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Jack se hundió en la silla.

– Nunca toqué ningún arma, Seth. Alguien intentó matarme y salí corriendo. Le pegué al tipo, con un pisapapeles que cogí de mi mesa. Eso es lo único que sé. -Hizo una pausa-. ¿Qué hago ahora?

Frank esperaba la pregunta. Honestamente, no sabía qué contestar. Desde un punto de vista técnico, al hombre le buscaban por asesinato. Su deber como agente de la ley estaba muy claro, pero se daba el caso de que no era así.

– Quiero que se quede donde está. Haré unas cuantas averiguaciones. Pero bajo ninguna circunstancia vaya a ninguna parte. Llámeme dentro de tres horas. ¿De acuerdo?

Jack colgó y pensó en su situación. La policía le buscaba por el asesinato de dos personas. Sus huellas dactilares aparecían en un arma que no había tocado. Era un fugitivo de la justicia. Y acababa de hablar con un policía. Frank no le había preguntado dónde estaba. Pero podían rastrear la llamada. Podían haberlo hecho con toda facilidad. Sólo que Frank no lo haría. Entonces Jack pensó en Kate.

Los polis nunca decían toda la verdad. El detective había engañado a Kate. Después lo había lamentado, o al menos había dicho que lo lamentaba.

Un sirena sonó en la calle y a Jack se le paró el corazón por un instante. Corrió a la ventana y miró, pero el coche de la policía siguió su camino hasta que las luces azules se perdieron de vista.

Pero quizás ya estaban de camino. Venían a buscarle ahora mismo. Cogió el abrigo y se lo puso. Entonces miró la cama.

La caja.

No le había dicho ni una palabra a Frank del objeto. Anoche había sido la cosa más importante de su vida, pero ahora había pasado a un segundo plano.

– ¿No tienes bastante trabajo en el campo? -Craig Miller era detective de homicidios en Washington con muchos años de servicio. Fornido, con una abundante cabellera negra y ondulada, y una cara que traicionaba su afición al buen whisky. Frank le conocía desde hacía años. Eran unos buenos amigos que compartían la creencia de que el crimen siempre debía ser castigado.

– Nunca lo suficiente como para impedirme venir hasta aquí y saber si vales para el trabajo de detective -replicó Frank, con una sonrisa severa.

Miller le devolvió la sonrisa. Se encontraban en la oficina de Jack. La unidad criminal estaba acabando el trabajo.

Frank echó una ojeada a la amplia y lujosa habitación. Jack ahora estaba muy lejos de esta clase de vida, pensó para sí mismo. Miller le miró mientras recordaba una cosa.

– Este tipo, Graham, estaba involucrado en el caso Sullivan, ¿no?

– Era el abogado del sospechoso.

– ¡Eso es! Vaya cambio. De abogado defensor a futuro acusado. -Miller volvió a sonreír.

– ¿Quién encontró los cuerpos?

– La encargada de la limpieza. Entra a trabajar sobre las cuatro de la mañana.

– Te ha pasado por la cabezota algún motivo?

– Venga -dijo Miller con una mirada de suspicacia-. Son las ocho de la mañana. Has venido hasta aquí desde el medio de la nada para escarbar en mi cabeza. ¿Qué pasa?

– No lo sé. -Frank se encogió de hombros-. Conocí al tipo durante el caso. Me quedé de piedra cuando vi su cara en las noticias del a mañana. No lo sé. Llámalo intuición.

Miller le miró con atención durante un instante y decidió no insistir.

– Por lo que parece, el motivo está claro. Walter Sullivan era el principal cliente del muerto. Este tipo, Graham, sin hablar con nadie de la firma, aparece y representa al chorizo acusado de matar a la esposa del tipo. Eso, obviamente, no le sentó bien a Lord. Según parece, los dos tuvieron una reunión en la casa de Lord. Quizás intentaron resolver las cosas, o quizá las empeoraron más.

– ¿Cómo te has enterado de todo esto?

– El socio gerente de la firma. -El detective abrió la libreta-. Daniel J. Kirksen. Me contó todos los dimes y diretes de la historia.

– ¿Y eso qué tiene que ver con que Graham entrara aquí para matarlos?

– No digo que fuera premeditado. Los horas que aparecen en las grabaciones muestran que el difunto llegó aquí varias horas antes de que apareciera Graham.

– ¿Entonces?

– Así que los dos no sabían que el otro estaba aquí, o quizá Graham vio la luz encendida en la oficina de Lord cuando pasaba por la calle. La oficina da a la calle, cualquiera hubiera podido ver si había alguien.

– Sí, excepto si el hombre y la mujer estaban follando. No tengo claro que quisieran mostrarse al resto de la ciudad. Seguramente tenían las persianas cerradas.

– Correcto, pero escucha, Lord no estaba muy en forma así que dudo que estuvieran follando todo el tiempo. La luz de la oficina estaba encendida cuando les encontraron y las persianas estaban subidas un poco. En cualquier caso, por accidente o no, los dos se encontraron. Resurge la discusión. Se calientan los ánimos, quizá se amenazan. Y entonces, bam. Un pronto. Quizá Lord sacó un arma. Pelean. Graham le quita la pipa al viejo. Dispara. La mujer lo ve todo, también recibe un balazo. Todo se acaba en segundos.

– Perdona que te lo diga, Craig, pero suena muy cogido de los pelos.

– ¿Ah, sí? Tenemos al tipo saliendo de aquí más blanco que una sábana. La cámara lo filmó de frente. Vi la película, ni gota de sangre en la cara del tipo, Seth, te lo juro.

– ¿Cómo es que no aparecieron los de seguridad?

– ¿Seguridad? -Miller soltó una carcajada-. Mierda. La mitad del tiempo esos tipos ni siquiera miran los monitores. Graban las cintas y tienes suerte si alguna vez las ven. En estos edificios de oficinas, la gente entra como Pancho por su casa, fuera del horario de trabajo.

– Entonces, quizás alguien lo hizo.

– No lo creas, Seth. -Miller sonrió mientras movía la cabeza-. Ese es tu problema. Buscas una respuesta difícil cuando tienes lo más obvio delante de las narices.

– Entonces, ¿cómo apareció el arma?

– Hay mucha gente que tiene armas en la oficina.

– ¿Mucha? ¿Cuánta, Craig?

– Te sorprenderías, Seth.

– ¡Quizá! -replicó Frank.

– ¿Qué mosca te ha picado con este asunto? -preguntó Miller curioso.

Frank no miró a su amigo. Observó la mesa.

– No lo sé. Ya te lo dije. Conozco al tipo. No tiene pinta de asesino. ¿Sus huellas estaban en el arma?

– Dos huellas perfectas. El pulgar y el índice derecho. Nunca había visto unas huellas tan claras.

Algo en las palabras de su amigo sacudió a Frank. Contemplaba la mesa. En la superficie pulida aparecía una marca de agua.

– Entonces, ¿dónde está el vaso?

– ¿El qué?

– El vaso que dejó esa marca. -Frank la señaló-. ¿Lo tienes tú?

– No he mirado en la cocina, si es eso lo que quieres saber. Ahora iremos.

Miller se volvió para firmar un informe. Frank aprovechó para mirar la mesa más de cerca. En el medio de la mesa había un pequeño cuadrado de polvo. Allí había habido algo. Cuadrado, de unos diez centímetros de ancho. El pisapapeles. Frank sonrió.

Seth Frank se marchó al cabo de unos minutos. El arma tenía impresas unas huellas perfectas. Demasiado perfectas. Frank también había visto el arma y el informe de la policía. Un arma del calibre 44, con los números de serie borrados, imposible de identificar. Como el arma encontrada junto al cadáver de Walter Sullivan.

El teniente se permitió una sonrisa. Había acertado en lo que había hecho, o mejor dicho en lo que no había hecho.

Jack Graham le había dicho la verdad. No había matado a nadie.

– ¿Sabes, Burton? Estoy un poco cansado de dedicar tanto tiempo y atención a este asunto. Por si lo has olvidado, te recuerdo que tengo que dirigir un país. -Richmond se sentó en una silla del despacho Oval delante de la chimenea. Mantenía los ojos cerrados y las manos unidas formando una pirámide. Antes de que Burton pudiera responder, el presidente añadió-: En lugar de tener el objeto a buen recaudo, sólo has conseguido darle más trabajo a los detectives de homicidios, y el abogado de Whitney sigue suelto por allí con una prueba que nos hundirá a todos. Me emociona tanta eficacia.

– Graham no irá a la policía a menos que le guste la comida de la cárcel y quiera tener a un gigantón peludo como novia durante el resto de su vida. -Burton miró al presidente inmóvil. Él se estaba jugando el culo para salvarlos a todos, y el muy cabrón se quedaba tranquilamente en la retaguardia. Y ahora encima criticaba. Como si al agente secreto le encantara haber visto a otras dos personas inocentes asesinadas.

– En eso te tengo que felicitar -señaló Richmond-. Demuestras buenos reflejos. Sin embargo, no creo que podamos fiarnos de ello como una solución a largo plazo. Si la policía arresta a Graham, él les entregará el abrecartas, si es que lo tiene.

– Pero he conseguido un poco más de tiempo.

El presidente se levantó para apoyar las manos en los hombros fuertes de Burton.

– Sé que aprovecharás ese tiempo para encontrar a Jack Graham y persuadirle de que emprender cualquier acción en contra de nuestros intereses resultará muy perjudicial para los suyos.

– ¿Quiere que se lo diga antes o después de volarle la cabeza?

– Eso lo dejo a tu juicio profesional. -Richmond sonrió antes de volver a su mesa.

Burton miró la espalda del presidente. Por un instante, Burton se imaginó disparando con su arma contra la nuca de Richmond. La mejor manera de acabar con este asunto ahora mismo. Si alguien se merecía un tiro, era este tipo.

– ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar?

– No, pero tengo una fuente bastante segura. -Burton no mencionó la llamada de Jack a Seth Frank a primera hora de la mañana. Tarde o temprano, acabaría por decírselo al detective. Y entonces Burton entraría en acción.

El agente inspiró con fuerza. No había mejor desafío que éste para los amantes de las situaciones peligrosas. Era como patear un penalty. ¿Metería la pelota entre los palos o la mandaría a las gradas?

Mientras salía del despacho, parte de él deseó que ocurriera esto último.

Seth Frank esperaba impaciente en su oficina, sin apartar la mirada del reloj. En el momento que el segundero pasaba las doce sonó el teléfono.

Jack estaba en una cabina. Dio gracias a Dios porque en el interior hiciera tanto frío como afuera. El grueso anorak que había comprado al salir del hotel encajaba a la perfección con la multitud. Sin embargo, no conseguía librarse de la sensación de que todo el mundo le miraba.

Frank atendió la llamada, y en el acto oyó el ruido de fondo.