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– ¿Por qué?

– Porque si la meta sólo era beneficiarse de un ajuste en los tipos, no hacía falta una variación tan grande para conseguirlo, siempre que la variación, arriba o abajo, fuera una sorpresa para los mercados. Sin embargo, si se quiere hundir las inversiones de otros que anticiparon un cambio en otra dirección, un ajuste de un punto en sentido inverso es catastrófico.

– Caray. ¿Hay alguna manera de averiguar quién se llevó los palos?

– Lee, con las complejidades de los movimientos de dinero en la actualidad, ninguno de los dos viviríamos lo suficiente para averiguarlo.

Tiedman hizo una pausa muy larga: Sawyer no sabía qué más preguntar. Cuando el banquero volvió a hablar, su voz sonó de pronto muy cansada.

– Hasta que hablé con usted, nunca consideré la posibilidad de que la relación de Arthur con Steven Page pudiera haber sido utilizada para hacer semejante cosa. Ahora me parece bastante obvio.

– Recuerde que no tenemos ninguna prueba de que hubiera sido víctima de un chantaje.

– Mucho me temo que nunca conseguiremos saber la verdad -señaló Tiedman-. Y menos con Steven Page muerto.

– ¿Sabe si Lieberman se reunió con Page en su apartamento?

– No creo que lo hiciera. Arthur me comentó una vez que había alquilado una casita en Connecticut. Y me advirtió que nunca lo mencionara delante de su esposa.

– ¿Cree que era donde Page y Lieberman se citaban?

– Tal vez.

– Le diré adonde quiero ir a parar con todo esto. Steven Page dejó una considerable fortuna cuando murió. Varios millones.

– No lo comprendo -afirmó el banquero, atónito-. Recuerdo que Arthur me comentó más de una vez que Steven siempre estaba corto de dinero.

– Sin embargo, no hay ninguna duda de que murió siendo un hombre muy rico. Me pregunto si Lieberman pudo haber sido la fuente de su riqueza.

– Es muy poco probable. Como le acabo de decir, Arthur creía que Steven distaba mucho de ser una persona adinerada. Además, me parece imposible que Arthur pudiera transferir grandes cantidades a Steven Page sin que se enterara su esposa.

– Entonces, ¿por qué correr el riesgo de alquilar una casa? ¿No podrían haberse citado en el apartamento de Page?

– Lo único que le puedo decir es que nunca me habló de que hubiera visitado el apartamento de Page.

– Bueno, quizá la casita fue idea de Page.

– ¿Por qué lo dice?

– Si Lieberman no le dio a Page el dinero, algún otro lo hizo. ¿No cree que Lieberman hubiera sospechado algo si entraba en el apartamento de Page y encontraba un Picasso en la pared? ¿No hubiera querido saber de dónde provenía el dinero?

– Desde luego.

– En realidad, estoy seguro de que Page no chantajeó a Lieberman. Al menos, no directamente.

– ¿Cómo puede estar seguro?

– Lieberman tenía una foto de Page en el apartamento. No creo que guardara la foto de un chantajista. Además, encontramos un montón de cartas. Eran cartas románticas, sin firma. Era obvio que Lieberman le tenía aprecio.

– ¿Cree que Page las escribió?

– Hay una forma de saberlo. Usted era amigo de Page. ¿Tiene alguna muestra de su escritura?

– Todavía conservo varias cartas manuscritas que me escribió cuando trabajaba en Nueva York. Se las mandaré. -Tiedman hizo una pausa y Sawyer le oyó escribir una nota-. Lee, usted ha demostrado cómo Page no pudo robarle el dinero. Entonces, ¿dónde consiguió su fortuna?

– Piénselo. Si Page y Lieberman mantenían una relación, eso sería un excelente material para el chantaje, ¿no le parece?

– Desde luego.

– ¿No podría ser que alguien, una tercera persona, alentara a Page para que mantuviera una relación con Lieberman?

– Pero si los presenté yo. Espero que no me esté acusando de ser el autor de esta horrible conspiración.

– Usted los presentó, pero eso no significa que Page y el que lo financiaba no ayudaran a que ocurriera. Se movían en los círculos apropiados, hacían campaña de los méritos de Page.

– Continúe.

– Page y Lieberman se gustan. La tercera persona quizá cree que Lieberman llegará algún día a presidir la Reserva Federal. Así que Page y su patrocinador se toman su tiempo. El patrocinador le paga a Page para que mantenga el romance, y mientras tanto, se preocupan de documentar al máximo toda la relación.

– De modo que Steven Page fue parte de un montaje. Nunca llegó a interesarse de verdad por Arthur. No me lo puedo creer. -El tono del banquero reflejó su profunda tristeza.

– Entonces Page descubre que es seropositivo y al parecer se suicida.

– ¿Al parecer? ¿Tiene usted dudas sobre su muerte?

– Soy un poli, Charles, dudo hasta del Papa. Steven Page está muerto pero su cómplice sigue por allí. Lieberman se convierte en presidente de la Reserva, y abracadabra, comienza el chantaje.

– Pero ¿y la muerte de Arthur?

– Verá, su comentario sobre que parecía feliz aún teniendo cáncer me dio una pista.

– ¿Cuál?

– Que estaba a punto de decirle al chantajista que se largara con viento fresco y que iba a denunciar todo el asunto.

– Suena bastante lógico -comentó Tiedman, nervioso.

– No le ha mencionado a nadie lo que hemos hablado, ¿verdad? -le preguntó Sawyer en voz baja.

– No, a nadie.

– Siga así, y no baje la guardia.

– ¿Qué es lo que está insinuando? -De pronto la voz de Tiedman sonó un poco ahogada.

– Sólo le estoy recomendando que tenga muchísimo cuidado y que no hable con nadie, con ninguno de los miembros de la junta, incluidos Walter Burns, su secretaria, sus ayudantes, su esposa y sus amigos, de este asunto.

– ¿Me está diciendo que cree que estoy en peligro? Me resulta algo muy difícil de creer.

– Estoy seguro de que Arthur Lieberman pensaba lo mismo -replicó Sawyer con un tono grave.

Charles Tiedman cogió un lápiz de la mesa y lo apretó con tanta fuerza que lo partió en dos.

– Puede estar seguro de que seguiré su consejo al pie de la letra.

Muy asustado, Tiedman colgó el teléfono.

Sawyer se recostó en la silla y deseó poder fumarse otro cigarrillo mientras pensaba a toda máquina. Era obvio que alguien le había estado pagando a Steven Page. Pensó en un motivo: pescar a Lieberman. La pregunta que necesitaba responder ahora era: ¿quién? Y después estaba la más importante de todas: ¿quién había matado a Steven Page? Sawyer estaba convencido, a pesar de las pruebas en contra, de que Steven Page había sido asesinado. Cogió el teléfono.

– ¿Ray? Soy Lee. Quiero que llames otra vez al médico particular de Lieberman.

Capítulo 53

Bill Patterson miró el reloj del tablero de instrumentos y se desperezó. Viajaban hacia el sur, y se encontraban unas dos horas al norte de Bell Harbor. Junto a él, su esposa dormía plácidamente. Había sido un viaje mucho más largo de lo esperado hasta el mercado. Sidney Archer estaba equivocada. No se habían detenido durante el viaje a Bell Harbor, y llegaron a la casa de la playa apenas poco antes de la tormenta. Tras dejar el equipaje en la habitación del fondo, salieron a buscar comida antes de que empeorara la tormenta. Ya no quedaba nada en el mercado de Bell Harbor, de modo que se vieron obligados a dirigirse hacia el norte, a la tienda de comestibles mucho más grande de Port Vista. En el trayecto de regreso, vieron cortado su camino por un camión tanque accidentado. La noche anterior la habían pasado muy incómodamente en un motel.

Patterson se volvió a mirar hacia el asiento de atrás; Amy también dormitaba, con su pequeña boca formando un círculo perfecto. Patterson observó la fuerte nevada que caía ahora e hizo una mueca. Afortunadamente, no se había enterado de las últimas noticias en las que se proclamaba que su hija era una fugitiva de la justicia. Ya estaba lo bastante preocupado tal como estaban las cosas. En su ansiedad, se mordió las uñas hasta que le sangraron y tenía acidez de estómago. Desearía estar protegiendo ahora a Sidney, como había hecho fielmente cuando ella no era más que una niña. Por aquel entonces, los fantasmas y los duendes habían sido sus principales preocupaciones. Tenía que suponer que los actuales eran mucho más peligrosos. Pero Amy, al menos, estaba con él. Que Dios se apiadara de la persona que tratara de causarle algún daño a su nieta. «Y que Dios esté contigo, Sidney.»