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Con frecuencia Bird pensaba que de haber ido a la guerra sabría con certeza si era valiente o no. Era una idea que albergaba desde antes de casarse. Y siempre lamentaba no poder dar una respuesta definitiva. Hasta su anhelo de ponerse a prueba en la selva africana, un medio totalmente opuesto al vivir cotidiano, surgía de la sensación de que al mismo tiempo podría descubrir y librar su propia guerra personal. Pero en este momento Bird tuvo la certeza, sin necesidad de guerras ni expediciones africanas, de que en verdad era un pusilánime, alguien en quien no se podía confiar.

La mujer apretó la mano sobre la rodilla de Bird, una mano que quemaba de tanta hostilidad que desprendía.

– Bird, me pregunto si no serás la clase de persona que abandona al débil cuando más te necesita… ¿No abandonaste así a Kikuhiko? -Abrió bien los ojos para observar la reacción de su esposo

¿Kikuhiko?, pensó Bird. Sí, lo recordaba muy bien. Un amigo suyo durante la etapa de joven pendenciero en una ciudad de provincias, más joven que Bird. Kikuhiko le seguía los pasos dondequiera que fuese Bird. En cierta ocasión tuvieron una experiencia extraña en una ciudad vecina. Habían aceptado el trabajo de atrapar a un loco fugado de un manicomio, y debían recorrer en bicicleta la ciudad toda la noche. Pero Kikuhiko se fatigó pronto, comenzó a hacer el payaso y acabó extraviando la bicicleta, que era del hospital. En cambio, la fascinación de Bird por el loco aumentaba y aumentaba, y prosiguió su búsqueda ardorosamente durante el resto de la noche. El loco creía que el mundo real era el Infierno y temía a los perros porque los consideraba demonios disfrazados. Al amanecer se proyectaba soltar una jauría de perros pastores tras el rastro del enfermo. Por ello Bird no cejaba en su búsqueda, antes del amanecer. Pero cuando Kikuhiko insistió en que abandonaran y retornaran a su ciudad, Bird, enfadado, le humilló recordándole que conocía la aventura que había tenido con un homosexual norteamericano. Más tarde, cuando Kikuhiko regresaba a casa en el último tren, vio a Bird pedaleando en medio de la noche y desde una ventanilla le gritó:

– ¡Bird! ¡Tenía miedo! -La voz resonó a llanto.

Pero Bird no le hizo caso y prosiguió la búsqueda. Finalmente encontró al loco ahorcado en una colina en medio de la ciudad. Fue una etapa crucial en su vida. En efecto, en la siguiente primavera ingresó en la universidad de Tokio y se despidió de su vida de gamberro pueril. ¿Qué había sido de Kikuhiko después de aquella noche? El fantasma de su viejo amigo había surgido de la oscuridad para saludarlo.

– ¿Por qué me atacas ahora con algo perteneciente a un pasado tan lejano? Ni siquiera lo recordaba.

– Si teníamos un niño pensaba llamarlo Kikuhiko -dijo ella.

Bird se estremeció. No se imaginaba al bebé monstruo con un nombre propio.

– Si abandonas a nuestro bebé me divorciaré de ti -remachó la mujer, mientras miraba el follaje más allá de la ventana, en una aptitud sin duda previamente ensayada.

– ¿Qué dices? No podríamos divorciarnos.

– Tal vez no, pero discutiríamos el asunto. Tenlo por seguro.

Y como final, pensó Bird, tras sentenciarlo como pusilánime en quien no se puede confiar, se lo tipificaba como hombre inservible para esposo. En este instante, en una sala brutalmente iluminada el bebé está debilitándose y a punto de morir. Y yo tan sólo espero a que ocurra. Y mi esposa apuesta el futuro de nuestro matrimonio a que yo asuma la responsabilidad de recuperar al bebé… El juego está perdido de antemano. Sin embargo, de momento no podía hacer más que cumplir con su obligación.

– El bebé no morirá -dijo confundido.

Entonces entró la suegra con el té. Como ninguno de los tres quería revelar las relaciones particulares entre ellos, durante el té hablaron intrascendencias. Bird incluso intentó dar un toque de humor negro y relató lo del hombrecillo y su bebé sin hígado.

Bird se dio la vuelta y comprobó que todas las ventanas del hospital quedaban ocultas tras los árboles. Luego se acercó al coche. Himiko dormía profundamente sobre un asiento. Bird se inclinó para despertarla y de pronto sintió que acababa de escapar de un círculo de extraños y ahora regresaba a casa. Echó un nuevo vistazo atrás.

– ¡Hola, Bird!

Himiko lo saludó desde el MG como si fuera una estudiante. Luego se incorporó y le abrió la portezuela. Bird entró rápidamente.

– ¿Te importaría pasar primero por mi apartamento y luego por el banco, antes de ir al hospital? Sólo será un momento -dijo.

Himiko encendió el motor y aceleró brutalmente. Bird perdió el equilibrio y apenas pudo darle las señas del apartamento. Himiko conducía endiabladamente.

– ¿Seguro que estás despierta? ¿O crees que volamos en sueños por una autopista?

– ¡Claro que estoy despierta! Hoy he soñado que follaba contigo.

– ¿Nunca piensas en otra cosa? -preguntó Bird sorprendido.

– No, después de un viaje como el de anoche. No ocurre con frecuencia de esa manera, e incluso contigo no durará para siempre. ¿No sería fantástico saber cómo prolongar para siempre coitos tan maravillosos? En un santiamén ya no seremos capaces de reprimir los bostezos al vernos desnudos, pronto lo comprobarás.

¡Pero si acabamos de empezar!, iba a decir Bird, pero la frenética conducción de Himiko ya había alcanzado el acceso a la casa en donde Bird alquilaba un apartamento.

– Vuelvo en cinco minutos. Esta vez procura mantenerte despierta. ¡No lograrás soñar un buen coito en cinco minutos!

Arriba, en su habitación, Bird reunió lo poco que necesitaría para quedarse en casa de Himiko. Lo arregló dándole la espalda a la cuna del bebé, que parecía un pequeño ataúd blanco. Cogió una novela escrita en inglés por un profesor africano. Quitó de la pared sus mapas de África y, tras doblarlos cuidadosamente, se los metió en el bolsillo de la chaqueta.

– ¿Son mapas de carretera? -preguntó Himiko en cuanto los vio.

Ya estaban otra vez en camino, rumbo al banco.

– Sí, son mapas de carretera muy prácticos.

– Entonces veré si puedo encontrar un atajo para llegar al hospital mientras tú estás en el banco.

– Te costaría lo suyo. Estos mapas son de África -dijo Bird-, los primeros mapas verdaderos que tengo en mi vida.

– ¿Piensas usarlos alguna vez? -dijo Himiko con aire burlón.

Mientras Himiko esperaba sentada al volante, Bird fue a tramitar lo necesario para la hospitalización del bebé. Pero tuvo problemas porque el bebé carecía de nombre. Tras responder a las numerosas preguntas que le formuló una recepcionista, finalmente no pudo contenerse:

– Oiga, mi hijo se está muriendo. Tal vez en este momento ya esté muerto. ¿Le importaría decirme por qué estoy obligado a ponerle un nombre?

Sorprendida por la reacción de Bird, la chica no puso más reparos. Pero en ese instante Bird tuvo la sensación de que el bebé había muerto. Incluso preguntó alguna cosa sobre la autopsia y la cremación.

En la sala de cuidados intensivos, el doctor que le recibió dijo:

– ¿Por qué se impacienta tanto? La hospitalización no es muy cara, ¿sabe usted? Además, imagino que tendrá algún tipo de seguro médico. En cualquier caso, efectivamente su hijo se está debilitando, pero todavía vive. Así que, ¿por qué no se relaja y empieza a comportarse más normalmente?

Bird le anotó al médico el número telefónico de Himiko y le pidió que telefoneara en caso de que ocurriese algo definitivo. Sentía que allí todos le trataban como a un ser despreciable y regresó directamente al coche, sin siquiera echar un vistazo a la incubadora donde estaba su bebé.

Esta vez Himiko también se había dormido. Ambos sudaban. La chica encendió el coche y partieron a toda velocidad. Iban a casa de Himiko, donde yacerían desnudos, en esa tarde calurosa, a la espera de la llamada que anunciara la muerte del bebé.

Y durante toda la tarde, su atención estuvo concentrada en el teléfono. Bird permaneció en casa incluso a la hora de ir a comprar la cena. Después de cenar, escucharon un programa radiofónico en el que tocaba un famoso pianista ruso, pero siempre atentos al teléfono, tensos, nerviosos. Finalmente, Bird se durmió. Una campanilla que sonaba en su sueño le despertó varias veces. Más de una vez el sueño se prolongaba hasta coger el auricular y oír la voz del médico anunciando la muerte del bebé. En medio de la noche, Bird sintió la misma incertidumbre del condenado a muerte durante el aplazamiento de la ejecución. Y fue consciente de que la compañía de Himiko le daba ánimos y fuerzas para sobreponerse. Nunca, siendo adulto, había necesitado tanto a otra persona. Era la primera vez.