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– Maldita sea, Frank, eso no deja mucho espacio para los demás. ¿Qué pasará con ellos?

Hardy esbozó una sonrisa cuando escuchó la pregunta.

– Verás, esto es el capitalismo. La supervivencia de los más fuertes proviene de la ley de la selva. Seguro que habrás visto los documentales de National Geographic. Los animales que se devoran los unos a los otros, luchan por sobrevivir. No es un espectáculo agradable. -Hardy miró hacia el estrado donde se ultimaban los preparativos-. Está a punto de comenzar, chicos -añadió-. Tengo reservados asientos casi en la primera fila. Vamos.

Hardy los guió entre la muchedumbre hasta un sector acordonado que ocupaba las tres primeras filas junto al estrado. Sawyer miró a los ocupantes de un grupo de sillas ubicadas a la izquierda. Quentin Rowe estaba allí. Hoy iba un poco mejor vestido, pero a pesar de tener centenares de millones en el banco, al parecer no tenía ni una sola corbata. Charlaba muy animado con tres personas vestidos con mucha discreción. Sawyer supuso que eran gente de CyberCom. Hardy pareció adivinarle el pensamiento y le dijo quiénes eran.

– De izquierda a derecha, el presidente ejecutivo, el director financiero y el director de operaciones de CyberCom.

– ¿Y dónde está el gran jefe? -preguntó Sawyer.

Hardy señaló hacia el estrado. Nathan Gamble, vestido con mucha elegancia y una sonrisa de oreja a oreja, subió a la tarima por el lado derecho y se ubicó delante del podio. La multitud se apresuró a ocupar sus asientos y reinó un silencio expectante, como si Moisés acabara de llegar del monte Sinaí con las tablas de la ley. Gamble sacó las hojas de su discurso y comenzó a leerlo con mucho vigor. Sawyer sólo escuchaba alguna frase suelta. Toda su atención estaba puesta en Quentin Rowe. El joven miraba a Gamble con cara de pocos amigos. El tema central del discurso de Gamble era el dinero, los enormes beneficios que se conseguirían con el dominio del mercado. Una estruendosa salva de aplausos rubricó las palabras de Gamble, y Sawyer reconoció que el hombre era un vendedor nato. Entonces Quentin Rowe ocupó su lugar ante el podio. Cuando Gamble pasó a su lado camino de su asiento, intercambiaron una sonrisa que no podía ser más falsa.

Rowe centró sus palabras en el incalculable potencial positivo que las dos compañías ofrecerían al mundo. Ni una sola vez tocó el tema del dinero. Sawyer lo consideró lógico, porque Gamble había agotado el tema. El agente miró a Gamble, que no prestaba la menor atención a las palabras de su socio Estaba muy entretenido charlando con sus colegas de CyberCom. En un momento dado, Rowe advirtió el intercambio y, por un segundo, perdió el hilo del discurso. Sus palabras sólo merecieron un cortés aplauso. Sawyer juzgó que para esta gente el dinero importaba más que el bienestar del mundo.

Después de escuchar las palabras de los ejecutivos de CyberCom, los nuevos socios posaron para el retrato de familia. Sawyer se fijó en que Gamble y Rowe no llegaron a mantener contacto físico en ningún momento. Mantenían a la gente de CyberCom entre ellos. Quizá por eso les entusiasmaba tanto la operación; ahora disponían de una zona neutral.

Los directivos bajaron del estrado para mezclarse con la muchedumbre y de inmediato se vieron asediados a preguntas. Gamble sonreía y saludaba haciendo gala de su mejor humor, seguido por la gente de CyberCom. Sawyer vio que Rowe se separaba del grupo para ir hasta el bufé, donde se sirvió una taza de té que se fue a tomar a un rincón más tranquilo.

Sawyer tiró de la manga de Jackson y los dos agentes fueron hacia donde estaba Rowe. Hardy los dejó para ir a escuchar a Gamble.

– Bonito discurso.

Rowe alzó la mirada y descubrió que tenía delante a Sawyer y Jackson.

– ¿Cómo? Ah, muchas gracias.

– Mi compañero, Ray Jackson.

Rowe y Jackson se saludaron.

Sawyer miró al numeroso grupo que rodeaba a Gamble.

– Al parecer le gustan las candilejas.

Rowe bebió un sorbo y se secó los labios con mucha delicadeza.

– Su forma de enfocar los negocios y su limitado conocimiento de lo que hacemos encanta a los reporteros -comentó con desdén.

– Personalmente, me gustó lo que dijo sobre el futuro -manifestó Jackson, que se sentó junto a Rowe-. Mis hijos están muy metidos en la informática, y tiene toda la razón cuando dijo que ofrecer un mayor acceso a la educación, sobre todo a los pobres, significa mejores empleos, menos delincuencia y un mundo mejor. Comparto su opinión.

– Muchas gracias. Yo también lo creo. -Rowe miró a Sawyer y sonrió-. Aunque me parece que su compañero no opina lo mismo.

Sawyer, que había estado atento a la multitud, le miró con una expresión dolida.

– Eh, que yo estoy en favor de todo lo positivo. Sólo pido que no me quiten el papel y el lápiz. -Sawyer señaló con la taza de café al grupo de CyberCom-. Se lleva bien con esa gente, ¿verdad?

– Así es -respondió Rowe, más animado-. No son tan progresistas como yo, pero están muy lejos de la postura de Gamble: el-dinero-es-lo-único-que-cuenta. Creo que aportarán a este lugar un equilibrio muy necesario. Aunque ahora tendremos que soportar a los abogados reclamando su libra de carne mientras preparan los documentos finales.

– ¿Tylery Stone? -preguntó Sawyer.

– Efectivamente.

– ¿Los mantendrá a su servicio después de que acaben las negociaciones?

– Eso tendrá que preguntárselo a Gamble. Es lo que le toca como presidente de la compañía. Ahora si me perdonan, caballeros, tengo que irme. -Rowe dejó la silla y se alejó deprisa.

– ¿Qué mosca le ha picado? -le preguntó Jackson a Sawyer.

Sawyer se encogió de hombros.

– Más que mosca creo que es una avispa. Si fueras socio de Nathan Gamble lo entenderías mejor.

– ¿Y ahora qué?

– Ve a buscar otra taza de café y alterna un poco, Ray. Intentaré hablar con Rowe un poco más. -Sawyer se perdió en la muchedumbre y Jackson se encaminó hacia el bufé.

Sawyer tardó más de la cuenta en abrirse paso entre los invitados, y cuando volvió a ver a Rowe, éste dejaba la sala. El agente se disponía a seguirlo pero en ese instante alguien le tiró de la manga.

– ¿Desde cuándo un burócrata del gobierno se interesa por lo que ocurre en las grandes finanzas? -le preguntó Gamble.

Sawyer miró una vez más hacia la puerta; Rowe ya había desaparecido. El agente se volvió hacia Gamble.

– No hay que desaprovechar ninguna ocasión cuando se trata de dinero. Bonito discurso. Me emocionó.

Gamble soltó una estruendosa carcajada.

– Y una mierda. ¿Quiere algo más fuerte? -Señaló el vaso de Sawyer.

– No, gracias, estoy de servicio. Además, es un poco temprano para mí.

– Esto es una fiesta, señor agente del FBI. Acabo de anunciar el mejor y más grande negocio de mi vida. Yo diría que es un buen motivo para emborracharse, ¿no le parece?

– Si le apetece… No es mi negocio.

– Nunca se sabe -replicó Gamble, provocador-. Vamos a caminar.

Gamble guió a Sawyer a través del estrado, y siguieron por un pasillo hasta una pequeña habitación. El empresario se sentó en un sillón y sacó un puro del bolsillo.

– Si no se quiere emborrachar, al menos fume conmigo.

Sawyer aceptó la invitación y los dos hombres encendieron los puros.

Gamble sacudió lentamente la cerilla como si fuera una banderita antes de aplastarla con la suela del zapato. Miró a Sawyer con atención entre las nubes de humo.

– Hardy me ha dicho que piensa trabajar con él.

– Si quiere saber la verdad, no es algo que me quite el sueño.

– Hay cosas mucho peores.

– Con toda franqueza, Gamble, no creo que me hayan ido mal las cosas.

– ¡Mierda! -exclamó Gamble con una sonrisa-. ¿Cuánto gana al año?

– Eso no es asunto suyo.

– Tranquilo. Yo le diré cuánto gano. Venga, dígamelo.

Sawyer hizo girar el puro entre los dedos antes de darle una chupada. En sus ojos apareció una expresión risueña.