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Después nos pusimos a hablar y Angélica se despertó y encendimos la luz y estuvimos hablando hasta tarde. Hablamos de poesía, de Laura Damián, del premio homónimo y de la poeta muerta, de la revista que pensaban sacar Ulises Lima y Belano, de la vida de Ernesto San Epifanio, de cómo sería la cara de Huracán Ramírez, de un pintor amigo de Angélica que vivía en Tepito y de los amigos de María de la Escuela de Danza. Y después de mucha plática y muchos cigarrillos Angélica y María se durmieron y yo apagué la luz y me metí en la cama y mentalmente le hice el amor a María otra vez.

20 de noviembre

Militancias políticas: Moctezuma Rodríguez es trotskista. Jacinto Requena y Arturo Belano fueron trotskistas.

María Font, Angélica Font y Laura Jáuregui (la ex compañera de Belano) pertenecieron a un movimiento feminista radical llamado Mexicanas al Grito de Guerra. Allí se supone que conocieron a Simone Darrieux, amiga de Belano y propagandista de cierto tipo de sadomasoquismo.

Ernesto San Epifanio fundó el primer Partido Comunista Homosexual de México y la primera Comuna Proletaria Homosexual Mexicana.

Ulises Lima y Laura Damián planeaban fundar un grupo anarquista: queda el borrador de un manifiesto fundacional. Antes, a los quince años, Ulises Lima intentó ingresar en lo que quedaba del grupo guerrillero de Lucio Cabañas.

El padre de Quim Font, también llamado Quim Font, nació en Barcelona y murió en la batalla del Ebro.

El padre de Rafael Barrios militó en el sindicato ferrocarrilero clandestino. Murió de cirrosis.

El padre y la madre de Piel Divina nacieron en Oaxaca y, según dice el mismo Piel Divina, murieron de hambre.

21 de noviembre

Fiesta en casa de Catalina O'Hara.

Por la mañana hablé con mi tío por teléfono. Me preguntó cuándo pensaba volver. Siempre, le dije. Tras un silencio embarazoso (seguramente no entendió mi respuesta, pero no quiso admitirlo), me preguntó en qué estaba metido. En nada, le dije. Esta noche te quiero ver en casa como Dios manda, dijo, o atente a las consecuencias, Juan. Detrás de él escuché llorar a mi tía Martita. Por supuesto, le dije. Pregúntale si se está drogando, le dijo mi tía, pero mi tío dijo ya te oye y luego me preguntó si tenía dinero. Para camiones, dije y ya no pude hablar más.

En realidad no me quedaba dinero ni para camiones. Aunque luego las cosas tomaron un giro imprevisto.

En casa de Catalina O'Hara estaban Ulises Lima, Belano, Müller, San Epifanio, Barrios, Bárbara Patterson, Requena y su novia Xóchitl, los hermanos Rodríguez, Piel Divina, la pintora que comparte el taller con Catalina, además de mucha gente desconocida y de la que no había oído hablar, que aparecieron y desaparecieron como un río oscuro.

Cuando María, Angélica y yo hicimos acto de presencia la puerta estaba abierta y al entrar sólo vimos a los hermanos Rodríguez que estaban sentados en la escalera que da al segundo piso compartiendo una bacha de marihuana. Los saludamos y nos sentamos a su lado. Creo que nos esperaban. Después Pancho y Angélica subieron y nosotros nos quedamos solos. De la parte de atrás de la casa llegaba una música siniestra, aparentemente tranquilizadora, es decir con sonidos de pájaros, patos, ranas, el viento, el mar, incluso pisadas de personas sobre tierra o hierba reseca, pero que en conjunto resultaba sobrecogedora, como la música de fondo de una película de terror. Luego llegó Piel Divina, besó a María en la mejilla (yo miré para otro lado, hacia una pared llena de grabados de mujeres o de sueños de mujeres) y se puso a conversar con nosotros. No sé por qué, tal vez por timidez, mientras ellos hablaban (Piel Divina era un asiduo de la Escuela de Danza, estaba en la onda de María) paulatinamente me fui desconectando, ensimismando, y me puse a pensar en los extraños hechos que había vivido esa mañana en casa de los Font.

Al principio todo discurrió de forma natural. Me senté a la mesa a compartir el desayuno con la familia, la señora Font me dio los buenos días amablemente, Jorgito ni me miró (estaba medio dormido), la sirvienta al llegar me hizo un saludo que denotaba simpatía; hasta ahí todo bien, tan bien que en algún momento llegué a pensar que acaso podía quedarme a vivir en la casita de María para el resto de mi vida. Pero entonces apareció Quim y su sola visión me erizó los pelos. Parecía no haber dormido en toda la noche, parecía recién salido de una sala de torturas o de una timba de verdugos, tenía el pelo revuelto, los ojos enrojecidos, no se había afeitado (ni duchado) y las manos las llevaba sucias con algo que en el dorso parecía manchas de yodo y en los dedos manchas de tinta. Por supuesto, no me saludó, aunque yo le di los buenos días de la manera más afable posible. Su mujer y sus hijas lo ignoraron. Al cabo de unos minutos, yo también lo ignoré. Su desayuno fue mucho más frugal que el nuestro: ingirió dos tazas de café negro y luego se fumó un cigarrillo arrugado que extrajo no de una cajetilla sino del bolsillo, mirándonos de una manera singular, como si nos retara pero al mismo tiempo como si no nos viera. Terminado el desayuno se levantó y me pidió que lo siguiera, que quería hablar un rato conmigo.

Miré a María, miré a Angélica, no vi en sus expresiones nada que me aconsejara desobedecer, lo seguí.

Era la primera vez que entraba al estudio de Quim Font y me sorprendió el tamaño de la habitación, mucho más pequeña que las otras de la casa. Allí se amontonaban sin orden ni concierto fotos y planos pegados con chinchetas en las paredes o desparramados por el suelo. Una mesa de delineante y una banqueta eran los únicos muebles y ocupaban más de la mitad del espacio del estudio. Olía a tabaco y a sudor.

– He estado trabajando casi toda la noche, no he podido pegar ojo -dijo Quim.

– ¿Ah, sí? -dije yo, mientras pensaba que ya la había amolado, que Quim seguramente me oyó llegar la noche anterior, que nos vio a María y a mí por el único y exiguo ventanuco del estudio y que ahora venía la regañina.

– Sí, mira mis manos -dijo.

Extendió las dos manos a la altura de su pecho. Temblaban considerablemente.

– ¿En algún proyecto? -pregunté con amabilidad mientras miraba los papeles extendidos sobre la mesa.

– No -dijo Quim-, en una revista, en una revista que va a salir próximamente.

No sé por qué, pero de inmediato pensé (o supe, como si él mismo me lo hubiera dicho) que se refería a la revista de los real visceralistas.

– Les voy a dar en la madre a todos los que me han criticado, sí señor -dijo.

Me aproximé a la mesa y estudié los diagramas y dibujos, levantando lentamente las hojas que se amontonaban sin orden ni concierto. El proyecto de revista era un caos de figuras geométricas y nombres o letras trazadas al azar. No me cupo ninguna duda de que el pobre señor Font estaba al borde del colapso nervioso.

– ¿Qué te parece, eh?

– Interesantísimo -dije.

– Ya se van a enterar esos pendejos de lo que es la vanguardia, ¿verdad? Y eso que faltan los poemas, ¿ves? Aquí irán los poemas de ustedes.

El espacio que me señaló estaba lleno de rayas, rayas que imitaban la escritura, pero también de dibujitos, como cuando en los cómics alguien blasfema: serpientes, bombas, cuchillos, calaveras, tibias cruzadas, pequeñas explosiones atómicas. Por lo demás, cada página era un compendio de las ideas desmesuradas que Quim Font poseía sobre diseño gráfico.

– Mira, éste es el anagrama de la publicación.

Una serpiente (que tal vez sonreía, pero que más probablemente se retorcía en un espasmo de dolor) se mordía la cola con expresión golosa y sufriente, los ojos clavados como alfileres en el hipotético lector.

– Pero si aún nadie sabe cómo se va a llamar la revista -dije.

– Es igual. La serpiente es mexicana y además simboliza la circularidad. ¿Tú has leído a Nietzsche, García Madero? -dijo de pronto