Изменить стиль страницы

– No lo había pensado -parecía casi convencida. Casi.

Los bomberos salieron de la casa derruida, llevando un cuerpo en una camilla. Una lona negra lo cubría. Otros dos bomberos salieron con otra camilla. O'Dell se sentó muy erguida. Tully oyó que boqueaba, y pensó que estaba conteniendo el aliento. La segunda camilla se acercaba al furgón del FBI cuando, de pronto, el brazo del hombre muerto se deslizó por debajo de la lona y quedó colgando, enfundado en lo que parecía una chaqueta de cuero negro. Tully notó que O'Dell se crispaba. Luego, finalmente, la oyó exhalar un profundo suspiro de alivio.

Capítulo 73

De no haber sido tan tarde, Maggie habría invitado a cenar fuera a Gwen. Pero había pasado mucho tiempo en el hospital, asegurándose de que Tess estaba cómoda y de que la herida del agente Tully no revestía gravedad.

Aunque debería estar completamente agotada, por primera vez en mucho tiempo se sentía animada. Así que buscó un restaurante chino y encontró uno todavía abierto en la parte norte de Newburgh Heights. Por fin podía pararse en un restaurante sin temer que la camarera apareciera en un contenedor de basura al día siguiente. Compró pollo kung pao, cerdo agridulce y un montón de arroz frito. Pidió una ración doble de galletitas de la suerte y se preguntó si a Harvey le gustarían los rollitos de primavera.

Al llegar a casa, se los encontró a ambos acurrucados en la tumbona, viendo un programa en la televisión portátil. Las cajas le recordaron de nuevo la que Stucky le había robado, ahora desaparecida para siempre, consumida literalmente por las llamas. El álbum de fotos contenía las únicas instantáneas que poseía de su padre. No quería pensar en ello en ese momento. No, cuando estaba disfrutando lo que le parecía una especie de liberación.

Gwen vio las bolsas del restaurante chino y sonrió.

– ¡Gracias a Dios! Estoy muerta de hambre.

Maggie la había llamado desde la carretera para contarle casi todos los detalles. Gwen parecía aliviada, no sólo por Maggie, sino también por sí misma. Por lo menos, no tendría que preocuparse más por Walker Harding.

– ¿Por qué no pasas aquí la noche? -le sugirió Maggie mientras alzaba el tenedor lleno de pollo.

– Mañana a primera hora tengo una cita. Prefiero conducir ahora. Por la mañana, no sirvo para nada -estaba observando a Maggie mientras se servía más arroz-. ¿Tú cómo estás? Dime la verdad.

– ¿La verdad? Bien -Gwen frunció el ceño como si su respuesta fuera demasiado fácil-. Casi consigo que nos maten a Tully y a mí -dijo, poniéndose seria-. Me entró el pánico con el fuego. No podía moverme. No podía respirar. Pero ¿sabes qué? -sonrió-. Sobreviví. Y logré que saliéramos de allí.

– Muy bien, Maggie. Parece que has pasado una prueba muy importante.

Harvey metió el hocico bajo el brazo de Maggie, insistiendo en que le diera otro rollito. Ella le dio uno a medio comer y le acarició el lomo.

– No creo que sea bueno darle rollitos de primavera a un perro, Maggie.

– ¿Y cómo quieres que yo lo sepa? ¿Hay algún libro con todas esas normas?

– Estoy segura de que habrá varios. Te compraré alguno.

– Puede que no sea mala idea, porque parece que Harvey y yo vamos a vivir juntos definitivamente.

– ¿Significa eso que tenías razón respecto a su dueña?

– Tess nos dijo que había otra mujer. Una mujer llamada Rachel que murió en una zanja, en alguna parte de la finca. Aún no la hemos encontrado, pero estoy segura de que es Rachel Endicott -notó que Gwen hacía una mueca de repulsión-. Seguirán buscándola mañana. Tess dice que había más cuerpos. Huesos y cráneos. Puede que Stucky y Harding llevaran años utilizando esa finca.

– ¿Qué crees que había planeado Harding para mí?

– No, Gwen -dijo Maggie secamente, y al instante se disculpó-. Perdona, es que no quiero pensar en ello, ¿de acuerdo?

– Imagino que era lógico pensar que, al final, acabarían pasando a las mujeres que conocías más íntimamente. Amigas, parientes… Ah, hablando de amigos íntimos -sonrió-, eso me recuerda que te han llamado. Era ese tío bueno de Nebraska.

– ¿Nick?

– ¿Qué pasa, es que conoces a más tíos buenos de Nebraska? -Gwen parecía disfrutar del sonrojo de Maggie.

– ¿Quería que lo llamara esta noche?

– Me dijo que iba camino del aeropuerto. Me dio un mensaje -Gwen se levantó del suelo-. Tienes que comprarte una mesa, Maggie. Me estoy haciendo vieja para comer en el suelo -buscó la nota que había dejado sobre el escritorio. Leyó el mensaje, achicando los ojos como si la hubiera escrito otra persona-. Dijo que a su padre le había dado un ataque al corazón.

– Oh, vaya -Maggie deseó haber hablado con él. Nick y su padre mantenían una relación compleja, de la que Nick sólo había conseguido escapar hacía poco-. ¿Se pondrá bien? No ha muerto, ¿verdad?

– No, pero creo que Nick dijo que al parecer iban a operarlo lo antes posible -Gwen arrugó el ceño mientras seguía descifrando la nota-. Esto no lo entiendo. Dijo que su padre había recibido una carta, y que creen que fue eso lo que le causó el infarto. Pero, a menos que me equivoque, juraría que dijo que la carta venía de Sudamérica.

Maggie sintió que se le revolvía el estómago. ¿Le había mandado el padre Michael Keller una confesión de alguna clase a Antonio Morrelli? Ella parecía ser la única que creía que el carismático y joven cura era el asesino de los cuatro niños de Platte City, Nebraska. Pero Keller se había marchado del país antes de que ella pudiera demostrarlo. Lo último que sabía era que seguía en Sudamérica.

– Ya está -dijo Gwen-. ¿Tiene algún sentido para ti?

El teléfono las sobresaltó a ambas.

– Puede que sea Nick -Maggie, que tenía las piernas cruzadas, se levantó y descolgó el teléfono-. Maggie O'Dell.

– Agente O'Dell, soy el director adjunto Cunningham.

Ella miró su reloj. Era tarde, y había visto a Cunningham en el hospital hacía un par de horas.

– ¿Tully está bien? -fue lo primero que se le vino a la cabeza.

– Sí, está bien. Estoy con el doctor Holmes. Ha tenido la gentileza de practicar las autopsias esta misma noche.

– Creo que el doctor Holmes ha tenido demasiado trabajo estas últimas semanas.

– Hay un problema, agente O'Dell -Cunningham no quería perder tiempo.

– ¿Qué clase de problema? -Maggie se preparó, apoyándose contra el escritorio y agarrando con fuerza el teléfono. Gwen la miraba fijamente, encaramada en la tumbona.

– Walker Harding murió de un disparo en la nuca. Le dispararon con una calibre 22, como en una ejecución. Pero no es sólo eso. Sus órganos están en muy avanzado estado de descomposición. El doctor Holmes cree que llevaba muerto varias semanas.

– ¿Varias semanas? Pero eso es imposible, señor. Encontramos sus huellas en tres de las escenas del crimen.

– Creo que puede haber una explicación para eso. A Harding le faltan varios dedos. Se los habían amputado. Incluido el pulgar. Supongo que fue Stucky. Se llevó los dedos con él. Los preservó y los usó en las escenas de los crímenes para confundirnos.

– Pero Gwen ha tenido dos sesiones con Harding -miró a Gwen y su amiga pareció alarmarse. Incluso Harvey comenzó a pasearse por el solario con la cabeza ladeada, escuchando.

– La doctora Patterson nunca ha visto a Albert Stucky -dijo Cunningham, manteniendo su frío tono profesional e ignorando el filo frenético de la voz de Maggie-. Si le pedimos que nos describa al hombre que ha visitado su consulta, imagino que nos describirá a Stucky. Sólo he visto una o dos fotos de Harding, pero, si no recuerdo mal, había entre ellos un extraño parecido. Stucky debía de llevar algún tiempo utilizando la identidad de Harding, fingiendo ser él. Eso seguramente explica que el billete de avión estuviera a nombre de Harding.

– Dios mío -Maggie no podía creerlo. Pero todo encajaba. No estaba segura de haber creído completamente que Stucky hubiera permitido que nadie, ni siquiera Harding, entrara en su juego-. Así que tenía el disfraz perfecto y el escondrijo perfecto.