– En otra ocasión -dijo Malomar.
Estaba harto de que llegaran en avión mujeres de todo el mundo a que las jodieran. Estaba harto de todas aquellas caras hermosas, delicadas, pinceladas, aquellos cuerpos esbeltos y elegantes perfectamente vestidos, de las beldades con las que le fotografiaban constantemente en fiestas, restaurantes y estrenos. Era famoso no sólo como el productor de más talento de Hollywood, sino como el que tenía las mujeres más guapas. Sólo sus amigos más íntimos sabían que lo que a él le gustaba eran las gordas criadas mexicanas que trabajaban en su mansión. Cuando le tomaban el pelo por su deformación, Malomar siempre decía que su medio preferido de tranquilizarse era hacerle una lamida a una mujer. Y que aquellas mujeres maravillosas de las revistas no tenían nada que lamer, sólo pelo y huesos. Las doncellas mexicanas tenían carne y jugo. No es que todo esto fuese siempre cierto. Era sólo que Malomar, sabiendo el aspecto elegante que tenía, quería mostrar su desprecio por aquella elegancia.
En aquel momento de su vida, lo único que Malomar quería era hacer una buena película. Para él, las horas más felices eran las de después de cenar, cuando iba a la sala de montaje y trabajaba allí hasta las tantas de la madrugada en una nueva película.
Cuando Malomar acompañó a Houlinan hasta la puerta, su secretaria le susurró que el escritor de la novela estaba esperando con su agente, Doran Rudd. Malomar dijo a su secretaria que les hiciese pasar. Se los presentó a Houlinan.
Houlinan hizo una rápida valoración de los dos hombres. A Rudd le conocía. Sincero, simpático; en suma, un tipo listo. Era un personaje definido. El escritor también lo era.
El novelista ingenuo que va a trabajar en el guión de su película, deslumbrado por Hollywood, a quien engañan los productores, los directores, los jefes del estudio y que luego se enamora de una aspirante a estrella y destroza su vida divorciándose de su esposa de veinte años por una tía que ha estado jodiendo con todos los jefes de reparto de la ciudad sólo para conseguir una oportunidad. Y luego se indigna por la forma en que mutilan en la pantalla su estúpida novela. Aquél no era distinto. Era tranquilo y evidentemente tímido y vestía como un patán. No como los patanes que seguían la moda, que era la nueva ola incluso entre productores como Malomar y estrellas que buscaban tejanos especialmente remendados y gastados que preparaban con la mayor exquisitez los mejores sastres… no, aquél era un auténtico patán. Y tan feo como aquel jodido actor francés que tenía tanto éxito en Europa. Bueno, él, Houlinan, pondría su granito de arena para descuartizar a aquel tipo y hacerle picadillo.
Houlinan saludó efusivamente al escritor John Merlyn, y le dijo que su libro era el mejor que había leído en su vida. No lo había leído.
Luego se paró en la puerta, se volvió y dijo al escritor:
– Oye, a Kellino le encantaría ver su película contigo esta tarde. Tenemos una conferencia con Malomar después, y sería una gran publicidad para la película. ¿Te parece bien a las tres en punto? Habrás acabado ya aquí, ¿no?
Merlyn dijo que de acuerdo, Malomar hizo una mueca. Sabía que Kellino ni siquiera estaba en la ciudad, que estaba tostándose en Palm Springs y que no llegaría hasta las seis. Houlinan iba a hacer esperar a Merlyn sólo para enseñarle cómo eran las cosas en Hollywood. En fin, por lo menos aprendería.
Malomar, Doran Rudd y Merlyn charlaron ampliamente sobre el guión de la película. Malomar advirtió que Merlyn parecía razonable y dispuesto a cooperar, y que no era uno de los cargantes habituales. Explicó al agente el cuento de siempre, lo de que invertirían en la película un millón cuando todo el mundo sabía que tendrían que acabar gastando cinco. Sólo cuando se fueron, tuvo Malomar su primera sorpresa. Le mencionó a Merlyn que podía esperar a Kellino en la biblioteca. Merlyn miró el reloj y dijo suavemente:
– Son las tres y diez. Yo nunca espero a nadie más de diez minutos. Ni siquiera a mis hijos.
Luego se largó.
Malomar sonrió al agente.
– Ay, los escritores -dijo.
Pero solía decir «ay, los actores» en el mismo tono de voz. Y lo mismo decía de productores y directores. Nunca lo decía de las actrices porque no podías rebajar a un ser humano que tenía que lidiar con un ciclo menstrual y quería ser actriz al mismo tiempo. Esto las hacía endiabladamente locas al principio.
Doran Rudd se encogió de hombros.
– Ni siquiera espera a los médicos. Tuvimos que hacer los dos una revisión médica, y teníamos hora para las diez. Ya conoces las consultas de los médicos. Siempre hay que esperar unos minutos. Pues le dijo a la recepcionista: «Yo vine a tiempo, ¿por qué no vino a tiempo el médico?» Y se largó.
– Dios mío -dijo Malomar.
Notaba dolores en el pecho. Fue al baño y tomó una pastilla para el corazón y luego fue a echarse una siesta en el sofá, tal como le había recomendado el médico. Ya le despertaría una de sus secretarias cuando llegaran Houlinan y Kellino.
«La mujer de piedra es la primera obra que dirige Kellino. Como actor siempre fue maravilloso; como director no llega siquiera a ser competente. Como filósofo es pretencioso y desdeñable. No quiere esto decir que La mujer de piedra sea una mala película. En realidad no es que sea basura, sino simplemente algo hueco.
»Kellino domina la pantalla, creemos siempre en el personaje que él interpreta, pero en este caso el personaje que interpreta es un hombre que no nos interesa en absoluto. ¿Cómo puede interesarnos un hombre que destroza su vida por una muñeca de cabeza vacía como Selina Denton, cuya personalidad atrae a hombres que se dan por satisfechos con mujeres de pechos y trasero extravagantemente redondeados, según el estilo típico de la fantasía machista?»
La actuación de Selina Denton -su estilo inexpresivo, su rostro insípido crispado en muecas de éxtasis- resulta sencillamente embarazosa. ¿Cuándo aprenderán los jefes de reparto de Hollywood que lo que el público quiere es ver mujeres reales en la pantalla? Una actriz como Billie Stroud, con su dominante presencia, su técnica inteligente y vigorosa, su impresionante apariencia (es verdaderamente guapa si uno es capaz de olvidar todos los estereotipos de anuncios de desodorantes que el macho norteamericano ha convertido en ídolos desde la invención de la televisión) podría haber salvado la película, y es sorprendente que Kellino, un actor tan inteligente y de tan fina intuición, no percibiese esto al hacer el reparto. Lo más probable es que su trabajo como actor, director y coproductor fuese excesivo y le impidiese apreciarlo.
»El guión de Hascom Watts es uno de esos ejercicios seudoliterarios que se leen bien sobre el papel, pero que filmados no tienen el menor sentido. Se pretende provocar en el espectador una sensación de tragedia con un hombre al que no le pasa nada trágico, un hombre que al final se suicida porque fracasa como actor (todo el mundo le falla) y porque una mujer egoísta y de cabeza hueca usa su cabeza (todo ante los ojos del espectador) para traicionarle de la forma más insustancial desde las heroínas de Dumas hijo.
»El contrapunto de Kellino intentando salvar el mundo convirtiéndose en el hado justo de todas las disputas sociales, es bienintencionado pero básicamente fascista en su concepción. El aguerrido héroe liberal se convierte por evolución en el dictador fascista, como hizo Mussolini. El tratamiento de las mujeres en esta película es también básicamente fascista; se limitan a manipular a los hombres con sus cuerpos. Cuando participan en movimientos políticos, se nos muestran como destructoras de los hombres que luchan por un mundo mejor. ¿Es que Hollywood no puede creer por un instante que haya una relación entre hombres y mujeres en la que el sexo no juegue un papel? ¿Es que no puede mostrar aunque sólo sea por una vez que las mujeres poseen las virtudes "varoniles" de creer en la humanidad y en su lucha terrible por seguir adelante? ¿Es que no tienen imaginación para prever que las mujeres podrían, podrían al menos, sentirse satisfechas con una película que las retratase como verdaderos seres humanos, en vez de esas conocidas títeres rebeldes que rompen los lazos con que las atan los hombres?