Изменить стиль страницы

La reina Isabel, que reinaba a la sazón, había llegado al fin de sus días a aborrecer la vida. Vestirse y desnudarse, comer y beber, en fin, muchas otras funciones que no enumeraré, la hacían la vida verdaderamente insoportable.

Mi abuelo la puso en estado de hacer todo esto, según su capricho, por sí misma o por poderes.

¿Y qué creéis que pidió mi padre en recompensa de tan señalado servicio?

Solamente la libertad de Shakespeare.

La reina no le pudo hacer que aceptara nada más. Aquel excelente hombre le había tomado al poeta un cariño tan íntimo y cordial, que de grado hubiera dado parte de su vida por prolongar la de su amigo.

Por lo demás, puedo aseguraros, señores, que el método practicado por la reina Isabel, de vivir sin comer, no obtuvo ningún éxito para con sus súbditos, al menos para con aquellos famélicos glotones, a quienes se dio el nombre de comedores de bueyes . Ni ella resistió más de siete años y medio, al cabo de los cuales murió de inanición.

Mi padre, de quien yo heredé la honda, poco tiempo antes de mi partida para Gibraltar me refirió lo que sus amigos le oyeron contar más de una vez y cuya veracidad no pondrá en duda ninguno de los que conocieron al digno anciano.

«En uno de mis viajes a Inglaterra -me decía-, me paseaba una vez a la orilla de la mar, no lejos de Harwich, cuando de repente se lanzó a mí un caballo marino. No tenía yo para defenderme más que mi honda, con la cual le envié dos piedras tan hábilmente dirigidas, que le vacié los dos ojos; le salté entonces encima, y acabalgado en él lo guié hacia la mar, porque al perder los ojos había perdido también toda su ferocidad, y se dejaba conducir como un cordero. Púsele la honda a manera de bridas y lo lancé al galope.

»En menos de tres horas llegamos a la orilla opuesta, habiendo hecho en tan breve espacio treinta millas de camino.

»En Helvoetsluys vendí mi cabalgadura por setecientos ducados al huésped de las Tres copas, que, exhibiendo tan extraordinario animal por dinero, hizo un bonito negocio. (Puede verse la descripción en Buffon.)

»Pero por singular que fuera este modo de viajar -añadía mi padre-, las observaciones y descubrimientos que me permitió hacer son aún más extraordinarios.

»El animal en que iba montado no nadaba, sino que corría con pasmosa rapidez por el fondo de la mar, espantando millones de peces en todo diferentes de los que solemos ver. Unos tenían la cabeza en medio del cuerpo; otros al extremo de la cola; algunos estaban ordenados en círculo y cantaban coros de belleza indecible; muchos construían con la misma agua edificios transparentes, rodeados de columnas gigantescas en que ondulaba una materia fluida y resplandeciente como la más pura llama.

»Los aposentos de estos edificios ofrecían todas las comodidades apetecibles para los peces de distinción: algunas de sus habitaciones estaban dispuestas y habilitadas para la conservación de la freza, y muchas otras espaciosas estancias estaban destinadas a la educación de los peces jóvenes. El método de enseñanza, según pude yo juzgar por mis propios ojos, porque las palabras eran tan ininteligibles para mí como el canto de los pájaros o de los grillos, presenta a mi parecer tantas relaciones con el empleado en nuestro tiempo en los establecimientos filantrópicos, que estoy persuadido que alguno de esos teóricos ha hecho un viaje análogo al mío y pescado sus ideas en el agua más bien que en el aire.

»Por lo demás, de lo que acabo de deciros podéis deducir que todavía queda al mundo un vastísimo campo abierto a la explotación y al estudio. Pero vuelvo a mi narración.

«Entre otros incidentes de viaje, pasé por una inmensa cadena de montañas tan elevadas, por lo menos, como los Alpes. Una multitud de gigantescos árboles de variadas esencias se agarraban a los flancos de las rocas. En estos árboles crecían langostas, cangrejos, ostras, almejas, caracoles, tan monstruosos algunos, que uno solo de ellos hubiera bastado para la carga de un carro y el más pequeño hubiera podido aplastar a un mozo de cordel.

»Todos los ejemplares de esta especie que vienen a nuestras costas y se venden en nuestros mercados no son sino miseria que el agua arranca de las ramas, como el viento hace caer de los árboles la fruta menuda. Los árboles de langostas me parecieron los mejor provistos, pero los de cangrejos y ostras los más corpulentos. Los caracoles de mar subían a unos matorrales que se hallan casi siempre al pie de los árboles de cangrejos y los envuelven como hace la yedra con la encina.

»Observé también el singular fenómeno producido por un buque náufrago. A lo que me pareció, había chocado con una roca cuya punta estaba apenas a tres toesas por debajo del agua, y yéndose a fondo se había dormido sobre un árbol de langostas. A su caída había arrancado algunos frutos que fueron a caer a un árbol de cangrejos que había más abajo. Como esto pasaba en primavera y las langostas eran jóvenes, se unieron a los cangrejos, de donde vino a resultar un fruto que participaba de las dos especies. Por la rareza del hecho hubiera querido yo coger un ejemplar; pero su peso me hubiera embarazado mucho, y después de todo, mi Pegaso no quería detenerse.

«Estaba, poco más o menos, a la mitad del camino y me hallaba en un valle situado a quinientas toesas, lo menos, por debajo de la superficie del mar; allí comencé a sentir la falta de aire. Fuera de esto mi posición estaba muy lejos de ser agradable bajo muchos otros conceptos.

»Efectivamente, encontraba de vez en cuando grandes peces, que a lo que podía juzgar por la abertura de sus bocas, no parecían sino muy dispuestos a tragarnos a los dos juntos. Mi pobre Rocinante estaba ciego y sólo debí a mi prudencia burlar las hostiles intenciones de aquellos hambrientos señores. Continué, pues, galopando a fin de ponerme cuanto antes en seco.

«Llegado que hube cerca de las costas de Holanda, y no teniendo ya más que unas veinte toesas de agua encima, creí vislumbrar, tendida en la arena, una forma humana, que por su traje era un cuerpo de mujer. Parecióme que daba aún algunas señales de vida, y habiéndome acercado, la vi en efecto mover una mano. Cogí esta mano y saqué a la orilla aquel cuerpo en apariencia cadavérico.

«Aunque el arte de resucitar los muertos estuviera en aquella época menos adelantado que en la nuestra, en que se lee en cada puerta de hostería el anuncio de Socorros a los ahogados, los esfuerzos y remedios de un boticario del lugar pudieron reavivar la chispa vital que en aquella mujer quedaba.

»Era la amada mitad de un hombre que mandaba un barco que había salido del puerto de Helvoetzluys hacía poco tiempo. Por desgracia, en la precipitación de la partida embarcó a otra mujer por la suya. Ésta fue al punto avisada por algunas de esas vigilantes protectoras de la paz doméstica, que se llaman amigas íntimas; y creyendo que los derechos conyugales son tan sagrados y valederos en mar como en tierra, se lanzó la pobre abandonada en persecución de su esposo, a bordo de una lancha.

«Cuando lo alcanzó, procuró en una breve, pero intraducible alocución, hacer triunfar sus derechos de una manera tan enérgica, que juzgó prudentemente el marido retroceder dos pasos. El resultado de esto fue que su huesosa mano, en vez de encontrar las orejas de su esposo, encontró el agua, y como esta superficie cedió con más facilidad que el otro, la pobre mujer no encontró sino en el fondo de la mar la resistencia que buscaba.

»En este crítico momento fue cuando mi buena o mala estrella hizo que me la encontrara y me proporcionó el placer de devolver a la tierra un matrimonio tan fiel como feliz.

«Fácilmente me represento las bendiciones que su marido debió echarme al encontrar, de vuelta de su viaje, a su cara esposa, salvada por mí.

»Por lo demás, por mala que fuera mi jugada para con el pobre hombre, mi corazón queda del todo inocente: yo obré por pura caridad, sin sospechar siquiera las malas consecuencias que mi buena acción debía arrastrar.»

вернуться

[9] Beef-eater, mote con que se solía mentar a los miembros de la guardia real inglesa.