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Lee dio unos pocos pasos vacilantes y dejó caer las manos. -Esto es absurdo, Faith. ¿Y si nos ve alguien? Nos tomarán por locos.

Ella lo miró con expresión testaruda.

– Me he pasado los últimos quince años de mi vida preocupándome de lo que los demás pensaban. Así que ahora mismo me importa un bledo lo que piense el resto del mundo.

– Pero si ni siquiera tenemos música.

– Tararea una canción. Escucha el viento, ya saldrá.

Sorprendentemente, así fue. Al principio se balanceaban despacio, Lee se sentía torpe y Faith no estaba acostumbrada a llevar la batuta. Luego, a medida que se familiarizaban con los movimientos del otro, empezaron a describir círculos más amplios en la arena. Al cabo de unos diez minutos, Lee tenía la mano derecha posada con soltura en la cadera de Faith, y ella le rodeaba la cintura con el brazo y tenían entrelazadas las manos libres a la altura del pecho.

Se envalentonaron y comenzaron a realizar algunos giros, vueltas y otros movimientos que recordaban al swing y a otros bailes de pareja de la época de las grandes orquestas. Les costaba, incluso en las zonas en las que la arena era más compacta, pero se esforzaban al máximo. Cualquiera que los hubiera visto habría pensado que estaban ebrios o reviviendo su juventud y pasándoselo en grande. En cierto modo, ambas observaciones habrían sido acertadas.

– No hacía esto desde mis años en el instituto -confesó Lee, sonriendo-. Aunque entonces estaba de moda Three Dog Night y no Benny Goodman.

Faith guardó silencio mientras daba vueltas alrededor de él.

Sus movimientos eran cada vez más atrevidos y seductores, parecía una bailarina de flamenco envuelta en llamas de color blanco.

Se levantó la falda para gozar de mayor libertad de movimiento y el corazón de Lee se aceleró cuando vio sus muslos pálidos.

Incluso se aventuraron a entrar en el agua, chapoteando con fuerza mientras seguían dando unos pasos de baile cada vez más complejos. Se cayeron algunas veces sobre la arena y hasta en el agua salada y fría, pero se levantaron y continuaron bailando. En alguna ocasión, una combinación realmente espectacular, ejecutada a la perfección, los dejaba sin aliento y risueños como jovencitos en el baile del colegio.

Por fin llegó el momento en que ambos se callaron, sus sonrisas se desvanecieron y se acercaron más el uno al otro. Los giros y vueltas finalizaron, su respiración se hizo más lenta y descubrieron la proximidad de sus cuerpos a medida que se estrechaban los círculos que describían al bailar. Acabaron deteniéndose por completo y permanecieron de pie balanceándose ligeramente; entregados al último baile de la noche, abrazados con los rostros muy cerca, mirándose a los ojos mientras el viento ululaba en torno a ellos, las olas rompían con fuerza en la orilla y las estrellas y la luna los observaban desde el cielo.

Al final Faith se separó de él, con los ojos entrecerrados, mientras empezaba de nuevo a mover las extremidades sensualmente al son de una melodía silenciosa.

Lee extendió los brazos para tomarla por la espalda.

– No me apetece bailar más, Faith. -El significado de sus palabras era claro como el agua.

Ella también hizo ademán de abrazarlo y entonces, con la rapidez de un rayo, le dio un fuerte empujón en el pecho, y Lee cayó hacia atrás sobre la arena. Faith se volvió y echó a correr, prorrumpiendo en carcajadas al tiempo que él la miraba atónito. Sonrió, se incorporó y corrió tras ella. La alcanzó en las escaleras que conducían a la casa de la playa. La agarró por el hombro y la guió el resto del camino mientras ella agitaba piernas y brazos fingiendo resistirse. Habían olvidado que la alarma de la casa estaba conectada y entraron por la puerta posterior. Faith tuvo que correr como una loca hasta la puerta delantera para desactivarla a tiempo.

– Cielos, nos hemos librado por los pelos. Sólo nos faltaría que viniera la policía a ver qué ocurre -dijo.

– No quiero que venga nadie.

Faith agarró con fuerza la mano de Lee y lo condujo al dormitorio de ella. Se sentaron sobre la cama durante unos minutos abrazándose, meciéndose suavemente y a oscuras, como adaptando los movimientos de la playa a un lugar más íntimo.

Al final, Faith se separó un poco de Lee y le llevó la mano al mentón.

– Hace bastante tiempo, Lee. De hecho, hace mucho tiempo.

Había cierto deje de vergüenza en su voz, y Faith se sintió un tanto incómoda por hacer tal confesión. No quería decepcionarlo.

Lee le acarició los dedos con dulzura sin despegar los ojos de ella, mientras el sonido de las olas les llegaba a través de la ventana abierta. Resultaba reconfortante, pensó Faith, el agua, el viento, las caricias; un momento que quizá no volvería a experimentar en mucho tiempo, si es que llegaba a repetirse.

– Nunca lo tendrás más fácil, Faith.

Ese comentario la sorprendió.

– ¿Por qué dices eso?

Tenia la impresión de que, incluso en la oscuridad, el brillo de sus ojos la rodeaba, la sostenía, la protegía. ¿Se consumaría por fin el idilio del instituto? De hecho, no estaba con un jovencito, sino con un hombre. Un hombre único, por derecho propio. Ella lo estudió. No, definitivamente no era un jovencito.

– Porque no creo que jamás hayas estado con un hombre que sienta lo que yo siento por ti.

– Eso es fácil de decir -murmuró ella, aunque de hecho sus palabras la habían conmovido profundamente.

– No para mí -declaró Lee.

Pronunció esas tres palabras con tal sinceridad, con una falta de hipocresía tan absoluta, tan distinta del mundo en el que Faith se había desenvuelto durante los últimos quince años, que ella no supo cómo reaccionar. Sin embargo, ya no era momento para el diálogo. Sin más preámbulos, empezó a desnudar a Lee y, a continuación, él hizo lo propio con ella. Le masajeó los hombros y el cuello mientras la desvestía. Los grandes dedos de Lee eran sorprendentemente suaves al tacto, muy diferentes de como los había imaginado.

Todos sus movimientos eran pausados, naturales, como si hubieran hecho todo aquello miles de veces en el transcurso de un matrimonio largo y feliz, buscando las partes correctas en las que detenerse para dar placer al otro.

Se deslizaron bajo las sábanas. Al cabo de diez minutos, Lee se dejó caer, respirando agitadamente. Faith estaba debajo de él, también jadeando. Le besó el rostro, el pecho, los brazos. Sus respectivos sudores se fundieron, entrelazaron las extremidades, se quedaron tumbados charlando y besándose despacio durante otras dos horas más, durmiéndose y despertándose de vez en cuando. Alrededor de las tres de la mañana, volvieron a hacer el amor. Acto seguido, ambos se sumieron en un sueño profundo, agotados.