– Los números muestran que hemos elevado nuestra producción agrícola e industrial en un diez por ciento anual.
Era una buena excusa, y Lan le tomó la mano apretándola con amor.
Los médicos sonreían, las enfermeras sonreían y los enfermos sonreían, compartiendo su felicidad. Era el general más joven del Ejército del Pueblo y aunque hubiese venido a visitar a su novia, se dirigía a todos y compartía su presencia.
Guardó la mano de él el mayor tiempo posible sin que pareciese algo personal y, entonces, Pei advirtió lágrimas en los ojos; mas no importaba, nadie podía verlas.
Se puso de pie, sonrió y pasó por delante de los otros enfermos, intercambiando algunas palabras, diciéndoles que pronto mejorarían y volverían a trabajar diez horas diarias como todos los trabajadores, que la atención médica era la mejor, y que pronto volverían a ser útiles.
Luego se dirigió al consultorio de los médicos; habló con ellos durante unos minutos. El especialista en enfermedades pulmonares le dijo que Lan tenía menos de un pulmón y que casi constantemente estaba en la carpa de oxígeno. Poseían el mejor equipo técnico checoslovaco y, de ser posible, desearían conseguir más carpas. Le dieron todos los detalles y las últimas estadísticas sobre el hospital. Pei los escuchó atentamente, pues los temas eran de interés general, verdaderamente importantes, los únicos importantes.
Pei pasó las horas que siguieron visitando la nueva planta de energía y los montajes que almacenaban los primeros equipos de calefacción, último adelanto de los nuevos hogares para obreros. Era una planta en pequeña escala, y el estado mental de los obreros allí empleados era de un equilibrio total, probablemente debido a la cuidadosa supervisión del ingeniero jefe de la estación experimental, el doctor Han Tse, un activo y enérgico hombrecito, de anteojos brillantes. El doctor Han Tse aclaró que los obreros tenían privilegios especiales, excelentes raciones alimenticias y vestimentas extraordinarias.
– El único efecto negativo con el que hemos tropezado es el apego casi excesivo relacionado con el envase. La gente tiene tendencia a considerarlo casi como una mascota. Ya hemos podido abastecer a algunas familias de calentadores portátiles y si usted quiere puede observar personalmente cómo la gente se adapta…
Era un pequeño departamento, limpio y agradable, en la nueva manzana, el primero del pueblo de esa naturaleza e importancia. La familia se componía de un obrero, su esposa, tres hijos y el abuelo de setenta años. El anciano estaba achacoso, yacía en cama, la cara arrugada de campesino y la tradicional barbita de los mayores. No tenía ninguna enfermedad fuera de vejez y cansancio. El departamento tenía calefacción; y era alegre; en los lugares apropiados se veían los retratos de Mao Tse-tung y de Lenín. El padre estaba en la planta de energía; los niños habían regresado de la escuela. Corrían alegremente por allí; la mujer recibió a los visitantes con una sonrisa feliz. Trabajaba en el montaje, pero era su día de descanso. El anciano consiguió esbozar una especie de sonrisa, en sus casi invisibles labios blancos, aunque en sus ojos había una expresión de asombro, y era difícil decir si aún quedaba algo en su mente, excepto una especie de perpleja sorpresa. En la pared, colgado sobre la cama, había un pergamino que tenía una leyenda hermosamente escrita: Estoy feliz de dar lo mejor para el bienestar de mi pueblo.
El pequeño tanque blanco que estaba sobre el piso se conectaba con el calentador, cerca de la ventana, con las lámparas y con los aparatos que se utilizan en la cocina.
Sobre el tanque había un ramo de flores.
De tanto en tanto el anciano dirigía la mirada hacia el calentador; entonces la expresión de asombro de sus ojos parecía aun mayor. Su nieta reía alegremente y los otros niños jugaban en un rincón.
– Como usted puede ver -dijo el doctor Han Tse-, las condiciones psicológicas son excelentes. Excepto, tal vez, lo del ramito de flores. Por supuesto, ésta no es una situación típica. Las circunstancias son particularmente favorables. Aquí existe una relación de familia. Estamos pasando un invierno muy frío y es obvio que el anciano se deleita con la idea de que pronto podrá contribuir al bienestar físico de sus nietos. Los lazos familiares crean aquí, por supuesto, las condiciones ideales.
El anciano de pronto se rió y vio que su nieta y los niños empezaban a reír sin parar. Fue entonces cuando Pei llegó a la conclusión de que el doctor Han Tse estaba completamente equivocado.
La familia entera, el abuelo, la mujer y los niños estaban en un estado que rayaba con la idiotez. La mujer no podía dejar de reírse, y los tres niños estaban al borde de la histeria. En cuanto al anciano, juzgando por la expresión de los ojos, era bastante evidente que tenía la sensación de que el tanque lo miraba.
– Aquí tenemos un excelente caso de la vieja generación adaptándose muy bien -dijo el doctor Han Tse.
Y, entonces, sucedió. Proviniendo de un hombre de su edad y en ese estado de postración, fue casi increíble; pero la velocidad de relámpago con que el campesino moribundo saltó de la cama fue fenomenal. Con un sonoro y corto grito, el venerable anciano saltó por encima del tanque y del calentador, atravesó la puerta y, pocos segundos después Pei lo vio atravesar la calle a la disparada y luego los campos, echando de vez en cuando una mirada hacia atrás como para asegurarse de que el tanque no lo seguía de cerca. Luego la mujer se tiró sobre la cama boca abajo, y se puso a dar gritos espasmódicos, histéricos y de terror.
– No creo que podamos sacar ninguna conclusión positiva de aquí -dijo el doctor Han Tse cuando salían-. La relación de familia es anticuada…
El joven general se dio cuenta de que la prueba decisiva sería la visita al hospital. Al acercarse el edificio rodeado por algunos cientos de baldosas blancas perladas, distribuidas en forma de obelisco, pertenecientes a los acumuladores o captadores, no muy diferentes de los pozos de petróleo, sintió que un recelo se apoderaba de él. Como soldado había visto morir a sus mejores camaradas y había leído en los ojos la última súplica de muda imploración. Pero esto era diferente, porque no había ojos que lo mirasen y, sin embargo, mientras caminaba entre los exhaladores, todos sus nervios parecían estar recibiendo un mensaje de angustia. Trató de decirse que estaba siendo víctima de la histeria colectiva, mas no pudo sustraerse a la sensación de que el llamado, el mensaje, era casi físico, que dentro de él había algo que ahora actuaba como un receptor interno. Era casi como si los seres humanos pudiesen incorporarse uno dentro del otro, como si existiese una especie de unidad orgánica, una fraternidad, y como si algo esencial no se pudiera capturar o destruir sin que una herida interior se propalase de un hombre a otro a través de la humanidad entera.
Advirtió que estaba en el jardín del hospital y que el doctor Han Tse lo miraba con curiosidad.
– ¿No se siente bien, camarada general? Pei lo miró fijamente y asintió.
– Estaba pensando en el nuevo futuro que la ciencia comunista abre ante nosotros -dijo.
– Nuestro pueblo está completamente convencido de ello -dijo rápidamente el doctor Han Tse-. Desde que hemos hecho explotar nuestra primera bomba atómica no ha habido más que alegría y regocijo en todas partes.
La sala de espera se encontraba en la planta baja. Allí estaban sentadas aproximadamente treinta personas entre hombres y mujeres. Al principio Pei creyó que eran enfermos que concurrían al hospital para seguir tratamientos. Pero luego reparó en los receptores que cada uno sostenía sobre las rodillas. Estaban sentados como si estuviesen esperando que se les distribuyera comida. Los envases eran todos del mismo tamaño, el tamaño de una lata de nueve litros deformada.
– Estamos llevando a cabo una distribución de exha para uso individual -explicó el doctor Han Tse-. Lo realmente notable al respecto es la multiplicidad de usos de las pilas. Cada envase puede ser conectado sin dificultad a una heladera o a una cocina. Un muchachito hábil puede ponérselo a su bicicleta para transformarla en una moto. Al principio hubo algunos incidentes. Desaparecieron algunos de los envases, y los encontramos tirados en el campo; tenían muestras de que algún rufián estuvo tratando de abrirlos. Por supuesto, no pueden hacerlo; están hechos con estalagnita. Puro vandalismo. Dentro de pocas semanas tendremos iluminación en las calles y calefacción para toda la ciudad suministradas solamente por el hospital.