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En fin, ésa era la idea más próxima que yo podía hacerme por entonces del mundo del cine. Más tarde, sintiéndome también mordido por el gusanillo, pensé que quizás fuese una visión demasiado cruel y pretenciosa.

Me sorprendía el gran poder que el hacer películas parecía ejercer sobre todos. A Malomar le entusiasmaba hacer películas. Toda la gente que trabajaba en películas luchaba por controlarlas. Los directores, los primeros actores, los fotógrafos jefes, los técnicos de los estudios.

Yo tenía conciencia de que el cine era el arte más vital de nuestra época, y me daba envidia. Hasta en las universidades, los estudiantes estaban haciendo películas propias en vez de escribir novelas. Y de pronto, pensé que quizás las películas ni siquiera eran arte, que eran una especie de terapia. Todos querían contar la historia de su propia vida, sus propios sentimientos, sus propias ideas. ¿Cuántos libros, sin embargo, se habían publicado por esa razón? Pero ni en los libros, ni en la pintura, ni en la música era tan fuerte la magia. Las películas combinaban todas las artes. El cine tenía que ser irresistible. Con aquel poderoso arsenal de armas, sería imposible hacer una mala película. Hasta el mayor cretino del mundo podría hacer una película interesante. No era raro que abundase tanto el nepotismo en el mundo del cine. Literalmente, podrías dejar a un sobrino escribir un guión, coger a una amante y convertirla en estrella, hacer a tu hijo jefe de unos estudios. El cine podía convertir a cualquiera en artista de éxito.

Y, ¿cómo era que ningún actor había matado nunca a un director o a un productor? Desde luego, a lo largo de los años había habido causas suficientes, financieras y artísticas. ¿Cómo no había matado nunca un director a un jefe de estudio? ¿Cómo no había asesinado nunca un escritor a un director? Debía ser que el hacer una película purgaba a la gente de violencia, era terapéutico. ¿Era posible que, algún día, uno de los tratamientos más eficaces para los que tuviesen alteraciones emocionales fuese dejarles hacer sus propias películas? Dios mío, pensemos en todos los profesionales del cine que están locos o casi locos. En el caso de los actores y de las actrices, sin duda era algo certificable.

En fin, así habría de ser. En el futuro, todo el mundo se quedaría en casa y vería películas hechas por sus amigos para evitar volverse loco. Las películas les salvarían la vida. Enfócalo así. Y, por fin, cualquier tonto del culo podría ser artista. Desde luego, si aquella gente era capaz de hacer buenas películas, cualquiera podría hacerlo. Allí había banqueros, sastres, abogados, etc., decidiendo qué películas debían hacerse. Ni siquiera poseían esa locura que podría ayudar a crear arte. Por tanto, ¿qué se perdería permitiendo a cualquier imbécil hacer una película? El único problema era mantener los costes bajos. Ya no harían falta psiquiatras ni talento. Todo el mundo podría ser artista.

Todas aquellas personas, a las que era imposible amar, nunca entendían que tuvieses que trabajar para que te amaran; sin embargo, pese a su narcisismo, su infantilismo, su egolatría, podrían ahora proyectar su imagen interna de sí mismos hacia un exterior susceptible de amor en la pantalla. Se convertían a sí mismos en objetos dignos de amor, como espectros, sin habérselo ganado en la vida real. Y, por supuesto, podías decir que todos los artistas lo hacen; piensa en la imagen del gran escritor como presuntuoso cretino en su vida personal: Osano. Pero habrían de tener algún don, al menos, algún talento en su arte que proporcionase placer o que enseñase, o que aportase una comprensión más profunda. Pero en el cine todo era posible sin talento, sin ningún don. Podías conseguir que un auténtico idiota con dinero hiciese la historia de su vida, y sin la ayuda de un gran director, un gran escritor, un gran actor o actriz, etc., etc., sólo con la magia del cine, podía convertirse en un héroe. El gran futuro del cine para todas aquellas personas era que podía hacerse sin el menor talento, lo cual no significaba que el talento no pudiera mejorarlo.

Como estábamos trabajando tan estrechamente en el guión, Malomar y yo pasábamos mucho tiempo juntos, a veces hasta última hora de la noche en su gran mansión, donde me sentía muy incómodo. Me parecía demasiado para una persona, aquellas habitaciones inmensas y profusamente amuebladas, la pista de tenis, la piscina olímpica y la casa independiente donde estaba la sala de cine. Una noche me propuso ver una nueva película, y le dije que el cine no me entusiasmaba tanto. Supongo que mi brusquedad le fastidió, porque le noté un poco irritado.

– Sabes que podríamos hacer mucho mejor las cosas en este guión si no despreciaras tanto el mundo del cine -dijo.

Esto me picó un poco. Por una parte, me ufanaba de estar demasiado bien educado para mostrar una cosa así. Por otra, tenía bastante orgullo profesional en mi trabajo, y él me decía que lo hacía mal. Además, había llegado a respetar a Malomar. Él era el director-productor y podría haber impuesto su criterio sobre el mío durante el trabajo, pero nunca lo había hecho. Y cuando sugería un cambio en el guión, solía tener razón. Cuando se equivocaba yo podía demostrarlo argumentando, y él lo aceptaba. En suma, no correspondía a todas mis ideas preconcebidas de la Tierra de los Empidos.

Así que en vez de ver la película o trabajar en el guión, aquella noche discutimos. Le expliqué lo que me parecía el mundo del cine y la gente que estaba en él. Cuanto más hablaba, menos furioso estaba Malomar. Y, por último, me sonrió.

– Hablas como una tía que ya no puede conseguirse tíos -dijo Malomar-. El cine es la nueva forma artística. Lo que te preocupa es que tu mundo se está quedando viejo. Lo único que tienes es envidia.

– No se puede comparar el cine con las novelas -dije-. Las películas nunca pueden hacer lo que los libros.

– Eso es irrelevante -dijo Malomar-. Las películas son lo que la gente quiere ahora y lo que va a querer en el futuro. Y después todas esas bobadas tuyas sobre los productores y la mosca empido… Vienes aquí por unos meses y te dedicas a acusar a todo el mundo. Nos rebajas a todos. Pero todos los negocios son iguales, todos agitan una zanahoria colgada de un palo. Sin duda la gente del cine está loca, y este mundo está lleno de trampas, y sin duda aquí se utiliza el sexo sin freno, pero ¿qué importa? Lo que tú ignoras es que todos ellos, productores y escritores, directores y actores, lo pasan muy mal. Dedican años a estudiar su oficio o su arte y trabajan más que el resto de las personas que conozco. Son gente verdaderamente consagrada a lo que hace, y, digas lo que digas, hace falta talento y genio para hacer una buena película. Esos actores y actrices son como la infantería. Son muchos los que caen. Y no consiguen los papeles importantes jodiendo. Tienen que demostrar que son artistas, tienen que conocer su oficio.

Cierto que hay cretinos y locos en este negocio que destrozan una película de cinco millones de dólares metiendo en el reparto a su amante o a su querido. Pero no duran mucho. Y luego hablas de productores y directores. En fin, no tengo que defender a los directores. Es el trabajo más duro que hay en este campo. Pero también los productores tienen una función. Son como los domadores de leones en un circo. ¿Sabes lo que es hacer una película? Primero tienes que besar diez culos en el consejo de finanzas de unos estudios. Luego tienes que hacer de padre y madre de actores locos. Has de conseguir que el personal técnico esté contento porque, si no, son capaces de liquidarte fingiéndose enfermos o perdiendo el tiempo. Y luego tienes que impedir que se asesinen unos a otros. Mira, odio a Moisés Wartberg, pero reconozco que tiene un talento financiero que ayuda a que el negocio cinematográfico siga funcionando. Respeto este talento tanto como desprecio sus gustos artísticos. Y tengo que enfrentarme a él constantemente como productor y como director. Y creo que hasta tú admitirás que unas dos películas mías podrían considerarse obras de arte.