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– De acuerdo, gano menos que usted. Eso le dará más o menos una idea.

Gamble se rió.

– ¿Por qué le interesa saber cuál es mi sueldo?

– La cuestión es que no me interesa. Por lo que sé de usted y sabiendo lo que suele pagar el gobierno, estoy seguro de que no es bastante.

– ¿Y? Incluso si ese fuera el caso, no es su problema.

– Mi trabajo no es tener problemas sino resolverlos. Para eso están los presidentes, Sawyer. Miran el cuadro general, o al menos se supone que lo hacen. Venga, ¿qué me dice?

– ¿Qué quiere que le diga?

Gamble le dio una chupada al puro con una expresión de picardía.

De pronto, Sawyer se dio cuenta de adonde quería ir a parar Gamble.

– ¿Me está ofreciendo un empleo?

– Hardy dice que usted es el mejor. Yo sólo contrato a los mejores.

– ¿Cuál es exactamente el cargo que quiere que ocupe?

– Jefe de seguridad, ¿cuál si no?

– Creía que Lucas tenía ese trabajo.

Gamble se encogió de hombros.

– Yo me ocuparé de él. Además, él forma parte de mi servicio personal. Por cierto, a él le cuadrupliqué el sueldo del gobierno. Pienso ser todavía más generoso con usted.

– Por lo que veo, culpa a Lucas por lo que ocurrió con Archer.

– Alguien tiene que ser el responsable. ¿Qué me dice?

– ¿Qué pasa con Hardy?

– Ya es mayorcito. ¿Quién dice que no puede pujar por sus servicios? Si acepta trabajar para mí, quizás a él no lo necesite mucho.

– Frank es un buen amigo mío. No pienso hacer nada que le perjudique. Yo no actúo de esa manera.

– No crea que por eso se va a hundir en la miseria. Ha ganado mucho dinero y casi todo mío. Pero bueno, usted sabrá lo que hace.

– Si quiere que le diga la verdad -dijo Sawyer mientras se levantaba-, no creo que usted y yo lleguemos a sobrevivimos el uno al otro.

– Es probable que en eso tenga usted toda la razón -señaló Gamble.

Al salir del cuarto, Sawyer se encontró frente a frente con Richard Lucas, que estaba apostado junto a la puerta.

– Hola, Rich, desde luego, no paras ni un minuto.

– Es parte de mi trabajo -contestó Lucas con un tono brusco.

– Bueno, para mí es usted de los que van para santos. -Sawyer señaló con la cabeza hacia la habitación donde Gamble fumaba el puro y se alejó.

Sawyer acababa de llegar a su despacho cuando sonó el teléfono.

– ¿Sí?

– Es Charles Tiedman, Lee.

– Pásame la llamada. -Sawyer apretó el botón que apagaba el piloto rojo del teléfono-. Hola, Charles.

– Lee, le llamo para responder a su pregunta -dijo el banquero con un tono seco pero cortés.

El agente buscó en su libreta hasta dar con la página donde tenía apuntados los puntos más importantes de su anterior conversación con Tiedman.

– Usted iba a averiguar las fechas en que Lieberman varió los tipos.

– No quería enviárselas por correo ni por fax. Aunque técnicamente es algo del dominio público no estaba muy seguro de quién podía verlas aparte de usted. No hay ninguna necesidad de remover las cosas sin motivo.

– Lo comprendo. -«Dios, estos tipos de la Reserva están obsesionados con el secreteo», pensó Sawyer-. Ya puede dictármelas.

El agente oyó el carraspeo de Tiedman.

– Los tipos se cambiaron en cinco ocasiones. El primer cambio se produjo el diecinueve de diciembre de 1990. Los demás ocurrieron el 28 de febrero del año siguiente, el veintiséis de septiembre de 1992, el quince de noviembre del mismo año y, el último, el dieciséis de abril de 1993.

Sawyer acabó de escribir las fechas antes de formular una pregunta.

– ¿Cuál fue el efecto neto después de las cinco variaciones?

– El efecto neto fue subir medio punto el tipo de interés de los fondos de la Reserva. Sin embargo, la primera bajada fue de un punto y la última subida de cero setenta y cinco.

– Supongo que eso debe ser mucho de una vez.

– Si fuésemos militares discutiendo sistemas de armamento, un punto equivale a una bomba atómica.

– Tengo entendido que si alguien pudiera saber por anticipado las decisiones de la Reserva sobre los tipos, se haría archimillonario.

– En realidad -manifestó Tiedman-, saber por anticipado las acciones de la Reserva respecto a los tipos de interés es, a todos los efectos y propósitos, algo inútil.

«Madre de Dios.» Sawyer cerró los ojos, se dio una palmada en la frente y echó la silla hacia atrás hasta que estuvo a punto de caerse. Quizá lo mejor fuera pegarse un tiro con su vieja pistola y acabar para siempre con este sufrimiento.

– Perdone la expresión, pero entonces ¿a qué coño viene tanto secreto?

– No me malinterprete. Las personas inescrupulosas pueden aprovecharse de mil maneras con el conocimiento de las deliberaciones de la Reserva. Sin embargo, tener una información previa de las acciones de la Reserva no es una de ellas. El mercado tiene una legión de expertos dedicados exclusivamente a estudiar la Reserva y que conocen tan bien su trabajo que siempre saben por anticipado si vamos a bajar o a subir los tipos y en qué porcentaje. El mercado siempre sabe lo que haremos. ¿Lo ha entendido bien?

– Muy bien. -Sawyer exhaló un suspiro. De pronto se irguió en la silla-. ¿Qué pasa si el mercado se equivoca?

El tono de Tiedman demostró que estaba muy complacido con la pregunta.

– Ah, ese es un asunto completamente distinto. Si el mercado se equivoca, entonces se pueden producir terribles cambios en el panorama financiero.

– Por lo tanto, si alguien sabe por anticipado que se producirá una variación por sorpresa, se embolsaría una bonita suma, ¿no es así?

– Yo diría que bastante más. Cualquiera con información anticipada sobre una variación de tipos por sorpresa podría ganar millones de millones segundos después de anunciarse la decisión de la Reserva. -La respuesta de Tiedman dejó a Sawyer sin habla. Se enjugó la frente y silbó por lo bajo-. Existen muchísimas maneras de hacerlo, Lee, y donde más se gana es con los contratos en eurodólares que se negocian en el mercado monetario internacional de Chicago. La ventaja es de miles a uno. También está la bolsa. Cuando suben los tipos, la bolsa baja y al revés, así de sencillo. Se pueden ganar miles de millones si acierta, o perderlos si se equivoca. -Sawyer siguió sin decir palabra-. Lee, creo que todavía le queda una pregunta pendiente.

Sawyer sujetó el teléfono con la barbilla mientras se apresuraba a tomar unas notas.

– ¿Sólo una? Tengo un centenar.

– Creo que esa pregunta hará superfluas todas las demás.

Aunque Tiedman parecía jugar con él, Sawyer advirtió en el fondo un tono muy severo. Se obligó a pensar. Casi soltó un grito cuando se dio cuenta de cuál era la pregunta esperada.

– ¿Las fechas que me dio, cuando variaron los tipos, fueron todas «sorpresas» para el mercado?

La respuesta del banquero se hizo esperar.

– Sí -contestó por fin, y Sawyer casi notó la tensión que llegaba desde el otro lado de la línea-. En realidad, fueron las peores sorpresas para los mercados financieros, porque no ocurrieron como resultado de las reuniones habituales de la Reserva, sino por las acciones unilaterales de Arthur como presidente de la Reserva.

– ¿Podía subir los tipos por su cuenta?

– Sí, la junta puede otorgar ese poder al presidente. Se ha hecho a menudo a lo largo de los años. Arthur abogó mucho por conseguirlo. Lamento no habérselo dicho antes. No me pareció importante.

– Olvídelo -dijo el agente-. Y con esas variaciones de tipos, quizás alguien consiguió más millones que estrellas hay en el cielo.

– Sí -susurró Tiedman-. Sí. También está la realidad de que otros perdieron al menos la misma cantidad de dinero.

– ¿Qué quiere decir?

– Verá, si usted tiene razón sobre que a Arthur lo chantajeaban para manipular los tipos, los pasos extremos que dio, variar los tipos hasta en un punto de una sola vez, eso me lleva a creer que se pretendía hacer daño a otros.