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– Muy bien, ya han comenzado el asalto total. Pasarán por la puerta y activarán la alarma. No tengo contratada la opción de comprobación de llamada por parte de la empresa de seguridad, así que la policía no tardará en llegar. Dentro de unos minutos se armará una buena.

– ¿Y qué hacemos mientras tanto? -preguntó Faith.

– Tres edificios más y luego bajamos por la escalera de incendios. ¡Andando!

Unos minutos después, salieron corriendo de un callejón y enfilaron una tranquila calle de las afueras flanqueada por varios edificios de apartamentos de poca altura. Había coches aparcados a ambos lados de las calles. Faith oyó, al fondo, que alguien jugaba al tenis. Divisó una cancha rodeada de pinos altos en un pequeño parque situado frente a los bloques de apartamentos.

Faith notó que Lee observaba la hilera de coches aparcados junto a la acera. Luego corrió hasta la zona del parque y se inclinó. Al erguirse tenía una pelota de tenis en la mano, una de las muchas que habían caído allí a lo largo de los años. Cuando Lee regresó al lado de Faith, ella vio que estaba haciendo un agujero en la pelota de tenis con la navaja.

– ¿Qué haces? -le preguntó.

– Sube a la acera y camina con tranquilidad. Y mantén los ojos bien abiertos.

– Lee…

– ¡Hazlo, Faith!

Ella dio media vuelta, subió ala acera y avanzó al mismo paso que Lee, que iba por la otra acera escrutando con la mirada todos los coches aparcados. Por fin, él se detuvo junto a un modelo lujoso que parecía nuevo.

– ¿Hay alguien mirándonos? -preguntó.

Faith negó con la cabeza.

Lee se acercó al coche y apretó la pelota de tenis contra la cerradura, con el agujero de la pelota orientado hacia la puerta. Faith lo miró como si estuviera loco.

– ¿Qué haces?

Por toda respuesta, Lee golpeó la pelota de tenis con el puño, expulsando todo el aire alojado en la misma hacia el interior de la cerradura. Faith, boquiabierta, vio que las cuatro puertas se abrían.

– Cómo lo has hecho?

– Entra.

Lee se deslizó al interior del coche y Faith hizo otro tanto. Lee agachó la cabeza bajo la columna de dirección y encontró los cables que necesitaba.

– A estos coches nuevos no se les puede hacer el puente. La tecnología… -Faith se calló al oír que el coche arrancaba.

Lee se incorporó, puso el coche en el modo marcha y se alejó del bordillo. Se volvió hacia Faith.

– ¿Qué?

– Vale, ¿cómo es posible que la pelota de tenis sirviera para abrir el coche?

– Tengo mis secretos profesionales.

Mientras Lee esperaba en el coche con la mirada alerta, Faith logró entrar en el banco, explicar lo que quería al director adjunto y firmar, todo ello sin desmayarse. «Calma, chica, cada cosa a su tiempo», se dijo. Por suerte, conocía al director adjunto, quien estudió con curiosidad su nuevo aspecto.

– La crisis de la mediana edad -dijo Faith respondiendo a su mirada-. Decidí que necesitaba un aspecto más juvenil y desenfadado.

– Le sienta bien, señorita Lockhart -respondió él con cortesía.

Faith lo vio sacar su llave, introducirla junto con la copia del banco en la cerradura y extraer la caja. Salieron de la cámara y él depositó la caja en el interior de una cabina situada frente a la cámara reservada para los usuarios de las cajas de seguridad. Mientras el director adjunto se alejaba, Faith no le quitó ojo.

¿Era uno de ellos? ¿Llamaría a la policía, al FBI o a quienquiera que estuviera matando gente por ahí? En cambio, el director adjunto se sentó a su escritorio, abrió una bolsa blanca, sacó una rosquilla glaseada y comenzó a devorarla.

Satisfecha por el momento, Faith cerró la puerta tras de sí. Abrió la caja y observó el contenido por unos instantes. Luego vació todo en el bolso y cerró la caja. El joven la guardó en la cámara y ella salió del banco con la mayor tranquilidad posible.

Ya en el coche, Faith y Lee se dirigieron hacia la interestatal 395, donde tomaron la salida que llevaba al GW Parkway y se dirigieron al sur hacia el aeropuerto nacional Reagan. A pesar de que era la hora punta de la mañana, llegaron a tiempo.

Faith contempló a Lee, quien tenía la mirada perdida, sumido en sus pensamientos.

– Lo has hecho todo muy bien -dijo ella.

– En realidad nos la hemos jugado más de lo que me habría gustado. -Se calló y sacudió la cabeza-. Estoy preocupado por Max, por muy estúpido que suene dadas las circunstancias.

– No suena estúpido.

– Max y yo hemos estado juntos mucho tiempo. Durante años sólo he contado con él.

– No creo que le hayan hecho nada en medio de tanta gente. -Sí, eso es lo que te gustaría creer, ¿no? Pero lo cierto es que si matan personas, un perro no tiene muchas oportunidades.

– Siento que hayas tenido que hacerlo por mí.

Lee enderezó la espalda.

– Bueno, al fin y al cabo, un perro es un perro, Faith. Y tenemos otras cosas de que preocuparnos, ¿no?

Faith asintió.

– Sí.

– Supongo que lo del imán no funcionó del todo. Me habrán identificado en la cinta de vídeo. Aun así han sido muy rápidos. -Negó con la cabeza, con una mezcla de admiración y temor-. Tan rápidos que da miedo.

Faith se desmoralizó; si Lee estaba asustado, ella tenía motivos para estar aterrorizada.

– Las perspectivas no son muy alentadoras, ¿verdad? -dijo.

– Tal vez esté mejor preparado si me cuentas qué está ocurriendo.

Tras presenciar las proezas de Lee, Faith deseaba confiar en él, pero la llamada de Buchanan le resonaba en los oídos, como los disparos de la noche anterior.

– Cuando lleguemos a Carolina del Norte, desembucharemos. Los dos -puntualizó Faith.