Hitniko se dio la vuelta y dijo algo, con un brillo ardiente en la mirada.
– ¿Qué? -preguntó él, sin entender las palabras de Himiko.
– ¡Que éste puede ser el comienzo de la guerra atómica! ¡El fin del mundo!
– ¿A qué te refieres? -dijo sorprendido.
– Pero ¿no has escuchado la noticia?
– ¿Noticia? ¿Qué noticia?
Himiko contempló a Bird con incredulidad, pero comprendió que realmente no entendía nada. Con los ojos brillantes de excitación, exclamó:
– ¡Prepárate, Bird!
– ¿Qué diablos ocurre?
– Jruschov ha reanudado las pruebas nucleares. Al parecer, han probado una nueva bomba mucho más potente que la de hidrógeno.
– ¿De veras?
– No pareces muy impresionado.
– Supongo que no…
– Pues me resulta extraño.
Sí que era extraño. Bird fue consciente de que la noticia no le impresionaba lo más mínimo. Pensó que tampoco se sorprendería al enterarse del estallido de la Tercera Guerra Mundial…
– De verdad que no siento nada -dijo.
– ¿Por qué te has vuelto tan indiferente a la política?
Bird caviló en silencio durante unos segundos.
– Mis días de estudiante han pasado. Ya no soy tan sensible a la situación internacional ni a la política. Sin embargo, las armas atómicas siempre me han preocupado. Nuestro grupo de estudio de lenguas eslavas participó en una campaña antinuclear. Con respecto a lo de Jruschov, no sé qué me ha pasado…
– Bird…
– Parece como si mi sistema nervioso sólo fuera sensible al problema del bebé -afirmó Bird, vagamente ansioso.
– Lo sé. Durante todo el día no has hablado más que del bebé y su posible muerte.
– Su fantasma ocupa mi cabeza. Es como estar sumergido en un lago que fuera el bebé mismo.
– Eso no es normal. Si esto se prolongara, digamos, cien días, te volverías loco, Bird.
Bird la miró con el ceño fruncido, como si el eco de sus palabras pudiese otorgar al bebé la energía que Popeye encontraba en un bote de espinacas. ¡Cien días! ¡Dos mil cuatrocientas horas!
– Si permites que el fantasma del bebé se adueñe de ti, no creo que puedas escapar ni siquiera después de su muerte. Por favor, reflexiona. -Y a continuación, citó en inglés un pasaje de Macbeth-: These deeds must not be thought after these ways, so it will make us mad [«No puede pensarse así sobre esos hechos. Nos enloquecerá,» (N. de la T.)].
– No puedo evitar pensar en el bebé. Y probablemente me suceda lo mismo después de su muerte. No puedo evitarlo -murmuró-. Quizá tengas razón, lo peor vendrá tras su muerte.
– Todavía estás a tiempo de llamar al hospital…
– ¿De qué serviría exigir que vuelvan a darle leche? -interrumpió Bird con voz quejumbrosa y agitada-. ¡Si hubieras visto el bulto que tiene en la cabeza!
Evitaron mirarse a los ojos. Luego, Himiko apagó la luz y se metió en la cama junto a Bird. Durante un rato permanecieron en silencio, inmóviles. Hasta que ella se apretó contra su cuerpo como una novata en relaciones sexuales. Bird sintió el vello púbico contra su muslo. Experimentó una fugaz sensación de repugnancia. Deseaba que Himiko se durmiera y al mismo tiempo que permaneciera despierta hasta que él se rindiera al sueño. Transcurrieron varios minutos en que ambos percibían que el otro estaba despierto e inmóvil. Cuando Hirniko no soportó más esa situación, dijo:
– Anoche soñaste con el bebé, ¿no? -Su voz sonaba extrañamente aguda.
– Sí. ¿Por qué lo preguntas?
– ¿Cómo fue?
– Había una base de misiles en la luna y la cuna del bebé estaba allí, completamente sola en los desiertos lunares. Un sueño sencillo.
– Pues te encogiste, cerraste los puños y lloraste como un recién nacido. Lo presencié todo.
– No me lo creo -dijo Bird, un poco avergonzado.
– Tuve miedo, pensé que tal vez seguirías siempre así, sin retornar jamás a la vigilia.
Bird permaneció en silencio, con las mejillas ardiendo en la oscuridad. Himiko se quedó inmóvil.
– Bird…, si se tratase de algo que también me afectara a mí, que pudiese compartir contigo, entonces podría ayudarte mejor. -Su tono era afectuoso.
– Tienes razón. Es una cuestión personal. Cuando estás solo dentro de una cueva privada, al final llegas a una salida lateral que conduce a una verdad que te concierne a ti y a todo el mundo. Eso recompensa los sufrimientos padecidos. ¿No le ocurrió así a Tom Sawyer? Tuvo que sufrir en una cueva oscura, pero al mismo tiempo encontró el camino hacia la luz y un saco de oro. Sin embargo, lo que experimento ahora es como cavar en solitario el pozo vertical de una mina, recto hacia abajo, hacia una profundidad sin esperanzas y que nunca se abrirá al mundo de nadie más. Así que, aunque sude y sufra en mi cueva privada, mi experiencia jamás le importará o concernirá a nadie. Lo único que hago es cavar y cavar, algo estéril y vergonzoso. ¡Esta vez Tom Sawyer está en el fondo de un pozo sin salida y no me sorprendería que enloqueciera!
– Según mi experiencia, ningún sufrimiento es totalmente estéril. Poco después de que mi esposo se quitara la vida, me fui a la cama sin tomar precauciones con un hombre que podría haber tenido la sífilis. Y estuve un tiempo desquiciada pensando en ello, por miedo al contagio. Sufrí mucho, y mientras sufría pensaba que era un sufrimiento infructuoso e improductivo. Pero ¿sabes?, cuando lo superé había ganado algo. A partir de entonces soy capaz de irme a la cama con cualquier cosa, no importa lo letal o enfermizo que sea. Y la sífilis ya casi no me preocupa.
Himiko lo contó como si fuera algo divertido, incluso concluyó con una risita ahogada. Pero Bird notó que todo era fingido: Himiko sólo intentaba levantarle el ánimo. Entonces se permitió un toque de cinismo:
– En pocas palabras, la próxima vez que mi mujer tenga un bebé monstruo no sufriré por mucho tiempo.
– Yo no he dicho tal cosa -dijo Himiko-. Bird, si al menos pudieras convertir ese pozo vertical sin fondo en una cueva con un túnel de salida…
La conversación tocaba a su fin.
– Voy por una cerveza y algunas píldoras para dormir -concluyó Himiko-. ¿Quieres también?
– No -contestó ásperamente-. Odio despertarme por las mañanas con resaca a píldoras de dormir.
«No» hubiese sido suficiente. El resto de palabras sólo habían servido para acallar la necesidad de cerveza y píldoras que ardía en su garganta.
– ¿De veras? -dijo Himiko sin contemplaciones, mientras tragaba las píldoras con un trago de cerveza-. Ahora que lo mencionas, saben a diente roto.
Himiko se durmió pero Bird continuó despierto con el cuerpo rígido, como padeciendo elefantiasis desde los hombros al estómago. Estar acostado en una cama con otra persona le resultaba un gran sacrificio para su cuerpo. Bird intentó recordar cómo había sido durante su primer año de matrimonio, cuando él y su esposa dormían en la misma cama, pero no lo consiguió. Finalmente decidió dormir en el suelo, aunque Himiko, moviéndose en sueños, le abrazó el cuerpo con piernas y brazos y lo inmovilizó. Bird sintió otra vez el vello púbico sobre su muslo. Desde la oscuridad, más allá de los labios de Himiko, le llegaba un olor a metal oxidado.
Inmóvil y dolorido, Bird permaneció despierto sin remedio. Al poco tiempo tuvo una sospecha sofocante: ¿y si el doctor y las enfermeras atiborraban al bebé con leche entera? Bird vio al bebé atragantándose de leche, con dos bocas rojas abiertas, una en cada cabeza roja. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y se sintió más víctima que nunca: el bebé monstruo le haría la vida imposible. Sudaba, zarandeado por una tempestad de egoísmo. Cortó todos los lazos con el entorno perceptible y sólo se percibió a sí mismo, sudando e inmóvil. Rezumaba una secreción verde, como una oruga de jardín espolvoreada con insecticida.
El doctor y las enfermeras atiborran al bebé con leche entera…
El amanecer estaba cerca, pero Bird sabía que ni siquiera entonces sería capaz de revelarle a Himiko sus temores: los mismos temores vaticinados por la productora de radio en su ataque de celos. Tal vez iría al hospital a echar un vistazo si la agonía de la espera se tornaba insoportable.