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– No sé cómo se llama -respondió Faith con frialdad.

– ¿Tienes un número de teléfono?

– No serviría de nada. Dudo mucho que pudiera atender la llamada en estos momentos.

Lee la miró con recelo.

– ¿Acaso insinúas que el tipo que ha muerto es tu único contacto?

– Exacto. -Faith mintió sin la menor vacilación.

– Ese tipo era quien respondía de ti y ni siquiera se molestó en decirte su nombre. Ésas no son precisamente las normas del FBI.

– Lo siento, no sé nada más.

– ¿De veras? Mira, te diré lo que yo sé. Te he visto en la casita en otras tres ocasiones con una mujer. Una morena alta. Veamos, ¿la llamabas Agente X? -Lee se inclinó hacia el rostro de Faith-. Regla número uno para embusteros: asegúrate de que la persona a quien mientes no puede demostrar lo contrario. -Enlazó el brazo de Faith con el suyo-. Vámonos.

– Sabes, Adams, tienes un problema sobre el que tal vez no hayas pensado.

– ¿De verdad? ¿Te importaría hablarme de ello?

– ¿Qué es lo que vas a decirles a los del FBI cuando me entregues?

– No lo sé, ¿qué te parece si les cuento la verdad?

– De acuerdo. Analicemos la verdad. Me seguías porque alguien a quien no conoces ni sabrías identificar te lo había encargado. Eso significa que sólo contamos con tu versión. Lograste seguirme a pesar de que el FBI me había asegurado que nadie lo haría. Estuviste en la casa. Te han grabado. Hay un agente del FBI muerto. Utilizaste tu arma. Dices que disparaste contra otro hombre, pero ni siquiera tienes pruebas de que allí había otro hombre. Así que la verdad indiscutible es que tú y yo estábamos en la casa, disparaste y hay un agente del FBI muerto.

– La munición que acabó con el agente del FBI no puede cargarse en la recámara de mi pistola -replicó Lee enojado soltando el brazo de Faith.

– Entonces te deshiciste de otra pistola.

– ¿Por qué diablos querría llevarte conmigo? Si fuese el tirador, ¿por qué no te maté allí mismo?

– No estoy diciéndote lo que pienso, Adams. Me limito a señalar que el FBI podría sospechar de ti. Supongo que si no tienes antecedentes el FBI te creerá -apuntó y añadió con brusquedad-: Te seguirían la pista durante un año y luego, si no descubriesen nada, te dejarían tranquilo.

Lee frunció el ceño. Su pasado más reciente era impoluto, pero si retrocedía un poco más en el tiempo, las aguas estaban más turbias. Cuando había comenzado a trabajar como investigador privado había hecho cosas que ahora ni se le pasarían por la cabeza. Nada ilegal, pero le costaría explicárselo a los curtidos agentes federales.

Además, estaba la prohibición de acercarse a su ex que el juez había dictado justo antes de que el afortunado de Eddie se hiciera de oro. Según ella, Lee la acechaba y tal vez fuera violento. De hecho, él se habría comportado de forma violenta si hubiera tenido la oportunidad. Por poco sufría una apoplejía cada vez que pensaba en los moretones que había visto en los brazos y mejillas de su hija cuando había ido a verla sin previo aviso a su apartamento destartalado. Trish le aseguró que Renee se había caído por las escaleras. Lee sabía que era mentira porque había reconocido la marca de unos nudillos en la tersa piel de su hija. Él había destrozado el coche de Eddie con una palanca y habría hecho lo mismo con el propio Eddie si éste no hubiera llamado a la policía escondido en el baño.

¿De veras quería que el FBI estuviera fisgoneando en su vida durante los siguientes doce meses? Por otro lado, si dejaba que Faith se marchara y los agentes del FBI daban luego con él, ¿qué le ocurriría entonces? Fuera a donde fuese, acabaría en un nido de serpientes.

– ¿Te importaría dejarme en la Oficina de Campo de Washington? Está en Fourth Street -dijo Faith en un tono agradable.

– De acuerdo, de acuerdo, tienes razón -replicó Lee con vehemencia- pero no pedí que esta mierda me cayera como llovida del cielo.

– Ni yo te pedí que te metieras en esto. Pero…

– Pero ¿qué?

– Pero de no ser por ti, ahora no estaría viva. Siento no haberte dado las gracias antes; te las doy ahora.

A pesar de su recelo, Lee notó que su enfado remitía. 0 Faith era sincera o bien era una de las personas más ingeniosas con quienes se había topado en la vida. Tal vez fuera una combinación de ambas. Al fin y al cabo, aquello era Washington.

– Siempre es un placer ayudar a una dama -dijo Lee con sequedad-. De acuerdo, supongamos que decido no entregarte. ¿Has pensado dónde pasar la noche?

– Tengo que largarme de aquí. Necesito tiempo para pensar y aclarar mis ideas.

– El FBI no permitirá que te marches sin más. Supongo que habrás llegado a algún acuerdo con ellos.

– Todavía no, pero si así fuera, ¿no crees que tengo motivos de sobra para acusarlos de incumplimiento?

– ¿Qué me dices de los que intentaron matarte?

– En cuanto haya reflexionado con calma decidiré qué hacer. Supongo que acabaré volviendo al FBI. Pero no quiero morir ni que nadie muera por mi culpa. -Faith fijó en él la mirada con intención.

– Agradezco que te preocupes por mí, pero sé arreglármelas solo. Entonces, ¿adónde y cómo piensas huir?

Faith se disponía a decir algo pero de inmediato cambió de idea. Bajó la vista, consciente de que quizá debía mostrarse más precavida.

– Si no confías en mí, Faith, nada saldrá bien -dijo Lee con delicadeza-. Si te dejo marchar, yo tendré que parar todos los golpes, pero todavía no he tomado esa decisión. Depende en gran medida de lo que estés pensando en estos momentos. Si los del FBI te necesitan para cazar a personas importantes y poderosas, porque está claro que esto no se trata de un simple robo, entonces tendré que ponerme de su parte.

– ¿Y si accediera volver al FBI siempre y cuando me garantizaran mi seguridad?

– Supongo que les parecería razonable. Pero ¿qué garantía hay de que volverás?

– ¿Y si me acompañas? -se apresuró a sugerir Faith.

Lee se puso tan tenso que, sin querer, le propinó una patada a Max, que salió de debajo de la mesa y miró a su dueño con expresión lastimera.

Antes de que Lee respondiese, Faith añadió:

– No tardarán mucho en identificarte. ¿Y si la persona a quien disparaste ofrece una descripción tuya a quienquiera que lo contratase? Creo que tú también corres peligro.

– No estoy seguro…

– Lee -lo atajó Faith-, ¿no se te ha ocurrido pensar que la persona que te contrató para seguirme quizá también te siguiese la pista a ti? Es posible que te usaran para montar el tiroteo.

– Si me siguieron entonces también te siguieron a ti -observó Lee.

– Pero ¿y si te tendieron una trampa para incriminarte de todo lo ocurrido?

Lee dejó escapar un suspiro de desesperación al percatarse de la situación en que se encontraba.

Joder, vaya nochecita.

¿Por qué diablos no se había dado cuenta antes?

Un cliente anónimo. Una bolsa llena de dinero. Un blanco misterioso. La casita apartada.

¿Había estado en coma o qué?

– Te escucho.

– Tengo una caja de seguridad en un banco de Washington. Contiene dinero y varios documentos falsos que nos permitirán ir a donde queramos. El único problema es que tal vez vigilen el banco. Necesito tu ayuda.

– No puedo acceder a tu caja de seguridad.

– Pero puedes ayudarme a inspeccionar la zona y comprobar si alguien me vigila. Ese trabajo se te da mucho mejor que a mí. Entro, vacío la caja y salgo lo antes posible mientras me cubres. Si vemos algo sospechoso, salimos pitando.

– Parece que planearas robar el banco -comentó él un tanto irritado.

– Te juro por Dios que todo lo que hay en la caja es mío.

Lee se pasó la mano por el pelo.

– De acuerdo, tal vez salga bien. ¿Y luego qué?

– Nos dirigimos al sur.

– ¿Adónde?

– A la costa de Carolina. Outer Banks. Tengo una casa allí.

– ¿Figuras como la propietaria? Podrían averiguarlo.

– La compré a nombre de una sociedad anónima y firmé los documentos con mi otro nombre, como miembro de la directiva. Pero ¿y tú? No puedes viajar con tu nombre verdadero.

– No te preocupes. He interpretado más papeles en mi vida que Shirley MacLaine y dispongo de los documentos necesarios para demostrarlo.

– Entonces todo está listo.

Lee miró a Max, que había posado la enorme cabeza sobre sus rodillas, y le acarició suavemente la nariz.

– ¿Cuánto tiempo?

Faith sacudió la cabeza.

– No lo sé. Tal vez una semana.

Lee suspiró.

– Supongo que la señora del piso de abajo podrá ocuparse de Max.

– Entonces, ¿lo harás?

– Siempre y cuando no olvides que, si bien no me importa ayudar a alguien cuando lo necesita, no estoy dispuesto a convertirme en el mayor pardillo del mundo.

– Me da la impresión de que a ti eso no puede pasarte.

– Si te apetece reírte un rato, cuéntaselo a mi ex mujer.