Изменить стиль страницы

– No -la respuesta parecía bastante simple, pero Maggie advirtió que Tully seguía mirándola fijamente, como si esperara una explicación-. Trabajando en el FBI, es más difícil tener familia si se es mujer que si es hombre.

Él asintió como si aquello fuera una nueva revelación, como si nunca antes hubiera pensado en ello.

– Espero no haber despertado también a su esposa.

– Tendría que hacer mucho ruido para despertarla.

– ¿Perdone?

– Mi esposa vive en Cleveland. Mi ex esposa, quiero decir.

Aquél seguía siendo un tema delicado. Maggie lo notó por el modo en que de pronto Tully parecía evitar su mirada. Él bebió despacio un sorbo de café, sujetando la taza con ambas manos. Luego, como si recordara por qué estaban allí, en su cuarto de estar, un domingo por la mañana, se levantó bruscamente, dejó la taza sobre la mesita cubierta de cosas y empezó a rebuscar entre los papeles. Maggie no pudo evitar preguntarse si habría alguna parte de su vida que el agente Tully mantuviera en orden.

Él sacó un mapa y comenzó a desplegarlo sobre los montones desiguales.

– Por lo que me ha dicho por teléfono, imagino que se trata de esta zona.

Maggie echó un vistazo al lugar que Tully había marcado en el mapa en amarillo fluorescente. Y ella que creía que ni siquiera la estaba escuchando cuando lo había llamado por teléfono un rato antes… Tully prosiguió:

– Si Rosen se perdió, es difícil decir exactamente dónde estaba, pero si se cruza el Potomac por este puente de peaje, hay una zona de unos ocho kilómetros de ancho por veinticuatro de lado que se mete en el río como si fuera una península. El puente de peaje pasa por encima de su mitad más alta. El mapa no muestra carreteras, ni siquiera caminos sin pavimentar en la península. El terreno es muy abrupto. En otras palabras, un lugar perfecto para esconderse.

– Y del que resultaría muy difícil escapar -Maggie se inclinó hacia delante. Apenas podía contener la ansiedad. Allí estaba. Aquél era el lugar en el que Stucky se ocultaba y guardaba su colección-. ¿Cuándo nos vamos?

– Espere un momento -Tully se sentó y tomó su taza-. Vamos a hacer esto conforme al reglamento, O'Dell.

– Stucky golpea duro y rápido y luego desaparece -ella dejó que advirtiera su cólera y su impaciencia-. Ya ha matado a tres mujeres y posiblemente haya secuestrado a otras dos en una sola semana. Y ésas son sólo las que conocemos.

– Lo sé -dijo él parsimoniosamente.

¿Era ella la única que parecía comprender al loco de Stucky?

– Stucky podría irse cualquier día, en cualquier momento. No podemos esperar una orden judicial, ni la cooperación de la policía del condado, ni lo que coño esté pensando que tenemos que esperar.

Él bebió un sorbo de café, observándola por encima del borde de la taza.

– ¿Ha terminado?

Ella cruzó los brazos sobre el pecho y se echó hacia atrás en el asiento. No debería haber llamado a Tully. Sabía que podía convencer a Rosen de que montara un equipo de búsqueda, a pesar de que el área en cuestión estaba al otro lado del río, lo cual significaba que no sólo pertenecía a una jurisdicción distinta, sino también a otro estado.

– Lo primero de todo, el director adjunto Cunningham va a ponerse en contacto con la policía de Maryland.

– ¿Cunningham? ¿Ha llamado a Cunningham? Ah, genial.

– He intentado averiguar a quién pertenece esa finca -él continuó hablando sin hacerle caso-. Antes era propiedad del gobierno, lo cual puede explicar esa extraña mezcla química del barro. Probablemente sea algo que estuvieron probando. Hace unos cuatro años, la finca fue adquirida por una empresa privada llamada WH Enterprises. No he conseguido averiguar nada sobre ella. Ni quién es el consejero delegado, ni quiénes la componen, ni nada.

– ¿Desde cuándo necesita el FBI permiso para capturar a un asesino en serie?

– Estamos moviéndonos por pura intuición, O'Dell. No podemos mandar un equipo de fuerzas especiales sin saber qué hay allí. Puede que el barro sólo signifique que Stucky ha pasado por ese lugar. Nada prueba que siga allí.

– ¡Maldita sea, Tully! -ella se levantó y comenzó a pasearse por el cuarto de estar-. Es la única pista que tenemos y necesita analizarla hasta el aburrimiento cuando podemos ir allí y comprobarlo con nuestros propios ojos.

– ¿No le gustaría saber en qué se está metiendo esta vez, agente O'Dell? -él enfatizó el «esta vez», y Maggie comprendió que se refería al agosto anterior, cuando había seguido sola a Albert Stucky hasta una fábrica abandonada de Miami, sin decírselo a nadie. Entonces también se había dejado llevar por una corazonada. Sólo que Stucky le había tendido una trampa. ¿Sería posible que la estuviera esperando otra vez?

– Entonces, ¿qué sugiere que hagamos?

– Esperar -dijo Tully como si aquello no tuviera importancia-. Averiguar primero qué hay allí. Las autoridades de Maryland podrán informarnos. Hay que averiguar a quién pertenece esa finca. Quién sabe. Será mejor que no nos metamos en una propiedad privada sin saber si es el escondrijo de un grupo de fanáticos de la supremacía blanca con un arsenal que podría borrarnos a todos de la faz de la tierra.

– ¿De cuánto tiempo estamos hablando?

– Es difícil ponerse en contacto con todo el mundo en domingo.

– ¿De cuánto, agente Tully?

– Un día. Dos, como mucho.

Maggie lo miró fijamente, intentando contener la cólera.

– A estas alturas, ya debería saber lo que Albert Stucky es capaz de hacer en un día o dos -ella se acercó a la puerta y se fué, dejando que su portazo mostrara lo que pensaba de aquella espera.

Capítulo 61

Tully se arrellanó en el sillón y apoyó la cabeza en el cojín. Oyó a O'Dell cerrar de golpe la puerta del coche y disparar el motor, haciendo rechinar las ruedas, desfogando su ira frente a la puerta de su casa. Podía comprender su frustración. Qué demonios, él también se sentía frustrado. Deseaba tanto como ella atrapar a Stucky. Pero sabía que para O'Dell aquello era algo personal. No podía imaginar lo que debía de estar sintiendo. Tres mujeres, todas ellas conocidas suyas, brutalmente asesinadas sólo porque habían tenido la mala fortuna de cruzarse en su camino.

Cuando alzó la mirada, Emma estaba en la puerta del pasillo, apoyada en la pared, observándolo. No se había cambiado, ni se había cepillado el pelo. De pronto, Tully se sintió cansado de regañarla. Ella siguió mirándolo fijamente, y él recordó que seguía sin hablarle. Bueno, muy bien. Él tampoco le dirigiría la palabra. Echó de nuevo la cabeza hacia atrás.

– ¿Ésa era tu compañera nueva?

Él la miró sin cambiar de postura, intentando no parecer sorprendido por aquel repentino armisticio, por si acaso a su hija se le había olvidado temporalmente.

– Sí, O'Dell es mi compañera nueva.

– Parecía muy cabreada contigo.

– Sí, creo que lo está. Se nota que tengo buena mano con las mujeres, ¿eh?

Por extraño que pareciera, Emma sonrió. Tully le devolvió la sonrisa y ella se echó a reír. En dos pasos se acercó a él y se sentó sobre sus rodillas como hacía de niña. Tully la rodeó con los brazos y la apretó con fuerza antes de que cambiara de idea. Emma apoyó la cabeza bajo su barbilla.

– ¿Te gusta?

– ¿Quién? -Tully había olvidado de quién estaban hablando. Era tan agradable poder abrazar a su niña otra vez…

– O'Dell, tu compañera nueva.

– Sí, creo que me gusta. Es una mujer inteligente y fuerte.

– Y muy guapa.

Él vaciló, preguntándose si Emma estaba preocupada por si huía con una compañera de trabajo, como había hecho su madre.

– Maggie O'Dell y yo sólo somos compañeros de trabajo, Emma. Entre nosotros no hay nada.

Ella se quedó sentada en silencio, y Tully deseó que le hablara de sus temores, si los tenía.

– Parecía cabreadísima contigo -dijo ella finalmente, riendo.