La demostración, que podía verse con un simple clic del ratón, mostraba a una mujer desnuda sufriendo una violación múltiple. El jugador podía abatir a todos los agresores y era recompensado por ello violando él mismo a la mujer. A pesar de que se trataba de animación, el videoclip era sumamente realista. Tully sintió que se le revolvían las tripas. Se preguntaba si alguno de los amigos de Emma sería aficionado a aquella basura.
Uno de los enlaces de la página era la Lista de los Diez Mejores del General Lil, que incluía una nota del consejero delegado de WH Enterprises. Tully supo lo que iba a encontrar antes de bajar el cursor y ver que el mensaje acababa diciendo: Feliz caza. General Walker Harding.
Tully se paseaba de un lado a otro por la sala de reuniones, de ventana en ventana. Walker Harding tal vez hubiera estado a punto de quedarse ciego, pero era indudable que había recuperado la vista. ¿Cómo, si no, iba a dirigir un negocio informático como aquél? ¿Cómo, si no, iba a estar en los lugares donde habían sido hallados los cuerpos y en la escena del crimen, ayudando a su viejo amigo Albert Stucky?
– Hijo de perra -dijo Tully en voz alta.
O'Dell tenía razón. Trabajaban los dos juntos. Tal vez siguieran compitiendo en un nuevo juego de terror. Fuera como fuese, no había forma de negar la evidencia. Las huellas de Walker Harding se correspondían con las halladas en el contenedor donde habían encontrado el cuerpo de Jessica Beckwith. Encajaban con las del paraguas de Kansas City, y con las huellas dejadas en el jacuzzi de la casa de Archer Drive.
Poco antes, las autoridades de Maryland habían confirmado al fin que en la finca había una enorme casa de dos plantas y varios cobertizos de madera. Todos los edificios gubernamentales habían sido derruidos antes de la venta. El resto de la propiedad, informaron a Tully, estaba rodeado de agua por tres de sus lados y cubierto por árboles y rocas. No había carreteras, salvo un camino de tierra que conducía a la casa. Tampoco había tendido eléctrico, ni cables de teléfono que llegaran desde el exterior. El nuevo propietario utilizaba un potente generador que había dejado el gobierno. Aquel lugar parecía el sueño de un ermitaño hecho realidad, o el paraíso de un loco. ¿Por qué no se había dado cuenta antes de que, naturalmente, las siglas de WH Enterprises pertenecían a Walker Harding?
Tully miró su reloj de pulsera. Tenía que hacer varias llamadas. Necesitaba concentrarse. Respiró hondo varias veces, se frotó los ojos intentando librarse del cansancio y levantó el teléfono. La espera se había acabado, pero temía decírselo a la agente O'Dell. ¿Sería aquello la última hebra que desmadejaría por completo su ya maltrecho equilibrio mental?
Capítulo 66
Tess despertó lenta y dolorosamente. Le dolía todo el cuerpo. La cabeza le palpitaba con un martilleo continuo. Algo la mantenía sujeta. No podía moverse. No lograba abrir los ojos de nuevo. Le pesaban demasiado los párpados. Tenía la boca seca; la garganta en carne viva por dentro y por fuera. Estaba sedienta y, al pasarse la lengua por los labios, la asustó el sabor de la sangre.
Se obligó a abrir los ojos y luchó contra las ataduras que le sujetaba las muñecas y los tobillos al pequeño camastro. Reconoció el interior del cobertizo. Sentía su humedad y su olor a moho. Se retorció, intentando liberarse. Notaba una manta áspera debajo de ella. Entonces se dio cuenta de que estaba desnuda. El pánico le atravesó los costados, golpeando contra las paredes de su cuerpo. Tenía un grito atrapado en la garganta, pero nada salió de ella, salvo una boqueada de aire. Ello bastó, sin embargo, para que un zarpazo de dolor recorriera su garganta como si estuviera tragando cuchillas.
Se quedó inmóvil, intentando calmarse, intentando pensar antes de que el terror dominara su mente. No tenía ya control sobre su cuerpo, pero nadie quebrantaría su espíritu. Aquélla era una dolorosa lección que había aprendido de sus tíos. Por más que le hicieran a su cuerpo, por más que su tía la encerrara en el sótano o que su tío la violara, ella había logrado mantener el dominio de su razón. Era su última defensa. Su única defensa.
Sin embargo, al oír que los cerrojos de la puerta se abrían, sintió que las zarpas del terror arañaban las frágiles barricadas de su espíritu.
Capítulo 67
Maggie zigzagueaba entre el tráfico lento, intentando no pisar a fondo el acelerador. El corazón no paraba de martillearle contra el pecho desde la llamada de Tully. Toda la cólera que había acumulado en el despacho de Kernan se había transformado en pánico. Ya no hacía suavemente tic-tac como una bomba de relojería, sino que presionaba contra sus costillas como un peso que bajara poco a poco, amenazando con aplastarla.
Sabía que Walker Harding estaba implicado en los asesinatos. Era lógico que Stucky hubiera recurrido a su viejo amigo. Aunque todavía le resultaba difícil de creer que Stucky se dejara ayudar por nadie, aunque fuera por su ex socio. A no ser, claro, que los dos estuvieran compitiendo en una especie de retorcido pasatiempo. Y, por la descripción que Tully le había hecho de la nueva aventura empresarial de Harding, parecía más que probable que éste fuera capaz del mismo grado de perversidad y retorcimiento que Stucky.
Se apartó el pelo tras las orejas y bajó la ventanilla. La brisa invadió silbando el interior del coche, arrastrando con ella el humo de los tubos de escape y el olor a pinos.
El doctor Kernan le había dicho que no debía pensar tanto. Sólo tener fe. Toda su vida se había sentido como si fuera la única persona en la que podía confiar. No había nadie más. ¿Comprendía el doctor Kernan lo frustrante, lo…? Demonios, ¿por qué no admitirlo? ¿Lo aterrador que era pensar que ya no podía fiarse de la única persona en la que había confiado toda su vida? ¿Que ya no podía confiar en sí misma?
Tenía una licenciatura en psicología criminal y un máster en psicología del comportamiento. Lo sabía todo sobre el lado oscuro, y sabía que existía en todos. Había numerosos expertos que debatían acerca de la fina línea que separaba el bien y el mal, y todos ellos confiaban en explicar por qué algunas personas elegían el mal, mientras que otras elegían el bien. ¿Cuál era el factor determinante? ¿Lo sabía alguien realmente?
«Confie en sí misma», le había dicho Kernan. Y también le había dicho que las decisiones que se tomaban en una fracción de segundo revelaban de algún modo el verdadero yo.
¿Qué clase de pamplina era aquélla? ¿Y si su verdadero yo resultaba ser el lado oscuro? ¿Y si su auténtica naturaleza era capaz de la misma perversidad que Stucky? No podía evitar pensar que sólo hacía falta una fracción de segundo para que apuntara y disparara una bala justo entre aquellos ojos negros. Ya no quería capturar, detener a Albert Stucky. Quería que lo pagara caro. Quería (no, necesitaba) ver el miedo en aquellos ojos perversos. El mismo miedo que ella había sentido en aquella fábrica abandonada de Miami, cuando él le seccionó el abdomen. El mismo miedo que sentía cada noche cuando caía la oscuridad y el sueño no llegaba.
Stucky había hecho de aquello una guerra personal entre ellos dos. La había convertido en cómplice de sus asesinatos, haciendo que se sintiera como si ella misma hubiera seleccionado a cada una de aquellas mujeres para ponerlas a su disposición. Si Stucky había conseguido de algún modo convencer a Walker Harding para que tomara parte en aquel juego brutal, entonces había que destruirlos a los dos.
Maggie miró el mapa desplegado en el asiento del pasajero. El puente de peaje estaba a unos cien kilómetros de Quantico. Tully todavía estaba solucionando los trámites. Tardaría varias horas en tenerlo todo listo, conforme a sus minuciosos y reglamentarios criterios. Habría que esperar un poco más. Tendrían suerte si llegaban a la propiedad de Harding al anochecer. Tully la esperaba en Quantico en los siguientes diez o quince minutos. Delante de ella, una señal indicaba que la salida que debía tomar estaba a sólo veinte kilómetros.