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Mathieu miró tristemente hacia el bastardo enrojecido, y dejó caer la cabeza.

"Un individuo va al cuarto de baño y se lava las manos y antes de haberse dado cuenta, se convierte en Poncio Pilatos", pensó Mathieu.

– Ahora, por fin, sabemos bien adonde nos dirigimos -dijo Chávez-. Conocemos todos los factores básicos que están detrás.

– Los factores básicos que están absolutamente detrás de todo son absolutamente desconocidos -respondió Mathieu-. Por eso es que queda alguna esperanza.

Irónicamente Chávez movió la cabeza.

– Tienes una relación personal con Dios que es muy especial, Mathieu. Eres la clase de ateo que no le perdona a Dios el que no exista, y el que da la impresión de que el único descubrimiento científico verdaderamente valioso del genio del hombre sería descubrir a Dios.

Mathieu se sintió un poco avergonzado por odiar a un amigo en forma vehemente.

Pero eso había ocurrido hacía ya más de dos años, y el Círculo Erasmo había producido muy buenos trabajos desde entonces. El único problema técnico que les quedaba era lograr un completo control de la exhalación. Registrarla, dividirla, descomponerla en subunidades. Ni siquiera los chinos estaban en condiciones de conseguirlo.

9

El antiguo trono imperial del palacio de Pekín era un salón desnudo, austero, desprovisto de otros vestigios del pasado excepto de un pergamino rojo y amarillo que mostraba a Lenín dirigiéndose a los trabajadores en 1917.

Pei mantenía los ojos bajos. Era imposible mirar el semblante del anciano sentado en la gran silla gris de felpa, junto a la ventana, sin sentirse indiscreto.

La cara del presidente Mao ahora estaba floja y arrugada, y, en contraste con la entorchada túnica militar, parecía aun más fláccida. Había desaparecido su habitual redondez casi perfecta como si la carne se hubiese deshinchado en forma despareja y el rostro ya tuviese una curiosa cualidad auto imitativa, como si los rasgos reconocibles en ese momento se hubiesen transformado en un simple parecido.

– Es una perspectiva nueva y maravillosa para un hombre que está tan cerca del fin de su vida útil como yo lo estoy -estaba diciendo Mao-. Le he entregado al pueblo todo lo que había en mí, pero siempre he pensado con tristeza en el momento en que ya no me quedaría nada más para dar. Ahora, aún me será posible contribuir al progreso de la nación… Pienso que me gustará transformarme en luz.

Sonrió.

– Imaginen una escuelita en algún pueblo lejano. Está obscureciendo. El maestro enciende la luz. Los chicos la miran y el maestro dice: "Esta luz brillante nos es dada por la energía eterna de nuestro amado conductor Mao Tse-tung. Él sigue trabajando de esta manera por el pueblo chino, exhalando esta luz excepcionalmente brillante para que ustedes puedan continuar estudiando".

Con un rastro de preocupación, alzó la vista hacia el más joven.

– Su voz, Pei, ha sido la única disidente en esta reunión, y me hubiese gustado que compartiera sus dudas conmigo antes de exponerlas tan públicamente.

El general Pei Hsiu tuvo que retractarse una vez más. La nerviosidad y los esfuerzos que hacía para ocultarla lo apenaban profundamente porque lo hacían sentirse como un traidor.

– Mi opinión es que con este adelanto estamos procediendo con demasiado apremio -dijo-. Ha habido varios informes sobre gente que traía ofrendas de arroz y de flores y las dejaban junto a los mecanismos técnicos que estaban bajo observación. Cuando se han enterado de que la exhalación de sus parientes y amigos alimenta una planta energética, retroceden hacia algo que no dista mucho del viejo culto de los antepasados… Necesitamos más preparación ideológica.

El general Pei era hijo de campesinos. Los misioneros católicos que lo habían criado preveían para el muchacho excepcionalmente dotado, un gran porvenir. El partido comunista compartía el punto de vista de los misioneros y lo envió a estudiar a Moscú, a la Academia Militar de Frunze. En la guerra de Corea, recibió un excelente entrenamiento como subteniente. Actualmente era el miembro más joven del Consejo de Estado y el general más joven de la República Popular. Muy a menudo, Pei pensaba que la benevolencia y el estímulo que el presidente tenía para con él se debían no tanto a sus condiciones, sino a su juventud y a su origen humilde. Todo el Consejo de Estado estaba formado por hombres que ya habían cumplido los sesenta años y, fuesen cuales fueren sus méritos, a los ojos de Mao eran un lazo con el pasado. Le recordaban muchas luchas y mucha sangre, a los jefes guerreros que habían luchado- entre ellos como animales de presa, a la China débil, abatida y mugrienta. Buenos y fíeles, le recordaban el pasado. Pero Pei le hacía pensar en el futuro.

– Pienso que un compromiso total con la faz económica solamente es contrario a vuestras enseñanzas -dijo Pei. Esto significa darle más importancia a la máquina que a la gente; es decir, anteponer la economía y la productividad al pueblo mismo. Me hago cargo, por supuesto que el… Ejército está muy conforme con esta prioridad, y no tiene en cuenta el precio que pagarán nuestros campesinos y nuestros obreros… El ejército… -Cuidadosamente había evitado mencionar a su jefe, el mariscal Lin Piao. Incluso así, era la primera vez que se atrevía a referirse al conflicto abiertamente.

En la cara ajada del anciano había un indicio de sonrisa. Después de luchar durante cincuenta años contra desigualdades abrumadoras, cincuenta años de valor y de astucias, en el mismo pináculo del éxito tenía que pelear una vez más por la supervivencia política.

El primer desafío había venido del partido burocrático el cual lo había despojado lentamente de todo poder efectivo, manteniéndolo como una figura paternal. En nombre de la "revolución cultural" había movilizado a los jóvenes contra el partido, y los Guardias Rojos se levantaron por millones haciendo añicos la vieja máquina burocrática. Luego, ebrios de poder, recorrieron el país sumiéndolo en el caos. El anciano no tuvo más remedio que hacer participar al ejército, y los jóvenes rebeldes fueron forzados a doblegarse. Pero ahora la amenaza procedía del ejército que estaba apoyado por todas las palancas de comando. El Congreso del Noveno Partido ya se había inclinado a sus deseos proclamando por unanimidad al mariscal Lin Piao jefe de las fuerzas armadas y ministro de Defensa, sucesor y "muy amado heredero" de Mao. La lucha por el poder estaba latente nuevamente y los riesgos eran espantosos. Era otro "gigantesco paso adelante" como lo exigía el ejército y, sin duda, no menos desastroso que el primero, a menos que sobreviniera una prudente producción de la tierra y. sus recursos, un acercamiento más humano y profundamente chino a la construcción del socialismo y, sobre todo, el viejo afán del anciano en poner fin a la creciente tensión con Occidente, heredada de Stalin, y llena de peligros para China y para el mundo. Dentro de tal contexto político, era imposible oponerse abiertamente al uso de la nueva fuente de energía, el rendimiento de energía del pueblo chino, nada más que en nombre de algo que parecería un reaccionario humanismo burgués. Sus enemigos se apoderarían de inmediato de tal "antisocialista capitulación ideológica". La sonrisa del anciano se acentuó. ¡Conocía tan bien el juego!

Por la ventana miraba los árboles silenciosos. Antes solían verse golondrinas y gorriones que sistemáticamente habían muerto, como si fuesen una mala semilla.

– ¿Cómo está Lan? -preguntó gentilmente.

Pei palideció. Siempre se sonrojaba al revés. Se dio cuenta de que lo habían descubierto, y sintió alivio. Era el fin de la hipocresía.

– Los médicos ya no pueden hacer mucho más… es cuestión de semanas. Está muy agradecida por las flores que le ha enviado…

Hacía tres años que Pei esperaba el momento en que sus responsabilidades respecto del partido le dejaran suficiente tiempo libre como para poder casarse. Conocía a Lan desde los días en que ambos jugaban alegremente en el barro en el pueblito de Sinkiang. Ahora Lan se estaba muriendo tuberculosa, herencia de cuando ambos jugaban en el barro en el pueblito de Sinkiang…