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El único anhelo de Little era conseguir atravesar la frontera llevando el caparazón. Era la maldita pieza delatora, y durante el entrenamiento, se les había advertido que abandonar el arma nuclear que llevaban para chantajear y agredir, constituiría un "suicidio ético" para la opinión pública mundial.

Las condiciones presentadas a los albaneses exigían una frontera abierta y el retiro de todas las tropas. Delante de ellos había marchado un destacamento de soldados para despejar el camino y esperar la liberación del mariscal Hoxha. Little miró el reloj: faltaban cinco minutos para estar a salvo. Por primera vez desde el comienzo de la operación, tuvo conciencia de su físico, las manos apretadas contra el volante, la sequedad de la garganta, la tensión muscular en los hombros y en la parte posterior del cuello, el sudor que le caía por la cara… No servirá, pensó. Es el momento más peligroso de todos: el del relajamiento de la tensión nerviosa, que contiene una amenaza de descuido.

Mathieu descansaba la cabeza sobre las rodillas de la muchacha y Starr continuaba mirando a la pareja con la frustrada amargura de un hombre que, a la edad de cuarenta y un años, aún seguía reducido a mirar al amor en forma irónica. El modo más antiguo de sentirse privado, condenado a pensar en términos de vidas ajenas; de la suerte de otros. May estaba maternalmente inclinada sobre el francés, sosteniéndose con los brazos. Su pelo flotaba y danzaba alrededor de ella dando pinceladas salvajes de luz. La simple eternidad de este desperdicio emocional perpetuándose a través de las épocas, sin haber sido tocado por el progreso, hizo que Starr tuviera un sobresalto de desagrado y que mirara hacia otro lado, no sin haber experimentado una breve y aguda punzada de tristeza, porque hay algunas visiones que no son para los ojos de los solitarios. Sin embargo, en los días venideros el recuerdo de los breves momentos que precedieron a la salida, continuaron persiguiéndolo. En la última mirada, los rasgos del francés le recordaron a los del joven Bonaparte: la obscura mata de pelo, la nariz grande y arrogante, el aspecto ávido, casi violento del conquistador. Pero las palabras que dijo tuvieron el sonido festivo de los que regresan a casa después de un buen día de labor.

– Sabe, esto puede ser el final de la prehistoria. A los gigantes nucleares les hemos presentado algo demasiado grande para la grandeza, demasiado supremo para la supremacía, demasiado temible para la valentía, demasiado destructivo para la destrucción… La ciencia ha demostrado que es demasiado poderosa para una política de poder y demasiado grandiosa para el fanatismo.

La luz del cielo era enceguecedora; empero todavía podía ver en forma clara la calle de París, el 20 de mayo de 1968; la pared de la Sorbona y el estudiante que escribía torpemente con un pincel que goteaba las palabras que se le grabaron para siempre y que leyó en voz alta:

TERMINEMOS CON EL CRECIMIENTO ILIMITADO

DESCENDAMOS DE LOS ESTADOS NACIONALES A

LAS ENTIDADES DE INTERDEPENDENCIA CULTURAL.

ADELANTE HACIA LA MULTIPLICIDAD,

HACIA LAS INFRASOCIEDADES Y LOS GRUPOS MINORITARIOS.

– Sí, bajo fuerte control militar -murmuró Starr.

– No hay alternativa para las superpotencias. Tienen que reducirse. Habrá un lento acuerdo; una transición durante la que andarán a tientas; luego una fragmentación acelerada, una crisis de los bloques de poder y un principio de unidades culturales… El Círculo Erasmo mediante sus trabajos ha hecho que la supervivencia sea imperativa. Hemos puesto punto final al proceso de deshumanización.

May sacudió la cabeza.

– Vamos, Marc. Casi nos has destruido a todos simplemente porque no puedes evitar hacer lo mejor que puedes. El impulso creador. El resto es racionalización. Los científicos son tan indulgentes con su propia búsqueda, realmente, son…

Mathieu se rió y le tomó la mano apoyándola sobre la mejilla.

– Muy bien, muy bien, buscaré otra manera de expresarme a mí mismo.

– ¿Cómo qué?

– Tú.

Starr cerró los ojos. Todo el pegajoso "Te amo" de un soneto de mierda del siglo dieciséis junto a una bomba nuclear en miniatura perfectamente bien diseñada, una obra de arte, un triunfo de la mente y de la mano de obra inspiradas, era un insulto para el genio del hombre.

Llegaron al lugar donde se podía divisar el punto de reunión en la frontera, que tenía la bandera roja de Albania flameando sobre el pequeño edificio gris. Little disminuyó la marcha y se valió de los gemelos. Atravesando la carretera había dos escuadrones de soldados que les dieron el paso en cuanto vieron el camión y se quedaron a ambos lados de la carretera poniendo los fusiles en tierra. El oficial a cargo estaba guardando la pistola dentro de la cartuchera.

En ese momento la distancia entre los soldados y el camión era aproximadamente de, unos doscientos metros.

– Allí vamos -dijo Little con calma y apretó el acelerador. Entonces algo anduvo mal en el motor del camión. Para darle más fuerza Little había accionado el elevador de energía; alrededor de la cubierta apareció un resplandor de luz rosada y blanca; el motor se sacudió y se ahogó; el camión detuvo su marcha.

– ¡Jesús! -prorrumpió Little-. Se ha vaciado. Es defectuoso. ¡Porquería de material!

Miró alrededor de él.

– ¿No podemos cargarlo con uno de los exhaladores que están afuera?

– No -respondió Kaplan-. Están vacíos. No tienen energía.

– Tendremos que caminar; es todo -murmuró el inglés-. Significa que tendremos que conectarnos otra vez con el blindaje… a menos que…

Se puso de pie y miró al rehén.

– ¿Quiere hablarles, señor? Dígales que nos den algo para transportar la carga a menos que prefiera acarrear esta… cosa. Se trata también de su vida con el debido respeto.

Stanko le alcanzó el altoparlante al mariscal. "El motivo de este error", informaría Little más tarde, "consistió en nuestra ignorancia respecto a esta tierra, a su historia y a sus características nacionales, llámese orgullo, valentía o, según las palabras de ellos, 'el espíritu heroico del puebla albanés'. Habíamos subestimado el exha del mariscal Enver Hoxha. Ninguno de nosotros se había molestado en pensar qué estaría pasado por su mente. En el valle estaba indefenso y no tuvo más remedio que aceptar nuestras condiciones, pero sabía que la bomba ahora era inútil, y que tan cerca de Yugoslavia no podíamos hacerla estallar, aunque estuviéramos dispuestos a volar nosotros también. Nuestro único blindaje, en ese momento era él y no podía aceptar tal humillación. Llegado a este punto, todo lo que le interesaba al viejo sobreviviente de tantas batallas por el poder, era el propio orgullo albanés".

Con mucha calma el mariscal tomó el micrófono de las manos de Stanko y dijo unas pocas palabras. En seguida los ojos se le ensancharon, irguió la cabeza y toda su actitud se convirtió en la de un hombre que está frente a un pelotón de fusilamiento y al que se le ha dado el privilegio de dirigir su propia ejecución. Gritó algunas palabras, pronunciando la de "Albania" con un sonido orgulloso y fuerte; levantó el puño cerrado y lanzó una orden.

Los soldados se pusieron en líneas, atravesando la carretera frente al camión, y abrieron fuego.

– ¡Deténganse! -rugió Little, mientras los proyectiles de las pistolas Sten del comando llovían detrás de él-. ¡Detengan el fuego, muchachos! ¡Un maldito desperdicio de energía! ¡Están demasiado lejos!

Los soldados todavía estaban a más de cien metros de distancia. El mayor deseaba que estuvieran más cerca, mucho más cerca. Quería que trajesen el combustible lo más cerca posible del motor del camión. No tenía confianza en la mano de obra local. Todo lo que sabía era que el apresador del camión no llegaría a funcionar ni siquiera dentro de la distancia prevista de cincuenta metros.