Tully corrió a la puerta y miró cuidadosamente fuera, con la pistola lista.
– Dios santo -exclamó, mirando hacia ambos lados del pasillo sin salir-. Hay llamas a ambos lados. Es imposible salir por donde hemos venido.
Volvió a guardar la pistola en la funda y corrió a las ventanas. Intentó abrirlas mientras Maggie seguía paralizada en medio de la habitación. Le temblaban tanto las manos que apenas podía sujetar el revólver. Se las miraba fijamente, como si pertenecieran a otra persona. Su respiración se había desbocado. Pensó que iba a empezar a hiperventilar.
Sólo aquel olor encendía en su cabeza las imágenes de las pesadillas de su niñez: las llamas rodeando a su padre y quemando sus dedos cada vez que extendía los brazos hacia él. No podía salvarlo, porque el miedo la inmovilizaba.
– ¡Maldita sea! -oyó que Tully seguía forcejeando tras ella.
Se giró hacia él, pero sus pies no se movieron. Tully parecía muy lejos, y Maggie comprendió que estaba perdiendo agudeza visual. La habitación empezó a oscilar. Podía sentir su balanceo, aunque sabía que no era real. Entonces lo vio de nuevo: un reflejo en la ventana. Se giró, pero le pareció que se movía a cámara lenta. Albert Stucky permanecía de pie en la puerta, alto y oscuro, vestido con una chaqueta de cuero negro, apuntándola con una pistola.
Maggie intentó alzar su arma, pero pesaba demasiado. Su mano no obedeció la orden. La habitación había oscilado hacia el otro lado, y ella sintió que se deslizaba. Stucky le sonreía y parecía ajeno a las llamas que se alzaban tras él. ¿Era real? ¿Sería una alucinación causada por el pánico?
– Esta maldita cosa está atascada -oyó que gritaba Tully en alguna parte, muy lejos.
Ella abrió la boca para advertirle, pero no profirió ningún sonido. Esperaba que la bala se incrustara directamente en su corazón. Allí era donde apuntaba. Todo a cámara lenta. ¿Era un sueño? ¿Una pesadilla? Él retiró el percutor. Maggie oyó que la madera crujía, derrumbándose fuera de la habitación. Intentó levantar el brazo de nuevo mientras veía que Stucky se disponía a apretar el gatillo.
– ¡Tully! -logró gritar, y justo entonces Stucky desvió el cañón de la pistola hacia la derecha y disparó. La detonación la zarandeó como una sacudida eléctrica. Pero Stucky no le había dado. No le había disparado a ella. Maggie bajó la mirada. No estaba sangrando. Le costó un gran esfuerzo mover el brazo, pero al fin lo alzó, lista para disparar a la puerta ya vacía. Stucky se había ido. ¿Había sido todo producto de su imaginación? Oyó un quejido tras ella y, antes de volverse a mirar, recordó a Tully.
Él se sujetaba el muslo ensangrentado con ambas manos y lo miraba fijamente, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. El humo había empezado a entrar en la habitación y les quemaba los ojos. Maggie se quitó el impermeable. Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. Corrió hacia la puerta, obligándose a no pensar en el calor y las llamas. Cerró la puerta de golpe, dobló la chaqueta y la apretó contra la rendija que quedaba entre el suelo y la puerta.
Regresó junto a Tully y se arrodilló a su lado. Él tenía los ojos muy abiertos. Parecía que empezaban a nublársele. Iba a entrar en estado de shock.
– Te pondrás bien, Tully. Respira, pero no muy hondo -el humo empezaba a filtrarse por las rendijas.
Ella tiró de la corbata de Tully, deshizo el nudo y se la quitó. Suavemente, le apartó las manos de la herida. Le ató la corbata alrededor del muslo, justo por encima del agujero de la bala, se lo apretó con fuerza y, al oír su grito de dolor, hizo una mueca.
La habitación empezaba a llenarse de humo. El ruido de las vigas que se derrumbaban parecía acercarse. Maggie oía gritos fuera. Tully no había conseguido abrir ninguna ventana. Maggie se puso en pie, intentando concentrarse en Tully y en salir de aquella habitación, de aquella casa. No pensaría en las llamas del otro lado de la puerta. No imaginaría el calor infernal lamiendo las tablas del suelo bajo ellos.
Agarró uno de los monitores y arrancó los cables hasta desenchufarlo.
– Tully, tápate la cara -él se quedó mirándola-. Maldita sea. Tully, tápate la cara y la cabeza. ¡Ahora!
Él se alzó el impermeable y giró la cara hacia la pared. Maggie sintió que los brazos le flaqueaban bajo el peso del monitor. Le ardían los ojos, y sus pulmones gritaban. Arrojó el monitor por la ventana, y luego, rápidamente, apartó con el pie los fragmentos de cristal. Asió a Tully por debajo de los brazos.
– Vamos, Tully. Vas a tener que ayudarme.
De algún modo logró sacarlo por la ventana y salir al tejado del porche. El agente Alvando y otros dos hombres estaban abajo. No había mucha altura, pero, teniendo una bala en el muslo, Maggie no podía esperar que el agente Tully saltara. Lo agarró por los brazos mientras él se descolgaba por la cornisa y esperaba a que los hombres de abajo lo agarraran. Todo el tiempo, mantuvo los ojos fijos en ella. Pero ya no parecía conmocionado. En sus ojos no había miedo. No, lo que Maggie veía en su mirada la sorprendió aún más. Lo único que veía era confianza.
Capítulo 72
La pierna le dolía muchísimo. Las llamas se habían extinguido en su mayor parte. Tully permanecía sentado a una distancia prudencial, pero el calor le hacía bien. Alguien le había echado una manta sobre los hombros, aunque no lo recordaba. Tampoco recordaba que estuviera lloviendo hasta que descubrió que tenía la ropa mojada y el pelo pegado a la frente. De algún modo, el agente Alvando había conseguido que la ambulancia pasara la puerta electrónica y llegara hasta la casa.
– Tu carroza está aquí -la agente O'Dell apareció tras él.
– Que se lleven primero a McGowan. Yo puedo esperar.
Ella lo observó como si debiera juzgar si esperaba o no.
– ¿Estás seguro? Quizá os puedan llevar a los dos.
Él miró más allá de O'Dell para examinar a Tess McGowan. Estaba sentada en uno de los furgones de las fuerzas especiales. Por lo que podía ver de ella, parecía encontrarse en un estado lamentable. Tenía el pelo enredado y salvaje, como Medusa. Su cuerpo, envuelto en una manta, estaba cubierto de cortes y arañazos sanguinolentos. Apenas podía sostenerse en pie. Los hombres de Alvando la habían encontrado encerrada en un cobertizo de madera, no muy lejos de la casa. Estaba atada a un catre, desnuda y magullada. Les había dicho a los agentes que su agresor se había ido sólo unos segundos antes de que la encontraran.
– Ya no sangro -dijo Tully-. Ella habrá pasado por Dios sabe qué. Sacadla de aquí y metedla en una buena cama, en alguna parte.
O'Dell se dio la vuelta y le hizo señas a uno de los hombres. Él parecía saber exactamente qué quería y se dirigió directamente al furgón para acompañar aTess a la ambulancia.
– Además -dijo Tully-, quiero estar aquí cuando lo saquen.
Los hombres habían encontrado una boca de riego en la parte de atrás, seguramente un vestigio de cuando la finca pertenecía al gobierno. Estaban rociando la casa entera con gruesos chorros de agua, mucho más eficaces que la ligera llovizna. Los bomberos de un pueblo cercano se habían abierto paso por el monte hacía más de una hora, pero su camión se había atascado en el barro a un kilómetro y medio de la casa. En ese momento estaban penetrando con determinación en el cascarón quemado de la casa. Habían descubierto dos cuerpos calcinados en el bunker del sótano.
Tully se limpió la ceniza de la cara y de los ojos. O'Dell se sentó en el suelo, a su lado. Alzó las rodillas hasta el pecho, se abrazó las piernas y apoyó la barbilla sobre ellas.
– No sabemos con seguridad si son ellos -dijo sin mirarlo.
– No, pero ¿quién puede ser, si no?
– Stucky no parece de los que se suicidan.
– Tal vez creyera que el bunker era a prueba de fuego.
Ella lo miró sin cambiar de postura.