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Estacionó el Citroen-Albert detrás del centro experimental y subió a pie hasta el Departamento de Física Aplicada en el tercer piso. Encontró a Valenti en el laboratorio, inclinado sobre la pileta. Con una expresión de profunda y de casi erótica satisfacción, dirigía, desde un conducto de agua, un fino chorro contra las encías. Advirtió la mirada de Mathieu, detuvo la máquina y sonrió.
– Excelente para las encías que sangran.
Sacudió la cabeza.
– Un desperdicio tremendo. Debería recibir una billonésima parte de un solo exha. Tenemos que encontrar la manera de fraccionar la maldita cosa, Marc. Ahora el paso más urgente es la fisura. La desintegración.
– En los últimos nueve meses he estado trabajando como un perro -dijo Mathieu.
– Lo sé.
– No podemos disminuirlo más. Es el elemento básico; y es el motivo.
– Bueno, no es muy satisfactorio para la mente -recalcó Valenti.
– Es posible, pero la satisfacción no es todo. Además no me importa mucho siempre que lo podamos hacer funcionar. A un enfermo no le importa mucho si conocemos o no lo que es el cáncer, siempre que podamos curarlo.
– Es demasiado pragmático para mí -dijo Valenti-. El saber es suficiente para la tecnología, no para la ciencia.
Valenti era bajo, regordete, tenía una hermosa boca de gourmet, dulces ojos marrones, una clase de rizos ondulados sobre la frente de obispo que suelen aparecer después que la juventud ha desaparecido, aunque en este caso no había sido así. Era ligeramente tenso, emotivo, sentimental, propenso a desesperanzados devaneos románticos con las poco agraciadas asistentes del laboratorio y, también, propenso a las lágrimas. Era de origen italiano, a pesar de que Mathieu pensaba que, tanto física como emocionalmente, era un romántico alemán del siglo diecinueve. Era incapaz de cuidar de sí mismo, rasgo que a un cierto número de mujeres les había proporcionado conseguir un fin en la vida. Había sido miembro del partido Comunista, renunciado en 1939 después del pacto Stalin-Mussolini y, desde entonces, vacilaba entre el socialismo y el partido Demócrata Cristiano. Durante los acontecimientos de Praga había sufrido un ataque de neurastenia comportándose cómo un Hamlet o como un Byron probando, fuera de todo límite, la paciencia de sus amigos. Se lo apreciaba como un gran ser humano y era miembro activo de la rama francesa de la Liga de Derechos Humanos. Había firmado, sin dilación, documentos contra la guerra de Vietnam y contra la expansión de las armas atómicas; se había opuesto a la fabricación de la bomba francesa, aunque algunos de sus trabajos habían contribuido a ella, y caminó junto a Bertrand Russell en una manifestación antinuclear. En Inglaterra. Verdaderamente era el calco de los científicos contemporáneos que, como Mathieu y el mismo Einstein, una vez que habían alcanzado un triunfo científico concluyente, empezaban a firmar en seguida absolutamente todas las protestas contra sus consecuencias. Militaban en círculos y se arrancaban los pelos clamando que la investigación era una "tarea de amor", una búsqueda pura y desinteresada. Recordaban las palabras del kaiser Guillermo, después de haber visto la carnicería de la primera guerra mundial, que había iniciado: ich habe das nicht gewollt, "no es lo que yo hubiera querido". Mathieu los odiaba casi tanto como se odiaba a sí mismo. Era uno de ellos, un miembro importante de su club, y esta certeza lo carcomía vivo. Su único rasgo de dignidad al respecto se basaba en el hecho de que no se mentía a sí mismo. Sabía que la investigación y la búsqueda científica eran una compulsión, una obligación del yo interno, un aporte, y que la actitud que consiste en pasar a la sociedad la responsabilidad, si las consecuencias prácticas de los resultados científicos "puros" y "desinteresados" están comprendidos, era meramente un blanqueo, una coartada y una negación a reconocer las responsabilidades involucradas y la propia estima. A pesar de todo quería a Valenti, apreciaba su compañía y la vista y el sonido de sus devaneos, discusiones y lamentos. El individuo era un producto típico de la profunda dicotomía de la naturaleza humana, con su nobleza y su maldad, obscuridad y luz, amor y odio, todas imposibles de desenredar, de separar, al igual que la división de la exhalación. Una división imposible, una fusión tan intrincada y fundamental como la de la cultura de la civilización.
– ¿Cuántos ejemplares crees que necesitamos?
– No creo que necesitemos más experimentos. Ahora pisamos tierra firme. El próximo paso será una planta energética en gran escala, empero significará una ayuda gubernamental total. Aquí está la lista de los dispositivos transformados, incluyendo el conducto de agua.
Mathieu miró la lista. Fulgor para llave: ilumina la puerta de entrada y las cerraduras de los autos.
La linterna más pequeña del mundo, que funciona con un tipo de pila nuevo. Se carga sola. No hay más que apretar e iluminar el camino. Garantía para toda la vida.
Felpudo calentador. Para calentar los pies. Pruebe el felpudo electromático para el piso.
La incubadora de pollos eléctrica. Enchúfela, introduzca un huevo y saldrá un pollito vivo…
– ¡Qué demonios es! -exclamó Mathieu.
– Es la idea general -respondió Valenti.
…y saldrá un pollito vivo. Una maravilla para los niños. Evitará a los padres discusiones embarazosas sobre las realidades de la vida.
Productor mágico de arte 'pop'. Ni lecciones, ni talento. Podrá sacar a su familia de la vida real.
Inhalador de oxígeno de bolsillo: lo hará sentirse bien.
Colchón para dormir: nueva manera de obtener un buen sueño. Produce sonidos rítmicos e inductores al sueño.
Mathieu dejó el catálogo y pronunció unas cuantas palabras fuertes. Luego se sentó y encendió un cigarrillo mirándose los pies.
– Un maldito desperdicio de la exhalación -profirió.
– Bueno, siempre se le puede sacar la pila para darle mejor utilidad.
Se escuchaba un ruido suave y regular que procedía de un rincón. Mathieu miró en esa dirección. La pelotita blancuzca, del tamaño de una nuez, había estado allí saltando durante más de tres años, con rigurosa precisión de altura y de rebote. Pensó en May.
– Debo confesar que es bastante extraordinario saber -observó Valenti con satisfacción-, que la pelotita seguirá saltando de la misma manera hasta el fin de los tiempos…
Ahora ambos la miraban con afecto. La pelotita se había convertido en una especie de mascota del laboratorio. Había sido el primer logro. Y Valenti quería regalárselo al Musée de l'Homme.
– Algún día -dijo Valenti-, los estudiantes vendrán a mirarla. Representará la primera salida de la humanidad del pasado prehistórico.
Mathieu no sabía qué hacer con May. Sintió una especie de náusea, producida probablemente por el movimiento regular de la pelota. Tenía accesos religiosos nuevamente. Jesucristo, pensó, ¿cuántos miles de años le llevará a la gente desembarazarse del folklore?
Actualmente no había nada que se pudiera hacer. May no quería escuchar las explicaciones científicas y continuaba imaginándose cosas. La gente seguirá siempre imaginando cosas. Es imposible convencerla de que allí no hay nada. Absolutamente nada. Sólo materia. Partículas. Energía.
– ¿Cómo andan los efectos secundarios?
Valenti hizo un gesto. -Casi igual. Parecería que no podemos conseguir la inmunidad. He estado escuchando Beethoven toda la mañana.
Mathieu rió. -Creía que alguien tenía la radio encendida. Y bueno, ¿qué importa después de todo? Sólo significa que no necesitarán a Musak en las fábricas.
– Sabes -musitó Valenti-, ahora podemos ir a todas las potencias nucleares y presentarles un ultimátum. A menos que destruyan las armas nucleares y consientan el desarme, llevaremos la exhalación ante el pueblo y todos los gobiernos se darán cuenta de lo que significa.