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Sacó el teléfono móvil y aminoró la marcha hasta el límite de velocidad para poder maniobrar con una mano. Marcó el número y esperó.

– Doctora Gwen Patterson.

– Gwen, soy Maggie.

– Parece que estás en la carretera.

– Sí, así es. Estoy volviendo de Washington D. C. ¿Me oyes bien?

– Hay algunas interferencias, pero te oigo bien. ¿Has estado en Washington? Deberías haberte pasado por aquí. Podíamos haber comido juntas.

– Lo siento, no tenía tiempo. Oye, Gwen, ya sabes que últimamente siempre me estás diciendo que nunca les pido nada a mis amigos. Bueno, pues necesito un favor.

– Espera un momento. ¿Quién has dicho que eras?

– Muy graciosa -Maggie sonrió, sorprendida de poder hacerlo a pesar de la tensión que la atenazaba por dentro-. Sé que te viene muy mal, pero ¿podrías pasarte esta noche por mi casa y echarle un vistazo a Harvey? ¿Dejarlo salir, darle de comer… todas esas cosas que suelen hacer los auténtico dueños de perros?

– Andas por ahí persiguiendo asesinos en serie y todavía te preocupas por Harvey. Yo diría que ya pareces su dueña. Sí, me pasaré por allí y estaré un rato con Harvey. La verdad es que, en lo que respecta a compañía masculina, es la mejor oferta que me han hecho en mucho tiempo.

– Gracias. Te lo agradezco mucho.

– ¿Significa esto que tienes que quedarte a trabajar hasta tarde, o que lo has encontrado?

Maggie se preguntó cuánto tiempo hacía que sus amigos y compañeros de trabajo sólo tenían que preguntarle por «él» para referirse automáticamente a Albert Stucky.

– Aún no estoy segura, pero es la mejor pista que tenemos desde hace mucho tiempo. Puede que tuvieras razón en lo de los caramelos.

– Estupendo. Sólo que no recuerdo qué te dije.

– Descartamos al antiguo socio de negocios de Stucky como cómplice porque supuestamente se estaba quedando ciego debido a una enfermedad. Ahora las pruebas sugieren que esa enfermedad podría ser diabetes. Lo cual significa que su ceguera tal vez no haya sido repentina, ni total. De hecho, puede que espere controlarla con inyecciones de insulina.

– ¿Y por qué iba a actuar Stucky con un cómplice? ¿Estás segura de que eso tiene sentido, Maggie?

– No, no lo estoy. Pero hemos encontrado huellas en los lugares donde fueron hallados los cuerpos y en la escena de las muertes, y no se corresponden con las de Stucky. Esta mañana averiguamos que las huellas son idénticas a las del antiguo socio empresarial de Stucky, Walker Harding. Vendieron su negocio hace unos cuatro años y supuestamente siguieron caminos separados, pero puede que hayan vuelto a trabajar juntos. También hemos descubierto una finca aislada junto al otro lado del río, registrada a nombre de Harding. Ese lugar parece perfecto para esconderse.

Maggie miró de nuevo el mapa. El desvío a Quantico se acercaba. Pronto tendría que tomar una decisión. Conocía un atajo hacia el puente de peaje. Podía estar allí en menos de una hora. De pronto, se dio cuenta de que el silencio de Gwen duraba demasiado. ¿Había perdido la llamada?

– Gwen, ¿sigues ahí?

– ¿Has dicho que el socio de Stucky se llamaba Walker Harding?

– Sí, eso es.

– Maggie, la semana pasada empecé a ver a un nuevo paciente que es ciego. Su nombre es Walker Harding.

Capítulo 68

Tully arrancó el fax de la máquina y empezó a juntar las cuatro hojas. La Comisión de Parques Naturales de Maryland le había mandado una vista aérea de la propiedad de Harding. En blanco y negro, apenas se distinguía nada entre las copas de los árboles. Lo primero que notó Tully fue que, desde lo alto, la zona parecía una isla, salvo por un pequeño istmo que la conectaba con tierra firme. La finca estaba bañada por las aguas del río Potomac por dos de sus lados y por las de un río tributario por el tercero.

– El equipo de fuerzas de intervención rápida está preparado -dijo Cunningham al entrar en la sala de reuniones-. La Patrulla Estatal de Maryland los estará esperando al otro lado del puente de peaje. ¿Sirven de algo? -rodeó la mesa y miró el mapa que Tully acababa de ensamblar.

– No se ve ningún edificio. Hay demasiados árboles.

Cunningham se subió las gafas por el puente de la nariz y se inclinó para observar el mapa.

– Tengo entendido que la edificación que alberga el generador eléctrico está en el extremo noroeste -deslizó el dedo por un lugar que parecía una masa blanquinegra-. Imagino que la casa estará muy cerca. ¿Alguna idea de cuánto tiempo lleva Harding viviendo allí?

– Al menos cuatro años. Lo cual significa que se ha establecido y conoce la zona. No me sorprendería que tuviera un bunker en alguna parte de la finca.

– Eso parece un poco paranoico, ¿no? -Cunningham alzó las cejas.

– Ese tipo era un auténtico ermitaño antes de que Stucky y él crearan su negocio. Algunos de los juegos de ordenador que vende son creación suya. Puede que sea un genio de la informática, pero también es más raro que el demonio. Muchos de los juegos son de propaganda antigubernamental, basura de supremacía aria. Incluso hay uno llamado La venganza de Waco, y algunos relacionados también con el Armagedón. Seguramente vendió muchos en 1999, así que no me sorprendería que estuviera bien preparado.

– ¿De qué está hablando, agente Tully? ¿Quiere decir que tal vez nos estemos enfrentando a un problema mayor que un par de asesinos en serie? ¿Cree que Harding puede tener un arsenal escondido, o, peor aún, la finca minada?

– No tengo ningún indicio, señor. Sólo digo que deberíamos ir preparados.

– Pero ¿preparados para qué? ¿Para un tiroteo?

– Para cualquier cosa, señor. Sólo digo que, si Harding es tan violento como sugieren sus videojuegos, puede que se vuelva loco si el FBI aparece en su puerta.

– Estupendo -Cunningham se enderezó y se acercó al tablón de anuncios donde Tully había clavado algunas hojas impresas sacadas de la web de Harding, junto a fotografías de las escenas de las muertes-. ¿A qué hora llega la agente O'Dell?

Tully miró su reloj. Ya llegaba media hora tarde. Sabía lo que estaba pensando Cunningham.

– Debería llegar en cualquier momento, señor -dijo Tully sin evidenciar que sospechaba que tal vez O'Dell no apareciera-. Creo que tenemos todo lo que necesitamos. ¿Hay algo que se me haya pasado por alto?

– Quiero informar al equipo de intervención rápida. Deberíamos ponerlos al corriente de nuestras sospechas -dijo Cunningham, mirando su reloj-. ¿A qué hora salió la agente O'Dell de Washington?

– No estoy seguro. ¿Tendrán que hacer algún preparativo especial? -evitó la mirada de su jefe, por si acaso notaba que intentaba ganar tiempo y cambiar de tema.

– No. Pero es importante que sepan dónde se meten -al levantar la vista, Tully vio que Cunningham lo estaba mirando con el ceño fruncido-. ¿Está seguro de que la agente O'Dell venía para acá?

– Claro, señor. ¿Adonde iba a ir, si no?

– Siento llegar tarde -O'Dell entró en ese preciso instante.

Tully contuvo un suspiro de alivio.

– Llega justo a tiempo -le dijo.

– Necesito unos minutos para hablar con el equipo de intervención rápida, y luego podrán marcharse -Cunningham salió de la sala.

En cuanto estuvieron solos, Tully preguntó:

– Dígame, O'Dell, ¿cuánto se ha acercado al puente antes de dar la vuelta?

– ¿Cómo lo ha adivinado?

– Por simple intuición.

– ¿Lo sabe Cunningham? -de pronto, parecía más enojada que preocupada.

– ¿Por qué iba a decírselo? -él se fingió ofendido-. Hay ciertos secretos que sólo los compañeros deben compartir -agarró una bolsa que había en un rincón, le dio un chaleco antibalas y la esperó junto a la puerta-. ¿Nos vamos?