Изменить стиль страницы

– Creo -él vaciló y se aclaró la garganta-, creo que Jung dijo que la maldad es un componente tan esencial como el bien en la conducta humana. Que debemos aprender a reconocer y a aceptar que existe en todos nosotros. Pero no, eso no significa que todos seamos capaces del mismo grado de maldad de alguien como Albert Stucky. Hay una diferencia, mi querida agente O'Dell, entre pisar accidentalmente la maldad y mancharse los zapatos de barro, y elegir zambullirse y revolcarse en ella.

– Pero ¿cómo puede uno evitar caer en ella de cabeza? -Maggie sentía un molesto nudo en el estómago. El frenesí que le bullía dentro amenazaba con revelarse. Sus ideas de venganza eran negras, perversas y muy reales. ¿Se habría zambullido ya en el mal?

– Voy a decirle algo, Maggie O'Dell, y quiero que me escuche atentamente -Kernan se inclinó hacia delante con expresión seria, y la extraña intensidad de sus ojos agrandados clavó a Maggie en la silla-. Me importan un bledo Jung o Freud y lo que dijeran sobre ese rollo de la maldad. Recuerde esto y sólo esto, Margaret O'Dell. Las decisiones que tomamos en una fracción de segundo revelan siempre nuestra auténtica naturaleza, nuestro verdadero yo. Nos guste, o no. Cuando esa fracción de segundo llegue, no piense, no analice, no sienta y jamás tenga remordimientos. Simplemente, reaccione. Tenga fe. Confíe en usted misma. Haga eso, sólo eso, y apuesto a que sólo acabará con un poco de barro en los zapatos.

Capítulo 65

Tully aporreaba el teclado de su ordenador portátil. Sabía que el de su despacho era mucho más rápido, pero no podía abandonar la sala de reuniones porque estaba esperando unas llamadas y había desplegado sobre la mesa todos los archivos del caso. A la gente O'Dell la pondría furiosa aquel desorden. Aunque Tully dudaba de que pudiera enfurecerse más de lo que ya lo estaba. No la había visto ni había vuelto a hablar con ella desde que el día anterior había salido de su casa dando un portazo.

El director adjunto Cunningham lo había informado de que O'Dell pasaría la mañana en Washington D. C., en una cita fijada con anterioridad. Cunningham no le había dicho nada más, pero Tully sabía que la cita era con el psicólogo del departamento. Tal vez aquello ayudara a tranquilizarla. O'Dell tenía que mantener la perspectiva. Debía darse cuenta de que estaba actuando lo más rápidamente posible. Tenía que superar su propio miedo. No podía seguir viendo al hombre del saco en cada esquina y esperar atraparlo corriendo tras él con la pistola en alto.

Sin embargo, Tully tenía que reconocer que a él también le estaba costando trabajo esperar. Las autoridades de Maryland se mostraban reacias a irrumpir en propiedad privada si no había una buena causa. Y ningún departamento gubernamental parecía dispuesto a reconocer o a confirmar que aquella arcilla metálica podía proceder de una propiedad estatal recientemente cerrada y vendida. Lo único que tenían era la historia de pesca del detective Rosen, y tras repetírsela una y otra vez a distintos funcionarios gubernamentales, a Tully le parecía cada vez más simplemente eso: una historia de pesca.

Habría sido distinto si la propiedad en cuestión no hubiera estado formada por kilómetros y kilómetros de bosque y rocas. Podrían haberse metido por las carreteras a echar un vistazo. Pero, por lo que Tully había podido comprobar en aquella finca no había carretera alguna; al menos, no pública. El único camino de tierra tenía una puerta electrónica, recuerdo de cuando la finca era de propiedad gubernamental y no se permitía el acceso sin autorización. Tully intentaba encontrar a los nuevos propietarios, esperando hallar algo que le aclarara qué o quiénes eran WH Enterprises.

Decidió usar un nuevo buscador y tecleó otra vez «WH Enterprises». Aguardó con los codos sobre la mesa y la barbilla apoyada en la mano, mirando la línea que avanzaba en la parte de debajo de la pantalla: 3% del documento transferido… 4%… 5%… Aquello podía tardar una eternidad.

El teléfono lo rescató de la espera. Se giró en la silla y lo descolgó.

– Tully.

– Agente Tully, soy Keith Ganza, de medicina forense. Me han dicho que la agente O'Dell no estaba esta mañana.

– Sí, así es.

– ¿Sabe si podría encontrarla en alguna parte? ¿Tal vez en su móvil? Me preguntaba si podría darme el número.

– Parece importante.

– No estoy seguro de que lo sea. Supongo que le corresponderá decidirlo a Maggie.

Tully se enderezó en la silla. La voz de Ganza era monótona y constante, pero el hecho de que no quisiera hablar con él lo alarmó. ¿Habían estado O'Dell y Ganza siguiendo alguna pista a sus espaldas?

– ¿Tiene algo que ver con el test de luminol? Ya sabe que la agente O'Dell y yo trabajamos juntos en el caso Stucky, Keith.

Hubo una pausa. Así que tenía razón. Le estaban ocultando algo.

– La verdad es que hay un par de cosas -dijo finalmente Ganza-. Me he pasado tanto tiempo analizando la composición química de ese barro y luego buscando las huellas dactilares, que acabo de ponerme a examinar la bolsa de basura que encontró usted en Archer Drive.

– No parecía contener nada raro, salvo los envoltorios de caramelos.

– Puede que tenga una explicación para eso.

– ¿Para los caramelos? -Tully apenas podía creer que Ganza estuviera perdiendo el tiempo con eso.

– Descubrí una pequeña ampolla y una jeringuilla al fondo de la bolsa. Era insulina. Es posible que alguno de los dueños anteriores de la casa sufra diabetes, pero entonces habríamos encontrado más ampollas. Además, la mayoría de los diabéticos que conozco tienen mucho cuidado con dónde tiran sus jeringuillas usadas.

– ¿Adonde quiere llegar exactamente, Keith?

– Sólo le estoy contando lo que he averiguado. A eso me refería al decir que es Maggie a quien le corresponde determinar si es importante o no.

– Ha dicho que había un par de cosas.

– Ah, sí… -Ganza vaciló de nuevo-. Maggie me pidió que buscara las huellas de Walker Harding, pero me está costando mucho trabajo. Ese tipo no tiene antecedentes delictivos. Ni siquiera tiene permiso de armas.

A Tully lo sorprendió que Maggie no le hubiera dicho a Ganza que dejara de investigar a Harding tras descubrir que el antiguo socio de Stucky se estaba quedando ciego y que, por tanto, no podía ser el asesino.

– Ahórrese el tiempo -le dijo a Ganza-. No parece que haya nada que investigar.

– Yo no he dicho que no haya encontrado nada. Sólo he dicho que me estaba costando más tiempo de lo normal. Ese tal Harding tuvo un trabajo de funcionario hace unos diez años, así que, después de todo, sus huellas estaban en un archivo.

– Keith, lamento que se haya tomado tantas molestias -Tully sólo escuchaba a medias a Ganza mientras observaba la pantalla del ordenador. El buscador debía de haber encontrado algo acerca de WH Enterprises, si tardaba tanto. Empezó a tamborilear con los dedos.

– Por suerte, ha valido la pena -continuó Ganza-. Las huellas que recogí en la bañera son idénticas a las de Harding.

Los dedos de Tully se pararon. Su otra mano aferró el teléfono con fuerza.

– ¿Qué acaba de decir?

– Las huellas recogidas en el jacuzzi de Archer Drive encajan perfectamente con las de ese tal Walker Harding. Son las mismas. No hay duda.

Las piezas del puzzle empezaban a encajar, pero a Tully no le gustaba la imagen que iban formando. En una oscura página web diseñada de tal modo que parecía una agencia de información dirigida por la Confederación, había encontrado unos videojuegos de ordenador a la venta. Todos se vendían al por mayor, y la búsqueda podía completarse activando los pequeños iconos que representaban las banderas de los Estados Confederados. Una empresa llamada WH Enterprises se encargaba de la distribución de los juegos. La mayoría de ellos garantizaban violencia explícita y algunos prometían ser de naturaleza pornográfica. Aquéllos no eran juegos de los que podían comprarse en cualquier tienda.