– ¿Utilizó Jason el dispositivo microfónico del ordenador? ¿Tenía, por ejemplo, uno en casa?
– No. Podía teclear mucho más rápidamente de lo que era capaz de hablar. ¿Por qué?
– Entonces, ¿por qué tenía un micrófono en su ordenador de trabajo?
Sidney pensó en ello por un momento.
– No lo sé. Creo que era algo bastante reciente. Debía de tenerlo sólo desde hacía unos pocos meses, quizá algo más. Los he visto en otras oficinas de Tritón, si es que eso le ayuda en algo. ¿Por qué?
– Ya llegaré a eso, Sidney, sólo tenga un poco de paciencia con alguien viejo y cansado. -Sawyer se tironeó del labio superior-. Cuando habló con Jason, las dos veces en que lo hizo, ¿estuvo segura de que se trataba de él?
– Pues claro que era él. Conozco la voz de mi esposo.
El tono de voz de Sawyer fue pausado y firme, como si tratara de grabar en Sidney aquellas palabras.
– No le he preguntado si estaba segura de que era la voz de su esposo. -Hizo una breve pausa, respiró un momento y continuó-: Le he preguntado si estaba segura de que se trataba de su esposo en las dos ocasiones.
Sidney se quedó petrificada. Cuando finalmente encontró su propia voz, ésta surgió como un susurro furioso.
– ¿Qué está sugiriendo?
– Escuché su primera conversación con Jason. Tiene razón, parecía sentir pánico y respiraba pesadamente. Mantuvieron ustedes una verdadera conversación. Pero ahora me dice que la segunda vez él parecía diferente, y que no mantuvieron una verdadera conversación. El se limitó a hablar, y usted a escuchar. No detectó ningún pánico. Muy bien, conocemos ahora la existencia de ese micrófono en el despacho de Jason, algo que él no utilizaba nunca. Si nunca lo usaba, ¿por qué lo tenía?
– Yo… ¿qué otra razón podría haber?
– Un micrófono, Sidney, se utiliza para grabar cosas. Sonidos…, voces.
Sidney apretó el teléfono celular con tal fuerza que la mano se le enrojeció.
– ¿Quiere decir…?
– Lo que quiero decir es que estoy convencido de que en ambas ocasiones escuchó la voz de su esposo por el teléfono, de acuerdo. Pero creo que lo que escuché la segunda vez fue una compilación de palabras de su esposo, extraídas de las grabaciones tomadas con el micrófono, pues estoy bastante seguro de que ése era su propósito. Había una grabadora.
– Eso no es posible. ¿Por qué?
– Todavía no sé por qué. Pero, en todo caso, parece bastante claro. Eso explica por qué su segunda conversación con él fue tan diferente. Supongo que el vocabulario que empleó la segunda vez fue bastante ordinario, ¿verdad? -Sidney no le contestó-. ¿Sidney?
Sawyer oyó un sollozo desde el otro lado de la línea.
– Entonces…, ¿cree usted…, está convencido de que Jason… ha muerto?
Sidney hizo esfuerzos por contener las lágrimas. Ya había pasado por una ocasión en la que creyó que su esposo había muerto, sólo para descubrir repentinamente que estaba vivo. O eso fue lo que creyó. Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas, mientras contemplaba la idea de lamentar de nuevo la pérdida de su esposo.
– No tengo forma de saber eso, Sidney. El estar convencido de que se utilizó la voz grabada de Jason, porque no fue la voz real, me induce a pensar que él no estaba presente para decir por sí mismo lo que tuviera que decir. Pero no lo sé. Dejémoslo así por el momento.
Sidney colgó el teléfono y se llevó las manos a la cabeza. Ahora le temblaban las extremidades, como olmos jóvenes bajo una ventisca.
Alarmado, Sawyer habló con tono preocupado por el teléfono.
– ¿Sidney? ¿Sidney? No cuelgue, por favor. ¿Sidney?
La comunicación se había interrumpido, y Sawyer colgó con un golpe.
– ¡Maldita sea! ¡Hijo de puta!
Transcurrió un minuto. Sawyer fue de un lado a otro, por el pequeño salón. Cada vez más enfurecido, terminó por lanzar un puñetazo contra la pared, con tal fuerza que abrió un boquete en ella. Saltó hacia el teléfono cuando éste volvió a sonar.
– ¿Dígame? -preguntó con voz temblorosa por la expectativa.
– Está bien, no hablemos más sobre si Jason se encuentra… vivo, ¿de acuerdo? -dijo la voz de Sidney, desprovista de toda emoción.
– De acuerdo -asintió Sawyer, serenando la voz.
Se sentó e hizo una pausa, tratando de decidir qué línea de interrogatorio debía seguir.
– Lee, ¿por qué querría alguien grabar la voz de Jason en Tritón y luego utilizarla para comunicarse conmigo?
– Sidney, si supiera la respuesta a eso estaría dando saltos mortales de alegría por el pasillo. Dijo que recientemente se habían instalado micrófonos en una serie de despachos. Eso significa que cualquiera de la empresa habría podido conectar su micrófono con una grabadora. O quizá uno de los competidores de Tritón podría haberlo hecho de algún modo. Quiero decir, si sabía usted que él no utilizaba el micrófono, otras personas también lo sabrían. Lo que sí sé es que ya no está en su despacho. Quizá tenga algo que ver con los secretos que supuestamente vendió a RTG.
Sawyer se frotó el cráneo mientras elegía las preguntas adicionales que deseaba plantearle. Ella se le adelantó.
– Sólo que pensar que Jason vendía secretos a RTG no parece tener ahora ningún sentido.
– ¿Por qué no? -preguntó Sawyer, extrañado, levantándose.
– Porque Paul Brophy trabajaba también en el acuerdo con la CyberCom. Estuvo presente en todas las sesiones estratégicas. Llegó incluso a hacer un intento por asumir el papel dirigente en la transacción. Ahora sé que Brophy trabajaba con Goldman y RTG para conocer la postura negociadora final de Tritón y darles así esa ventaja. No sabría mucho más que Jason sobre la postura de regateo de Tritón. Las condiciones exactas del trato se mantenían físicamente en Tylery Stone, no en Tritón.
– ¿Quiere decir…? -empezó a preguntar Sawyer con los ojos muy abiertos.
– Sólo estoy diciendo que, puesto que Brophy trabajaba para RTG, no habrían necesitado para nada a Jason.
Sawyer volvió a sentarse y lanzó un juramento por lo bajo. En ningún momento se le había ocurrido establecer esa conexión.
– Sidney, los dos vimos un vídeo de su esposo transmitiendo información a un grupo de hombres en un almacén de Seattle, el mismo día en que se estrelló el avión. Si no les pasaba información sobre el acuerdo con CyberCom, ¿qué demonios estaba haciendo?
Sidney se estremeció, llena de frustración.
– ¡No lo sé! Lo único que sé es que cuando Brophy fue apartado de las sesiones finales del acuerdo, trataron de chantajearme por ello. Yo fingí estar de acuerdo. Mi verdadero plan consistía en acudir a las autoridades. Pero entonces subimos a aquella limusina. -Sidney se estremeció-. El resto ya lo sabe usted.
Sawyer se metió una mano en el bolsillo y extrajo un cigarrillo. Se sujetó el teléfono bajo la barbilla mientras lo encendía.
– ¿Ha descubierto alguna otra cosa?
– Hablé con Kay Vincent, la secretaria de Jason. Me dijo que el otro gran proyecto en el que Jason trabajaba, aparte del de CyberCom, era en una integración de los archivos de seguridad de Tritón.
– ¿Archivos de seguridad grabados? ¿Es eso importante? -preguntó Sawyer.
– No lo sé, pero Kay me dijo que Tritón había entregado datos financieros a CyberCom. El mismo día en que se estrelló el avión -dijo Sidney, que parecía exasperada.
– ¿Qué tiene eso de insólito? Al fin y al cabo, estaban cerrando un acuerdo.
– Ese mismo día, Nathan Gamble me pegó una bronca fenomenal en Nueva York porque no quería entregar esos datos a la CyberCom.
Sawyer se frotó la frente.
– Eso no tiene ningún sentido. ¿Cree usted que Gamble sabía que los datos se entregaron?
– No lo sé. Bueno, en realidad no puedo estar segura de eso. -Sidney hizo una pausa. El frío húmedo empezaba a resultarle doloroso-. De hecho, pensé que el acuerdo con la CyberCom podía saltar por los aires debido a la negativa de Gamble.
– Bueno, puedo asegurarle que eso no sucedió así. Hoy mismo asistí a la conferencia de prensa en la que se anunció el acuerdo. Gamble sonreía como un gato de Cheshire.