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La bala debió alcanzarla cerca del corazón. May se irguió hasta conseguir la estatura completa, toda la estatura de una chica norteamericana alta, el pelo arremolinado, sonriendo triunfante. Luego el cuerpo vacío se desplomó sobre el de Mathieu.

Kaplan sollozaba. Luego hizo algo digno de un escapado de Auschwitz y nada científico: empezó a cantar El Maleh Rachamim, la plegaria hebrea dedicada a los muertos. "Regresando al molde, -pensó Starr tirado sobre el piso del camión".

Durante unos segundos más prosiguieron la marcha a toda velocidad hasta divisar la fila de soldados yugoslavos diseminados por toda la carretera. Little detuvo el camión lentamente.

Saltaron hacia afuera y en cuanto pudieron se quedaron de pie alrededor de la máquina. Ninguno se molestó en mirar los cadáveres vacíos.

Sólo miraban el motor.

– ¡Muy bien, que venga alguien! -gritó Little con voz fuerte y desgarradora-. El botón de liberación está aquí… Vengan… ¡Déjenlos salir! Tengo la mano aplastada.

Starr se encargó de hacerlo.

Fue la luz más hermosa del mundo.