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El final podía llegar en pocas semanas, pensó esperanzado. Las plantas de energía todavía estaban en la faz experimental.

No obstante trabajaban en Fukien y Lan, justamente, estaba internada en el hospital de Fukien. Sintió gotas de sudor sobre las sienes.

No podía soportar la idea de que la exhalación de Lan fuese a alimentar alguna maquinaria en eterno movimiento.

– Estoy dispuesto a presentarle mi renuncia -dijo-. Ahora me doy cuenta de que detrás de mi crítica existen motivos emocionales y privados… Además, mi voz ha sido la única disidente, lo que demuestra que estoy completamente equivocado.

Mao seguía pensativo mirando por la ventana.

– Por supuesto Pei, el alma existe, pero no es como la describe la propaganda reaccionaria. Usted sabe tan bien como yo de qué está hecha un alma humana. Está hecha de hambre y de frío, de ignorancia, de enfermedades y de esperanzas. Esperanza. De eso se trata…

Hubo otro silencio y cuando el anciano volvió a hablar, un sonido henchido de hierro surgió de algún profundo y vibrante rincón de la voluntad, del corazón y de la mente.

– Como usted sabe, el ejército tiene un proyecto aun más grande -dijo Mao-. Pero en gran parte depende del experimento de Fukien. Allí tienen una comunidad modelo con un índice ideológico modelo. Quisiera que efectúe una inspección y luego me dé su opinión. No recibimos más que informes optimistas y entusiastas… Lo que está en juego es demasiado importante como para aprobarlo a ciegas. Quiero la verdad.

– Partiré de inmediato.

– Y allí podrá ver a Lan. Dígale que los pensamientos del anciano se dirigen muchas veces hacia ella.

– Estará muy contenta -contestó Pei.

10

Gorriones en el borde de la ventana; el Panteón se alzaba por encima de los techos, protector y posesivo, abrigando la inmortalidad de los grandes hombres enterrados bajo sus alas. Los últimos rayos del sol salpicaban las baldosas rojas del piso y la voz de Mathieu llenaba la habitación: -May, si el hombre tuviese acceso a Dios, podría tratar de obtener su misma potencia… ¡Qué fuente de energía! ¿Quién podría negar que desde los albores del mundo, la fascinación de la humanidad por los dioses y por Dios no ha sido más que una fascinación por la energía?

En la banda magnética ya no había nada más, y Starr apagó el grabador.

– Charlatanismo pseudofilosófico una vez más -dijo-. Bien, Einstein tocaba el violín, y creo que bastante mal. ¿Algo más?

– No.

Starr se inclinó hacia afuera y vació la pipa sobre París.

El coronel Starr poseía un tipo de rostro desordenado y aplastado como si lo hubiese traído al mundo no por un acto de la naturaleza, sino por una sucesión de accidentes de motocicleta. Aquellos que lo miraban por primera vez pensaban que le faltaba algún rasgo, aunque les resultaba imposible decir cuál. Los ojos brillaban de una manera helada y aguda, lo que a veces es señal de una naturaleza fanática y desesperada. En el caso de Starr, sin embargo, no era más que una reciprocidad entre la luz y un celeste muy pálido de porcelana. La piel tirante, los rasgos pequeños y el pelo cortado en forma severa, daban a su cabeza la apariencia de un puño. El grueso pescuezo mostraba una carótida notablemente fuerte, de un volumen de casi el doble de lo normal y tenía más apariencia de músculo que de conducto circulatorio.

– ¿Algún otro contacto con los chinos?

– Que yo sepa, no… Rechazó una invitación para hablar en la Conferencia de Pugwash.

– ¿Por qué?

– Dijo que todos los científicos que concurrían eran lacayos del gobierno.

– ¿Y él, entonces? El Centro Nacional de Investigación Científica está financiado por el gobierno francés.

– No sé.

Estaba sentada en una silla Luis XI, de respaldo alto y muy derecho. En ese abrazo medieval de garras de grifos, contra un tapiz heráldico de fondo, parecía un fantasma de los tiempos modernos lanzado hacia el pasado. Tenía zapatos de tacos bajos, un impermeable de plástico, una cómica boina sobre el pelo y una bolsa que contenía naranjas sobre la falda.

Había pasado más de un año desde el día en que una muchacha tensa, y de ojos desorbitados entró en el consulado norteamericano en París, y les dijo:

– Estoy enamorada de un hombre que ha fabricado un mecanismo con el alma de un cristiano. Por favor déjenme hablar con alguien a quien le importe.

Starr notó que había perdido algo de su frescura, y que había dado paso a la belleza. El tormento y la tensión interna se traslucían. Fulguraban.

– May, tienes que esforzarte. Trabaja quince horas por día y tenemos que saber qué es lo que está haciendo. Los chinos están construyendo las estaciones de energía en Fukien; los rusos avanzan a toda velocidad… Se largó la carrera. Cada pedacito de información científica que consigamos de Mathieu puede significar toda la diferencia.

Lo miró largamente de manera suplicante. Es la forma de estar sentada, manteniendo las rodillas juntas, sosteniendo la bolsa de naranjas, pensó Starr. Y la boina. Algo perdido e infantil que hace que hasta los mejores se sientan protectores. Por "hasta los mejores" se refería a un frío militar profesional s.o.b. como era él.

– Jack, ¿por qué no me dejan en paz?

– Nadie te está forzando, criatura. No tienes por qué informar sobre el hombre que amas. Viniste a nosotros, ¿recuerdas?

Sacudió la cabeza, desamparada.

– Lo sé. Cuando empezó a hablarme sobre el trabajo… Yo pensé… Realmente no sé cómo decirlo. Me sentí tan… norteamericana. ¡Oh, puedes reírte de mí!

– Bueno, no lo hago -dijo Starr.

– Me sentí tan norteamericana. Lo que trataban de hacer Marc y sus amigos en el Círculo Erasmo estaba tan en contra de todo lo que me enseñaron a creer en casa… Simplemente contra la decencia básica… ¡Oh! No quiero parecer autosuficiente. No estoy tratando de decir que Norteamérica es toda decencia…

Se rió.

– Dios, no. Sólo estoy hablando de mi niñez. De cosas que se convierten en parte de uno durante la niñez y luego uno crece y en alguna manera no crecen con uno. Y es así como nunca llegamos a madurar, a ser adultos, con esas creencias pueriles que nunca evolucionaron… Cuando corrí con mi historia hasta la embajada, pensaron que estaba loca. Entonces les traje algunos papeles. Y así empezó todo, así me conecté con ustedes. No quería trabajar para CÍA; no quería realmente. Sólo quería ayudar, o tal vez solamente ayudarme a mí misma. Pero no puedo continuar, no puedo realmente soportar este espionaje respecto de Marc, mentirle, revisarle los papeles, todo…

– Bien. Si quieres irte, está bien. Respecto de la agencia, puede ser nuestro último encuentro. Pero sabes qué es lo que está en juego.

Lo miró.

– Sí. La condenación.

Starr tragó de golpe.

– Vamos, May, déjalo. Es una palabra muy grande.

– La más grande, Jack. Y es por esto que vine primero a ti. Porque Marc y esos otros científicos están trabajando en esto. Porque se trata de esto. Condenación.

Starr se puso de pie, fue hasta la bandeja que estaba sobre el aparador Luis XV y se sirvió un gran vaso de whisky. Estaba pensando si acaso "condenación" tenía algún significado. Era un largo proceso y su característica más obvia consistía en que no tenía fin. La condenación que tenía un final en perspectiva era un término contradictorio. Muy tranquilizador. Volvió hacia la ventana y se sentó en el borde, la catedral de Notre-Dame a sus espaldas.

– Y, además, por supuesto que ustedes son todos unos bastardos, todos ustedes -dijo May con voz firme y tranquila, y luego sonrió un poquito-. Pero una vez más fueron las pueriles fantasías norteamericanas mías. Vine hasta ustedes, les conté todo lo que sabía y seguí dándoles toda la información posible…

– Mathieu mismo nos tenía bien al corriente -dijo Starr-. Así que no puedes pensar que lo has traicionado.