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El primer paso del infalible plan de Thornhill consistía en que sus nuevos aliados suprimiesen por completo la presencia del FBI en la Agencia. Luego, el presupuesto para operaciones de la CIA se incrementaría en un cincuenta por ciento. Eso para empezar. Durante el siguiente año fiscal, Thornhill se pondría serio respecto a los fondos. En el futuro, la CIA sólo daría cuentas a un comité de inteligencia conjunto y no, como en la actualidad, a los comités del Senado y de la Cámara por separado. Era mucho más fácil trabajar con un solo comité. Luego habría que definir de una vez por todas la jerarquía de las agencias estadounidenses de información secreta. El director del Servicio de Información Central estaría en la cúspide de esa pirámide. Thornhill intentaría hundir al FBI hasta el fondo. Los recursos de la CIA aumentarían. La vigilancia de ámbito nacional, la financiación encubierta y el suministro de armas a grupos insurrectos para derrocar a los enemigos de Estados Unidos, incluso el asesinato selectivo, se convertirían en armas disponibles tanto para él como para sus colegas. En ese preciso instante, Thornhill pensó que, como mínimo, había cinco jefes de estado cuyas muertes repentinas harían que el mundo fuera un lugar más seguro y humano. Había llegado el momento de soltar las manos de los mejores y los más inteligentes para que volvieran a hacer su trabajo. ¡Santo Dios, le faltaba tan poco para conseguirlo…!

«Sigue así, Danny, sigue así -dijo Thornhill en voz alta-. Sigue hasta el final. Buen chico. Déjalos que saboreen la victoria justo antes de que yo acabe con sus vidas.»

Con expresión adusta, miró la hora y se levantó. Thornhill odiaba la prensa. Durante todos los años que llevaba trabajando en la Agencia, jamás había concedido una entrevista. Pero ahora que era un superior en ocasiones tenía que realizar otra clase de comparecencias, que detestaba con idéntica vehemencia. Tenía que declarar ante la Comisión Investigadora sobre Inteligencia del Senado y de la Cámara de los Representantes en relación con una serie de asuntos que concernían a la Agencia.

En esta época «ilustrada» el personal de la CIA entregaba al Congreso más de cien informes de peso en el período de un año. ¡Y después hablaban de las operaciones secretas! Thornhill lograba soportar esas comparecencias pensando en lo poco que le costaba manipular a los idiotas que se suponía que supervisaban su agencia. Con sus miradas de suficiencia, le planteaban preguntas que formulaban sus diligentes empleados, que sabían más de las cuestiones de espionaje que los funcionarios gubernamentales para quienes trabajaban.

Al menos, la sesión se celebraba a puertas cerradas, sin la presencia del público o de la prensa. Para Thornhill, la Primera Enmienda, que establecía la libertad de prensa, constituía el mayor error que habían cometido los fundadores de la nación americana. Había que andarse con ojo con los periodistas; no se perdían una, hacían todo lo posible para atribuirte palabras que no habías pronunciado, tenderte trampas o dar una mala imagen de la Agencia. A Thornhill le dolía en lo más hondo que nadie confiara de verdad en ellos. Por supuesto que mentían, pero ése era su trabajo.

Desde el punto de vista de Thornhill, la CIA era, sin duda, el chivo expiatorio preferido del Congreso. A los diputados les encantaba parecer duros cuando se enfrentaban a la organización supersecreta. Eso impresionaba mucho al público: GRANJERO CONVERTIDO EN CONGRESISTA LOGRA QUE LOS AGENTES SECRETOS APARTEN LA MIRADA. Thornhill habría podido escribir él mismo los titulares.

Sin embargo, la sesión de hoy resultaba prometedora porque la Agencia había hecho avances importantes en el campo de las relaciones públicas con las conversaciones de paz más recientes sobre Oriente Medio. De hecho, en gran medida gracias al trabajo entre bastidores de Thornhill, la CIA había logrado presentar una imagen general más benévola e íntegra, una imagen que hoy intentaría reafirmar.

Thornhill cerró el maletín y se guardó la pipa en el bolsillo. «Allá voy, dispuesto a mentir a un hatajo de mentirosos. Ambos lo sabemos y ambos saldremos ganando -pensó-. Sólo en América.»