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Bird terminó de afeitarse y se miró en el espejo: un rostro pálido y marchito, no sólo a causa de que había perdido peso sino también por la desgracia personal que él dimensionaba al infinito.

– Desde que irrumpí en tu vida me he comportado como un egoísta -afirmó Bird cuando regresó a la sala de estar-. Incluso empiezo a sentir como si ésa fuera la única manera de actuar.

– ¿Estás disculpándote? -dijo Himiko burlona. Su rostro había recuperado la dulzura habitual.

– He dormido en tu cama, he comido de tu comida y hasta te he hecho participar de mis problemas. No tengo derecho a todo ello y sin embargo me he sentido como en casa.

– Bird, ¿piensas marcharte? -preguntó ella preocupada.

Bird la miró y experimentó la sensación de algo ineluctable: nunca encontraría a otra persona tan adecuada para él.

– Aunque acabes marchándote, todavía no lo hagas. Por favor, Bird.

Él volvió al dormitorio, se acostó boca arriba y cerró los ojos. Sentía una profunda gratitud hacia Himiko.

Más tarde, los tres se sentaron a la mesa y hablaron sobre los gobernantes de los nuevos estados africanos y sobre la gramática del swahili. Himiko descolgó el mapa de África de la pared de su habitación y lo extendió sobre la mesa para mostrárselo a su suegro.

– ¿Por qué no hacéis un viaje a África? -propuso de pronto el anciano-. Si vendieras esta casa y algo más, tendrías el dinero suficiente.

– Pues… no es mala idea -dijo Himiko, y miró a Bird-. Tú podrías olvidar al bebé y yo a mi esposo.

– Sí, así es. Y eso es lo más importante -afirmó el suegro de Himiko con entusiasmo-. ¡Haced el viaje juntos!

El proyecto sacudió las fibras íntimas de Bird.

– Yo… no podría. Simplemente no podría -dijo inseguro.

– ¿Por qué no? -le desafió Himiko.

– Porque… es un truco. Olvidarlo todo durante un viaje a África… Yo… -balbuceó y se ruborizó-. ¡No podría hacerlo!

– Bird tiene principios muy firmes -bromeó Himiko.

Bird se sonrojó e hizo un gesto de reproche hacia Himiko. En realidad, hubiese aceptado gustoso un viaje con el objetivo de liberar a Himiko del fantasma de su marido ahorcado. Sin embargo, la idea de que el anciano pudiese sugerir el viaje de ese modo le aterrorizó, y al mismo tiempo ansiaba oír esas palabras.

– Más o menos dentro de una semana Bird regresará junto a su esposa -añadió Himiko.

– Comprendo… -dijo el suegro-. Sólo he sugerido la posibilidad del viaje porque es la primera vez que encuentro a Himiko tan vital tras la muerte de mi hijo. Espero no haberle molestado.

Bird miró perplejo al anciano. Tenía una cabeza maciza y calva, y no se sabía con certeza dónde acababa pues el cráneo se prolongaba en una sola pieza hasta el cuello y de allí hasta los hombros. Una cabeza que recordaba a un león marino, y dos ojos tranquilos, ligeramente nublados. Bird buscó algún indicio sobre la naturaleza de aquel hombre, pero no encontró ninguno. De modo que se mantuvo en silencio y sonrió vagamente, ocultando la desilusión que le subía desde el pecho hasta la garganta.

Bien entrada la noche, Bird e Himiko hicieron el amor largamente en la oscuridad. Lo hicieron en silencio, sin interrupciones, como dos animales perfectamente acoplados. Para ellos, el sexo ya formaba parte de la vida cotidiana. Bird tenía la sensación de llevar casi un siglo haciendo el amor con Himiko, y ella alcanzaba varios orgasmos cada vez. Los genitales de Himiko ya no representaban ningún peligro para Bird, su vagina ya no era algo inescrutable, sino la simplicidad misma, una bolsa de suave resina sintética de donde no podía surgir ninguna bruja para atormentarle. Se sentía en paz. Con su esposa, por el contrario, todo había sido timidez mutua, miedo al riesgo de embarazo, bajones psicológicos. Incluso ahora, tras años de matrimonio, las piernas y brazos largos y torpes de Bird solían hacer daño al cuerpo de su mujer, marchito y rígido en su afán por superar la repugnancia; y a ella siempre le daba la sensación de que Bird pretendía golpearla. Y trataba de vengarse, golpeándole a él. Al final siempre acababan igual: una discusión sin salida y la retirada de Bird, o una conclusión a toda prisa con la horrible sensación de estar recibiendo caridad. Bird había cifrado esperanzas de una revolución en su vida sexual a partir del nacimiento del bebé…

Himiko apretaba una y otra vez el pene de Bird, como si lo estuviese ordeñando, mientras flotaba en sus orgasmos. Bird contenía el suyo por miedo a la larga noche que vendría. E Himiko seguía flotando de orgasmo en orgasmo, aterrizando de tanto en tanto para descansar. Fue en uno de estos aterrizajes cuando Bird oyó que el teléfono sonaba. Intentó ponerse en pie pero Himiko lo retuvo unos instantes.

– Ve ahora, Bird -le dijo luego.

Bird saltó en dirección al teléfono que seguía sonando en la sala de estar. La voz de un hombre joven preguntó por el padre del bebé en cuidados intensivos. Bird se puso rígido y respondió con un gemido de mosquito. Era un interno que llamaba para dar un mensaje del médico encargado del caso.

– Disculpe que llame tan tarde, pero hemos estado algo atareados por aquí. He de rogarle que venga a la cátedra de cirugía cerebral mañana a las once; es la oficina del director adjunto. El doctor hubiese querido llamar personalmente, pero estaba agotado. Hemos trabajado hasta muy tarde…

Bird respiró hondo y pensó: el bebé ha muerto y proyectan practicarle la autopsia.

– Comprendo. Estaré allí a las once.

El bebé ha muerto, se dijo Bird cuando colgó el auricular. Pero ¿qué habría sucedido para que el doctor estuviera tan fatigado? Sintió el gusto amargo de la bilis que le subía desde el estómago. Algo colosal y terrible le observaba desde la oscuridad, justo frente a sus ojos. Bird regresó a la cama a hurtadillas, como un entomólogo que hubiese caído en un hoyo lleno de escorpiones, temblando de pies a cabeza. Entonces, como queriendo hundirse más en el hoyo, intentó penetrar a Himiko. Sólo lo consiguió con ayuda de los dedos de la chica, y enseguida empezó a moverse frenéticamente. Himiko le correspondió. Pero en el momento culminante, Bird se retiró y eyaculó en solitario. Luego se acurrucó junto a ella y se le ocurrió que un día moriría de un ataque al corazón.

– Bird, sí que sabes ser un mamarracho -dijo Himiko mirándole con ironía y tal vez lamentándose del orgasmo perdido.

– Lo siento.

– ¿El bebé?

– Quieren que vaya al hospital. Al parecer les ha dado mucho trabajo -dijo Bird estremeciéndose.

– Será mejor que tomes algunos somníferos y te duermas. Ya no habrá llamadas telefónicas. -La voz de Himiko era dulce.

Mientras la chica iba a la cocina, Bird se tapó los ojos con ambas manos e intentó analizar lo que le preocupaba: ¿por qué el bebé había mantenido tan ocupado al doctor? Pero Himiko regresó muy pronto con las píldoras y algo de whisky. Bird lo ingirió todo de una sola vez.

– ¡Eh, algunas eran para mí!

– Lo siento -dijo él como atontado.

– ¿Bird? -Himiko se acostó a su lado.

– ¿Sí?

– Te contaré una historia hasta que te duermas…, un episodio de esa novela africana. ¿Has leído el capítulo sobre los demonios piratas?

Bird negó.

– Cuando una mujer concibe, los demonios piratas eligen a uno de los suyos para que se cuele en casa de la mujer. Durante la noche, este diablo quita el feto y se mete él mismo en el vientre de la mujer. Y así, el día del parto, nace el demonio pirata en lugar del bebé…

Bird escuchaba en silencio. Este demonio recién nacido enfermaba indefectiblemente, y las ofrendas y ruegos de la madre eran frustrados por el resto de diablos. Muerto el supuesto bebé, en el momento del entierro el demonio pirata recuperaba su forma verdadera y regresaba a la ciudad…

– … al parecer, el diablo nace con un aspecto de bebé muy hermoso para así conquistar el corazón de su madre, que luego, cuando su hijo enferma, no duda en ofrecer todo lo que tiene con tal que su hijo se salve. Según los africanos, estos bebés «llegan al mundo para morir». ¿No te parece que han de ser muy hermosos cuando nacen?