho más importante, él y Steven Page compartieron la misma residencia durante los dos últimos años de universidad.