Изменить стиль страницы

– ¡Vengan, muchachos, disemínense detrás de las rocas! ¡Déjenlos acercarse más! ¡El tanque está vacío y tenemos que cargarlo! ¡Maldición!

Starr y Grigoroff corrían, agazapados, en dirección al exhalador, donde las rocas eran más altas. El ruso recibió un balazo y cayó a media distancia entre el camión y el exhalador, Starr se tiró a su lado, sobre la tierra.

– ¿Es grave? -le preguntó sin mirarlo.

– Plokho -murmuró el ruso-. Grave.

Los albaneses caminaban en fila lentamente con rumbo hacia el camión.

Little bajó los gemelos. A simple vista, la distancia era de unos sesenta metros. No podía arriesgarse con el apresador de la máquina. Cuarenta metros, treinta y cinco…

– ¡Ahora! -rugió.

Protegiéndose de los disparos de los Stens, Caulec y Stanko estaban agazapados junto al lado izquierdo del camión; los disparos de Starr fueron lanzados por la derecha.

Los tres primeros soldados cayeron a tierra.

El motor del camión se puso en marcha inmediatamente.

Los albaneses corrían a refugiarse detrás de las rocas; pero no las alcanzaron hasta que Starr no hubo obtenido dos cargas más de energía. Un superávit.

– ¿Dijo algo la Convención de Ginebra sobre los reglamentos de guerra en tiempo de paz? -quiso saber Stanko, mientras se arrastraba de regreso al camión.

– Absolutamente nada -le aseguró Caulec-. Las normas de guerra son para aplicarse en tiempo de guerra. En tiempo de paz todo es permitido.

El motor del camión funcionaba suavemente; no obstante en cuanto Little tiró del elevador de energía el motor volvió a detenerse.

– ¿Qué clase de combustible tienen los malditos albaneses? -gritó con furia Little-. ¡No produce ninguna energía!

– ¡No tiene nada que ver con el combustible! ¡Idiota! -le gritó Kaplan-. Lo que sucede es que no conoce el auto. Cada vez que tira del acelerador deja que la energía se escape. No la aumenta sino que la suelta. ¡Qué clase de auto ha estado conduciendo, pedazo de pitecántropo!

Little susurraba excusas. Parecía como si lo hubieran hecho retroceder de las playas de Normandía.

Tratando de ayudar al ruso, Starr se arrastraba hacia el camión. Grigoroff se estaba muriendo. Tenía los ojos clavados en el exhalador. Ahora la distancia era menor que treinta metros. El ruso no hablaba, mas tenía los ojos abiertos con una expresión de horror. Los ojos seguían midiendo la distancia que lo separaba del exhalador. Starr consiguió acercarlo al camión.

– Gracias, Johnny, -murmuró el ruso-. Has salvado mi… no sé qué has salvado… -Sonrió-… Pero la has salvado.

– Olvídate.

El ruso rió.

– Lo haré -dijo.

De la boca le brotó sangre y murió.

Starr por un momento se sintió avergonzado.

No estaba tratando de librar al ruso del exhalador.

Estaba tratando de acercarlo al camión para que el maldito motor arrancase nuevamente.

Ésta había sido exclusivamente una operación de reabastecimiento.

Pero el "rendimiento" de Grigoroff lo había abandonado demasiado temprano y se había desperdiciado. Todos se dieron cuenta de que la última posibilidad ya estaba jugada.

Little se levantó del asiento del conductor entre las balas que volaban alrededor de él, y Starr, que estaba preparado para cumplir un último acto de arrojo respecto del camión, esperó confiado. "No podía dejar de admirar al veterano" comentaría más tarde después de beberse una segunda botella de slivovitz en los cuarteles generales de Belgrado. "Un hombre que está dispuesto a dar la vida en aras del esnobismo es algo bien raro que se denomina un creyente verdadero. Este h… de p… de los barrios bajos de Londres estaba dispuesto a revivir la vida transformándola en, una caricatura: la de un soldado inglés modestamente heroico. Recuerdo haber experimentado indignación y admiración, aguijoneado por el odio que todo buen soldado profesional siente por lo que significan las posturas heroicas y los sacrificios nobles. Mas a pesar de todo, admiré al payaso que esperaba impacientemente que su energía cargase el tanque. Cuando un hombre está dispuesto a morir por un modelo, es el fin de los modelos y el principio de la autenticidad. ¿Qué diablos es lo que hace que el hombre sea un hombre, sino su dedicación a una actitud libremente elegida y asumida? Este esnob de baja extracción social estaba dispuesto a pagar con su vida el precio para ser admitido en el club inglés más exclusivo y elegante de todos: el del desaparecido Imperio Británico de Kipling, lleno de cruces de la Reina Victoria, de sufrimientos inútiles y de oficiales que se excusan corteses.

'Oh, le pido que me perdone' cuando están derramando su sangre sobre los pies de alguien. Allí estaba quieto, esperando la bala apropiada que haría que su exha cargase el tanque y, como no le acertaban, hizo algo aun más cómico, algo aun más auténtico respecto del papel que había decidido representar hasta el final. Del traje electrónico extrajo un monóculo -sí señor, lo juro por Dios- y se lo colocó en el lugar. Luego miró alrededor de él con ojos críticos".

– Los muchachos son muy malos tiradores. Demasiado malos.

"Un juicio público a seis saboteadores, prisiones, las confesiones y la nueva bomba en miniatura en manos de los albaneses", -pensó Starr…

Stanko se agachó, quitó el cierre de seguridad de la bomba y apuntó el Sten hacia la red electrónica. Luego hizo un gesto dirigido a Enver Hoxha para que descendiera.

– Retroceda unos metros, mariscal, -le dijo burlón-. Puede ser que lo hieran…

No miraban a Mathieu aunque sabían que había sido alcanzado por una bala cuando la chica gritó. May no hubiese gritado en tal forma si la hubiesen alcanzado a ella.

Lo sostenía en los brazos.

– Mon amour, mon amour…

En el paroxismo de la desesperación total Starr pensó como autodefensa en la buena pronunciación y acento de la muchacha. Estaba tratando de salvarlo. Si un beso pudiese salvar a un individuo, este h… de p… sería inmortal.

Bajo la cascada de pelo dorado, apenas se veía la cara del francés.

– Dentro de un momento te estaré extrañando, fillette -le dijo.

Su voz aún era firme. Pero Starr podía ver el lugar donde había entrado la bala y se dio cuenta de que Mathieu estaba moribundo. Esperanzado miró hacia el marcador de combustible, pero fue solamente un reflejo profesional y bajó las pestañas avergonzado. Simple decencia.

Esperaron. Enver Hoxha estaba de pie en el medio de la carretera. Napoleónico. Imperial. Heroico.

A la distancia, detrás de ellos, podían ver con claridad que del sendero de la montaña surgían, bajo una nube, todas las fuerzas armadas de Albania. Starr levantó el Sten y apuntó hacia Enver.

– ¡Mayor, no tiene más que decir la palabra! -gritó-. Energía buena. ¡La mejor!

Luego alguien le quitó la pistola dando un puntapié y vio que todos miraban a Mathieu. En la cara del francés, la última traza de vida fue una sonrisa y, en el momento que alzaba a medias la mano para tocar la cara de la muchacha, murió.

El motor del camión arrancó de inmediato.

Mathieu yacía muerto en los brazos de la muchacha, y tenía los ojos abiertos.

Little condujo el camión a toda velocidad a través de la frontera.

Starr miró hacia atrás.

El espectáculo lo descompuso.

– ¡Detengan el camión! -gritaba May-. ¡Deténganlo, deténganlo! ¡Déjenlo salir!

Little seguía conduciendo.

Starr no podía soportarlo más. No podía soportar el movimiento del camión. Ni siquiera se tomaba el trabajo de esquivar las balas. Debieron alcanzarlo un par de veces, pero no sintió ningún dolor físico.

– ¡Deténganse! ¡Déjenlo salir! ¡Déjenlo liberarse!

Con toda el alma, Starr hubiese deseado estar en el lugar del individuo. Aunque no era más que el cansancio de la batalla.

Luego, al reclinarse contra el costado del camión, tuvo valor para darse vuelta otra vez y mirar a la muchacha. Por la expresión de la cara pudo pensar en una sola palabra, y ésta fue "victoria".