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Grace y el famoso rockero conocido por el nombre de Jimmy X se hallaban solos en la habitación empleada como leonera y sala de juegos. La Game Boy de Max estaba boca abajo. Tenía rota la tapa posterior, de modo que ahora las dos pilas estaban sujetas con celo. El cartucho del juego, abandonado junto a ella como si lo hubiera escupido, se llamaba Super Mario Five, que, desde la limitada perspectiva de Grace, parecía exactamente igual a las otras cuatro versiones de Super Mario.

Cora los había dejado solos y reanudado su papel de ciberdetective. Jimmy aún no había despegado los labios. Allí sentado, con los antebrazos apoyados en los muslos y la cabeza gacha, recordó a Grace la primera vez que lo vio en su habitación del hospital no mucho después de recuperar el conocimiento.

Jimmy quería que ella hablara primero. Grace se dio cuenta. Pero no tenía nada que decirle.

– Lamento venir tan tarde -dijo él por fin.

– Creía que esta noche actuabas.

– Ya hemos acabado.

– ¡Qué pronto! -comentó ella.

– Los conciertos suelen acabar a las nueve. A los promotores les gusta así.

– ¿Cómo sabías dónde vivo?

Jimmy se encogió de hombros.

– Supongo que siempre lo he sabido.

– ¿Eso qué significa?

Él no contestó, y Grace no insistió. La habitación se sumió en un profundo silencio durante varios segundos.

– No sé muy bien por dónde empezar -dijo Jimmy. Luego, tras una breve pausa, añadió-: Aún cojeas.

– Vas por buen camino -dijo ella.

Él intentó sonreír.

– Sí, cojeo.

– ¿Por…?

– Sí.

– Lo siento.

– Salí bien librada.

A Jimmy se le ensombreció el rostro. Volvió a agachar la cabeza, que al final se había atrevido a levantar, como si hubiera aprendido la lección.

Jimmy conservaba los mismos pómulos. Los famosos rizos rubios habían desaparecido, y si era por genética o por obra de la cuchilla, Grace no lo sabía. Era mayor, claro. Había dejado atrás la juventud, y Grace se preguntó si podía decirse lo mismo de ella.

– Esa noche lo perdí todo -dijo él. De pronto se interrumpió y meneó la cabeza-. No quería decir eso. No he venido para dar lástima.

Grace permaneció callada.

– ¿Te acuerdas de cuando fui a verte en el hospital?

Ella asintió.

– Había leído todos los artículos de los periódicos. Todos los artículos de las revistas. Había visto todos los noticiarios. Puedo hablarte de todos los chicos que murieron esa noche. De cada uno de ellos. Conozco sus rostros. Cierro los ojos y todavía los veo.

– ¿Jimmy?

Él volvió a alzar la vista.

– No deberías decirme esto. Esos chicos tenían familias.

– Lo sé.

– No soy yo quien puede absolverte.

– ¿Crees que he venido para eso?

Grace no contestó.

– Es sólo que… -Jimmy cabeceó-. No sé por qué he venido, ¿vale? Esta noche te he visto. En la iglesia. Y me he dado cuenta de que me has reconocido. -Ladeó la cabeza-. Por cierto, ¿cómo me has encontrado?

– No he sido yo.

– ¿El hombre con el que estabas?

– Carl Vespa.

– Dios mío. -Cerró los ojos-. El padre de Ryan.

– Sí.

– ¿Te ha llevado él?

– Sí.

– ¿Qué quiere?

Grace pensó por un momento.

– No creo que lo sepa.

Esta vez fue Jimmy quien calló.

– Cree que quiere una disculpa -añadió ella.

– ¿Lo cree?

– En realidad lo que quiere es recuperar a su hijo.

El aire parecía sofocante. Ella cambió de posición en la silla. El color había abandonado el rostro de Jimmy.

– Lo intenté, ¿sabes? Intenté pedir perdón. En eso, Vespa tiene razón. Se lo debo a esa gente. Es lo mínimo. Y no me refiero a ese estúpido montaje de la foto que me saqué contigo en el hospital. La quería mi representante. Yo estaba tan colocado que le seguí la corriente. Apenas podía tenerme en pie. -La miró. Tenía los mismos ojos intensos que lo habían convertido en unos de los preferidos de la MTV -. ¿Te acuerdas de Tommy Garrison?

Grace se acordaba. Había muerto en la desbandada. Sus padres se llamaban Ed y Selma.

– Su foto me conmovió. Bueno, en realidad, todas me conmovieron. Esas vidas, todas a punto de empezar… -Se calló otra vez, respiró hondo y volvió a intentarlo-. Pero Tommy… se parecía a mi hermano pequeño. No podía quitármelo de la cabeza. Así que fui a su casa. Quería pedir perdón a sus padres… -Se interrumpió.

– ¿Qué pasó?

– Fui. Nos sentamos a la mesa de la cocina. Recuerdo que apoyé los codos en la mesa y se tambaleó. El suelo era de linóleo, y estaba medio levantado. El papel de la pared, horrible, de flores amarillas, se desprendía. Tommy era su único hijo. Vi sus vidas, sus rostros vacíos… No pude soportarlo.

Ella no dijo nada.

– Fue entonces cuando huí.

– ¿Jimmy?

Él la miró.

– ¿Dónde has estado?

– En muchos sitios.

– ¿Por qué?

– ¿Cómo que por qué?

– ¿Por qué lo dejaste todo?

Él se encogió de hombros.

– Tampoco había gran cosa. El negocio de la música, bueno, no voy a hablar de eso ahora, pero digamos que todavía no había ganado mucho dinero. Yo era nuevo. Se tarda un tiempo en ganar dinero de verdad. Y no me importaba. Lo único que quería era salir de allí.

– ¿Y adónde fuiste?

– Primero a Alaska. Aunque te parezca mentira, trabajé limpiando pescado. Durante un año más o menos. Después me dediqué a viajar, toqué con un par de bandas en bares. En Seattle encontré un grupo de viejos hippies. Antes se dedicaban a falsificar carnets para los miembros de Weather Underground, cosas así. Me proporcionaron documentación nueva. Lo más cerca que estuve de aquí fue cuando toqué un tiempo con un grupo telonero en un casino de Atlantic City. El Tropicana. Me teñí el pelo. Seguí con la batería. Nadie me reconoció, y si alguien me reconoció, le dio igual.

– ¿Eras feliz?

– ¿Quieres que te diga la verdad? No. Quería volver. Quería reparar el daño y seguir con mi vida. Pero cuanto más tiempo pasaba fuera, más me costaba y más lo deseaba. Era un círculo vicioso. Y entonces conocí a Madison.

– ¿La cantante de Rapture?

– Sí. Madison. ¿Verdad que es un nombre increíble? Ahora es muy popular. ¿Te acuerdas de la película Un, dos, tres… Splash, con Tom Hanks y cómo se llama?

– Daryl Hannah -dijo Grace mecánicamente.

– Eso, la sirena rubia. ¿Te acuerdas de la escena en que Tom Hanks le busca un nombre y dice varios como Jennifer o Stephanie y mientras caminan por Madison Avenue él menciona de pasada el nombre de la calle y ella dice que quiere llamarse así?, y es un gag de la película, eso de que una mujer se llame Madison. Ahora es un nombre de lo más corriente.

Grace se abstuvo de hacer comentario alguno.

– Total, que es de un pueblo agrícola de Minnesota. Se escapó de su casa y se fue a la Gran Manzana a los quince años, hasta que acabó colgada de las drogas y sin techo en Atlantic City. Fue a parar a un refugio para adolescentes fugados y al final encontró a Jesús. Ya conoces el rollo, cambió una adicción por otra, y entonces empezó a cantar. Tiene la voz como un ángel de Janis Joplin.

– ¿Sabe quién eres?

– No. Como Shania y Mutt Lange, ella cantando y él en la sombra, ¿sabes? Eso quería yo. Me gusta trabajar con ella. Me gusta la música, pero no quería llamar la atención. Al menos, es lo que me digo a mí mismo. Madison es muy tímida. Se niega a actuar si yo no salgo al escenario con ella. Ya se le pasará, pero de momento me ha parecido que la batería es un disfraz bastante eficaz.

Se encogió de hombros e intentó sonreír. Conservaba un atisbo del carisma del guaperas.

– Supongo que en eso me equivoqué.

Permanecieron un momento en silencio.

– Sigo sin entenderlo -dijo Grace.

Él la miró.

– Antes te he dicho que no soy yo quien puede absolverte. Lo he dicho en serio. Pero la verdad es que tú no disparaste la pistola esa noche.