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– Qué curioso que cuando Newman muere tú accedes a una caja con miles de dólares que tenía bajo nombre falso -intervino Fisher-. Y que, por la misma época, ciertas cuentas controladas por ti se llenan de cientos de miles de dólares.

– Si pretendes decir que yo mandé matar a Ken para quedarme con el dinero de la caja, te equivocas -se defendió Reynolds-. Anne me llamó y me pidió ayuda. No me enteré de que Ken tenía una caja de seguridad hasta que ella me lo dijo. No tenía idea de lo que había en la caja hasta después de la muerte de Ken.

– Eso dices -comentó Fisher.

– Eso lo sé -espetó Reynolds con vehemencia-. ¿Se me acusa formalmente de algo? -preguntó a Massey.

Éste se recostó en el asiento y se colocó las manos detrás de la cabeza.

– Debe ser consciente de que esta situación pinta muy, muy mal. Si usted estuviera en mi lugar, ¿a qué conclusiones llegaría?

– Comprendo que sospeche de mí, pero si me dan la oportunidad de…

Massey cerró la carpeta y se puso en pie.

– Queda usted suspendida de su cargo, agente Reynolds, con efecto inmediato.

Reynolds se quedó anonadada.

– ¿Suspendida de mi cargo? Ni siquiera se me ha acusado formalmente. No tiene una sola prueba concreta de que haya hecho algo malo, ¿y me suspende?

– Deberías estar agradecida de que no sea peor -soltó Fisher.

– Fred -dijo Reynolds, levantándose de la silla-, puedo entender que me aparte de este caso. Transfiérame a otro sitio mientras investigan, pero no me suspenda. Todo el personal del FBI dará por sentado que soy culpable. No es justo.

Massey no se ablandó en absoluto.

– Entregue sus credenciales y su arma al agente Fisher, por favor. No vuelva a su despacho ni abandone la zona bajo ningún concepto.

Reynolds empalideció y se desplomó en la silla.

Massey se acercó a la puerta.

– Sus actos sumamente sospechosos, combinados con la muerte de un agente y la noticia de que personas desconocidas se hacían pasar por agentes del FBI, no me permiten tomar la decisión de asignarle otro caso distinto, Reynolds. Si, como usted afirma, es inocente, será restituida en su cargo sin deducciones de salario ni disminución de la antigüedad o la responsabilidad. Y me aseguraré de que su reputación no quede dañada. En caso de que sea culpable, bueno ya sabe mejor que nadie lo que le espera. -Massey cerró la puerta tras de sí.

Reynolds se levantó para marcharse, pero Fisher se interpuso en su camino.

– Credenciales y pistola. Inmediatamente.

Reynolds se las entregó. Se sentía como si estuviera abandonando a uno de sus hijos. Reparó en la expresión triunfante de Fisher.

– Caray, Paul, intenta disimular tu alegría. Quedarás peor que un memo cuando me exculpen.

– ¿Cuando te exculpen? Podrás darte por satisfecha si no te detienen antes de que termine el día de hoy. Pero queremos que este caso sea hermético. Y, por si estás pensando en huir, te estaremos observando. Así que ni lo intentes.

– Jamás se me pasaría por la cabeza. Quiero estar aquí para ver la cara que pones cuando venga a recuperar mi arma y mi placa. No te preocupes, no te pediré que me beses el culo.

Reynolds recorrió el vestíbulo y salió del edificio, con la impresión de que todas las miradas estaban puestas sobre ella.