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Miró la hora. El taxi le había dejado delante del hotel hacía un cuarto de hora. Era un lugar común, un hotel donde se alojaba el turismo barato que recorría la ciudad para conocer unos cuantos monumentos históricos antes de regresar a casa. Estaba apartado del centro, cosa que agradecía.

Jack contempló la caja y decidió que ya había esperado demasiado. La abrió y un segundo después miraba el objeto metido en una bolsa de plástico.

¿Un cuchillo? Lo miró con más atención. No, era un abrecartas de modelo antiguo. Sostuvo la bolsa por las puntas y examinó el objeto centímetro a centímetro. No era un especialista forense y por lo tanto no se dio cuenta de que las manchas negras en la empuñaduray la hoja eran sangre muy seca. Tampoco advirtió las huellas digitales en el cuero.

Dejó la bolsa con mucho cuidado y se reclinó en la silla. Esto tenía algo que ver con el asesinato de la mujer. Estaba seguro. Pero ¿qué? La miró otra vez. Sin duda era una prueba muy importante. No era el arma asesina; a Christine Sullivan la habían muerto a tiros. Sin embargo, para Luther había tenido un valor fundamental.

Jack se irguió en la silla. ¡Porque identificaba al asesino de Christine Sullivan! Cogió la bolsa y la sostuvo a la luz para escudriñarla a fondo. Ahora las vio, como una espiral de hilos negros. Huellas. El objeto tenía las huellas dactilares de la persona que lo había utilizado. Jack continuó con el examen. Sangre. También en la empuñadura. No podía ser otra cosa. ¿Qué le había dicho Frank? Hizo un esfuerzo por recordar. Sullivan había apuñalado al atacante. En el brazo o en la pierna con un abrecartas, el mismo de la foto del dormitorio. Al menos ésta era una de las teorías que el detective había compartido con Jack. El objeto que tenía en la mano parecía sustentar esa teoría.

Guardó la bolsa en la caja y la ocultó debajo de la cama.

Se acercó a la ventana para mirar al exterior. Arreciaba el viento. La ventana vibraba y hacía ruidos.

Si Luther se lo hubiese dicho, si hubiese confiado en él. Pero estaba asustado por Kate. ¿Cómo habían convencido a Luther de que Kate estaba en peligro?

Hizo memoria. Luther no había recibido nada mientras estuvo en el calabozo de la comisaría. Jack estaba seguro. Entonces, ¿cómo? ¿Alguien se había acercado a Luther y le había dicho tranquilamente: habla y tu hija morirá? ¿Cómo habían averiguado que tenía una hija? Los dos no habían compartido una habitación en años.

Jack se tendió en la cama y cerró los ojos. No, estaba equivocado. Había habido un momento en que aquello hubiera sido posible. El día que arrestaron a Luther. Aquella había sido la única vez que padre e hija habían estado juntos. ¿Era posible que, sin decir una palabra, alguien le transmitiera el mensaje a Luther, sólo con la mirada, y nada más? Jack había tenido casos en que los testigos tenían miedo de declarar. Nadie les había dicho nada. Era únicamente una amenaza tácita. Un terror silencioso, no tenía nada de nuevo.

Entonces, ¿quién había estado allí y fue capaz de hacerlo? ¿Transmitir un mensaje que había hecho cerrar la boca a Luther como si se la hubiesen cosido? Pero las únicas personas presentes, por lo que Jack sabía, eran polis. A menos que fuera la persona que había disparado contra Luther. Si era él, ¿por qué se había quedado? ¿Cómo había podido esa persona entrar en el lugar, acercarse a Luther, y transmitirle el mensaje con la mirada, sin que nadie se diera cuenta?

Jack abrió los ojos.

A no ser que esa persona fuera un poli. El pensamiento inmediatamente posterior fue como un puñetazo en el pecho.

Seth Frank.

Lo descartó en el acto. No había ningún motivo. Por mucho que le diera vueltas, no podía imaginar al detective y a Christine Sullivan metidos en una aventura amorosa, porque ese era realmente el motivo. El amante de Sullivan la había matado y Luther lo había visto todo. No podía ser Seth Frank porque contaba con el hombre para salir de esta situación. Pero ¿qué pasaría si mañana Jack le entregaba a Frank el objeto que había estado buscando con tanta desesperación? Se le cae, abandona la habitación, Luther sale de la caja fuerte, lo recoge y escapa. Era posible. El lugar estaba tan limpio que sólo lo podía haber hecho un profesional. Un profesional. Un detective de homicidios con experiencia, que sabía cómo limpiar la escena del crimen.

Jack sacudió la cabeza. ¡No! ¡Maldita sea, no! Tenía que creer en algo, en alguien. Tenía que ser otra cosa. Otra persona. Ahora estaba cansado. Comenzaba a desvariar. Seth Frank no era un asesino.

Volvió a cerrar los ojos. Por ahora estaba a salvo. Al cabo de unos minutos se hundió en un sueño intranquilo.

El frío de la mañana era tonificante. La tormenta de la noche había barrido el aire viciado y húmedo.

Jack estaba despierto; había dormido vestido y las prendas lo evidenciaban. Se lavó la cara en el baño, se peinó un poco, apagó la luz y regresó al dormitorio. Se sentó en la cama y miró la hora. Frank no tardaría mucho en llegar a su oficina. Sacó la caja de debajo de la cama, la dejó a su lado. Tenía la sensación de estar sentado junto a una bomba de relojería.

Encendió el pequeño televisor de color que había en un rincón. Emitían el primer informativo de la mañana. La rubia vivaracha, sin duda con la ayuda de grandes cantidades de cafeína mientras esperaba su oportunidad en la hora de máxima audiencia, resumía los titulares.

Jack esperaba ver la letanía habitual de las crisis mundiales. Oriente Medio merecía un minuto cada mañana. Quizás un nuevo terremoto en el sur de California. La disputa del presidente con el congreso.

Pero hoy sólo había una noticia. Jack prestó toda su atención cuando apareció en la pantalla un lugar que conocía muy bien.

Patton, Shaw amp; Lord. El vestíbulo de PS amp;L. ¿Qué decía la mujer?¿Gente muerta? ¿Sandy Lord asesinado? ¿Muerto a tiros en su despacho? Jack cruzó la habitación de un salto y subió el volumen. Vio atónito cómo sacaban dos camillas del edificio. Un foto de Lord apareció en la esquina superior derecha de la pantalla. Ofrecieron un rápido resumen de su brillante carrera. Pero estaba muerto. Alguien le había asesinado en su oficina.

Jack volvió a sentarse en la cama. ¿Sandy había estado allí anoche? ¿Quién era la otra persona? ¿La que habían sacado cubierta conuna sábana? No lo sabía. No podía saberlo. Pero creía saber lo que había pasado. El hombre que le perseguía, el hombre con la pistola. Vaya a saber cómo, Lord se había tropezado con él. Ellos iban a por Jack y Lord se había cruzado en el camino.

Apagó el televisor, fue hasta el baño y se lavó la cara con agua fría. Le temblaban las manos, tenía la garganta seca. Todo lo ocurrido le resultaba inverosímil. Demasiado inesperado. No era culpa suya, pero se sentía culpable por la muerte de su socio. Culpable, como Kate. Era una emoción aplastante.

Cogió el teléfono y marcó el número.

Seth Frank llevaba en la oficina casi una hora. Un amigo en la sección de homicidios de la capital le había comunicado todo lo que sabían del doble asesinato en la firma de abogados. Frank no sabía si estaban relacionados con Sullivan. Pero había un denominador común. Un denominador común que le había provocado un dolor de cabeza tremendo, y apenas eran las siete de la mañana.

Sonó el teléfono directo. Atendió la llamada y en su rostro apareció una expresión incrédula.

– Jack, ¿dónde diablos está?

Había una dureza en el tono del detective que Jack no esperaba oír.

– Buenos días a usted también.

– Jack, ¿sabe lo que ha pasado?

– Acabo de verlo en la televisión. Yo estuve allí anoche, Seth. Me perseguían; no sé cómo pero Sandy debió cruzarse en su camino y ellos le mataron.

– ¿Quiénes? ¿Quiénes le mataron?

– ¡No lo sé! Yo estaba en la oficina, oí un ruido. Después un tipo armado con una pistola me persiguió por todo el edificio y tuve suerte de salir de allí con la cabeza intacta. ¿La policía tiene alguna pista?

Frank inspiró con fuerza. La historia sonaba fantástica. Creía en Jack, confiaba en él. Pero, ¿quién podía poner la mano en el fuego por nadie en estos tiempos?

– ¿Seth? ¿Seth?

Frank se mordió las uñas mientras pensaba a toda máquina. Según lo que hiciera a continuación podrían ocurrir dos cosas muy distintas. Por un momento pensó en Kate Whitney. En la trampa que le había tendido a ella y al padre. Todavía no lo había olvidado. Era un poli, pero también era un ser humano. Confiaba en que aún le quedara algo de decencia.

– Jack, la policía tiene una pista. De hecho, una pista muy buena. -De acuerdo. ¿Cuál es?

– Es usted, Jack -respondió Frank, tras una pausa-. Usted es la pista. El tipo que la policía de todo el distrito está buscando en este mismo momento por toda la ciudad.

A Jack se le cayó el auricular de la mano. Le pareció que la sangre no le circulaba por las venas.

– ¿Jack? Jack, maldita sea, hábleme. -Las palabras del detectiveno se registraron en la mente del abogado.

Jack miró a través de la ventana. Afuera había personas que querían matarle y otras que querían arrestarlo por asesinato.

– ¡Jack!

– Yo no maté a nadie, Seth -contestó por fin con un esfuerzo. Las palabras sonaron como si se derramaran por un desagüe, a punto de ser arrastradas.

Frank escuchó lo que deseaba escuchar con desesperación. No eran las palabras -la gente culpable siempre mentía- sino el tono con que fueron dichas. Desaliento, incredulidad, horror, una mezcla muy explosiva.

– Le creo, Jack -dijo Frank, en voz baja.

– ¿Qué demonios está pasando, Seth?

– Por lo que me han dicho, los polis le tienen grabado en una cinta entrando en el garaje a medianoche. Al parecer, Lord y una amiga ya se encontraban en el edificio.

– No los vi.

– No estoy muy seguro de que tuviera que verles. -Frank sacudió la cabeza y continuó-: Al parecer, les encontraron semidesnudos, sobre todo la mujer. Supongo que acababan de hacer lo que les había llevado allí.

– ¡Vaya!

– También aparece en el vídeo cuando sale del garaje después delos asesinatos.

– ¿Qué hay del arma? ¿Encontraron el arma?

– Sí. En un contenedor de basura en el garaje. -¿Y?

– Sus huellas estaban en el arma, Jack. Eran las únicas que había. Después de verle en el vídeo, los polis de Washington buscaron sus huellas en el archivo de abogados del estado de Virginia. Vieron que eran las mismas.