Capítulo 28
– ¿Nunca has tenido ganas de matar a alguien? ¿Sólo por puro placer?
Bobby se quedó mirando a Rowan con sus ojos azules y fríos.
Rowan estaba atada a una silla en el comedor y Bobby se había sentado en la cabecera. Estaba bebiendo whisky y le apuntaba con una pistola.
Rowan había perdido la batalla.
Él se había anticipado a la posibilidad de que lo atacara y estaba preparado. Rowan no había podido asestarle ni un solo golpe. Él había arremetido contra ella y la había reducido.
Su estado mental era demasiado emocional, demasiado débil.
No cometería el mismo error la próxima vez. Si es que había una próxima vez.
– ¿Y bien? -indagó él, haciendo girar el hielo en el vaso de whisky, con un gesto muy parecido al de su padre años antes.
– Lo he visto -dijo ella.
– ¿A quién?
– A Papá.
Bobby la miró con expresión de asco y desprecio.
– ¡Pobre debilucho! No podía soportar la idea de que la puta estuviera finalmente muerta. Era un encoñado. No era para nada el hombre que yo veía en él.
Rowan se esforzó en controlar sus expresiones. No podía dejar que Bobby la torturara emocionalmente si esperaba derrotarlo.
Sentada ahí, en la elegante sala del comedor, con su mesa muy lustrosa y casi nunca usada, con el lunático de su hermano, tenía la sensación de algo irreal. Se recordó que Bobby no era un lunático. Era un asesino que mataba a sangre fría, que planeaba crímenes enfermos y horrendos y los ejecutaba con precisión.
Además, era su hermano. Los habían concebido los mismos padres, se habían criado en la misma casa. Los dos habían sido testigos del maltrato sufrido por su madre, pero Bobby lo disfrutaba. Se deleitaba con ello. Ella lo aborrecía.
¿Acaso había nacido malo? ¿O era que había asistido a los extremos cambios de ánimo de su padre y lo había acusado? ¿Acaso tenía un gen torcido que se volvía demoníaco en cuanto era testigo del maltrato? ¿O eran las circunstancias de su primera formación que lo habían convertido a él en un asesino y a ella en una agente de la ley?
Se recordó que ésa ya no era su condición. Pero, si en algo podía remediarlo, el festín de matanzas de Bobby llegaría a su fin, esa noche.
– Papá me habló -dijo Rowan.
– ¿Papá? Y una mierda -rió Bobby, sacudiendo la cabeza.
– Me llamó Beth.
– Ha perdido la puta chaveta. Yo también fui a verlo. Cabrón imbécil. Perdió la cabeza, la perdió hace veintitrés años. Podría haber alegado desequilibrio temporal. Haber apostado por un jurado sensiblero que se lo habría tragado. Pero está jodidamente loco.
– Tú no lo estás -dijo Rowan.
– Y razón llevas, ya lo creo que no -dijo, y dio un golpe en la mesa con el vaso-. Creo que me mientes. El gilipollas no ha dicho ni una palabra.
Rowan nunca olvidaría lo que había dicho su padre al confundirla con su madre. Bobby volvió a verte con él. Te dije que no te acercaras a él, pero tú no obedeciste.
– Tú le dijiste que viste a Mamá con otro hombre. Y no era la primera vez.
Él arrugó el ceño y miró con cara de cabreado.
– No sé cómo sabes eso, pero no fue él quien te lo dijo. Estaba más loco que una cabra cuando yo lo vi.
– Cuando lo viste, le dijiste que ya me podía dar por muerta.
– Y así será, muy pronto. -Ahora Bobby parecía más que cabreado. En sus ojos azules asomó una oscuridad violenta. Rowan se preguntó si no habría torturado a su padre para que hablara y si había fracasado. El hecho de que su padre le hubiera hablado a ella seguramente lo irritaba.
– Sí -dijo Rowan, al cabo de un momento.
– ¿Sí? -Bobby entrecerró los ojos-. ¿Qué coño significa eso?
– Me has preguntado si alguna vez he querido matar a alguien por puro placer. Sí. -Rowan le lanzó una mirada de odio, intentando controlar sus emociones. Quería gritar y desatar su rabia y destrozar aquellas ataduras, pero sabía que eso era lo que él quería-. Me daría un placer enorme matarte a ti, cabrón de mierda.
Él se acercó, la golpeó en la cara y la hizo caer. Ella se debatió, atada a la silla. El sabor cobrizo de su propia sangre llegó hasta su boca y Rowan tragó, a punto de ahogarse.
Bobby rió.
– Qué mierda. Siempre fuiste una mierda de cría. Pero me tenías miedo. Yo lo sabía. Y me tienes miedo ahora. Lo veo. Y morirás. -Desde arriba, la miró con un brillo vengativo en sus fríos ojos azules-. Pero me suplicarás piedad antes de que acabe contigo. -Le dio una patada y salió.
Rowan cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Le dolía. Pero no era nada grave. Tenía que aflojar la cuerda, huir cuando menos se lo esperara. Pero no tenía intención alguna de huir.
No antes de haberlo matado.
Habría querido conocer su plan. Bobby había pensado que simplemente la usaría como punching ball . Literalmente golpearla hasta la muerte. Ella no se quebraría. La habían entrenado para aguantar la tortura. Para sustraerse mentalmente, obligarse a pensar en algo que no fuera la situación.
Pero Bobby quería doblegarla. Había empezado por enviarle la corona funeraria, las coletas, los lirios. Tenía toda la intención de matarla, pero antes deseaba verla asustada. Ver sus lágrimas. Se había preparado mentalmente para lo peor.
No tenía ni idea.
Bobby volvió, la desató de la silla, la levantó en vilo y la llevó, en parte a rastras, hasta el salón. La lanzó sobre el sofá y luego la enderezó para que se sentara lo más recto posible. Rowan sentía que las cuerdas de sus muñecas se aflojaban. Justo lo suficiente para darle la esperanza de que podía manipular las ataduras y liberarse.
– Ésta es tu vida, Lily, puta. -Se sentó en una silla reclinable y encendió el televisor con el mando a distancia.
Era uno de esos televisores de pantalla grande, de unas cincuenta pulgadas. Cuando la pantalla se encendió, Rowan vio ante sí una foto de matrimonio.
Eran sus padres.
– Robert MacIntosh se casó con Elizabeth Pierson el primero de junio -dijo Bobby, con voz cantarina, burlona-. Típica boda de primavera de una pareja aburrida. Él tenía un futuro, podría haber viajado y hecho cosas en su vida, pero la perra lo mantuvo atado al hogar con un montón de críos.
Bobby la miró.
– Deberíais haber muerto todos. Seis jodidos críos. ¿En qué estarían pensando? Aquella casa era un jodido zoo. Si yo no os mantenía a raya, jamás se podía tener un poco de paz y tranquilidad. -Hizo una pausa, y en sus ojos asomó un destello cuando miró a Rowan con un dejo de odio-. Pero yo sé por qué. Lo hizo para que Papá se quedara con ella. Cada vez que él pensaba en dejar a la muy puta, ella se quedaba embarazada.
Rowan tuvo cuidado de no mostrar su reacción. No dejaría que las palabras de Bobby le afectaran. Miró a sus padres en la pantalla. El pelo oscuro y los ojos azules brillantes de su padre. La piel blanca y el pelo rubio de su madre.
Era como verse a sí misma.
Parecían felices. Al menos cuando acababan de casarse. Se les veía en la mirada, en cómo su padre sonreía, radiante, a su madre, en la media sonrisa de su madre, captada para toda una eternidad.
¿Qué había sucedido? ¿Su padre había comenzado a golpear a su madre después de casarse? ¿Después de tener hijos? ¿Cuándo había comenzado el maltrato, y por qué su madre se quedó tanto tiempo a su lado?
– ¿Sabías que la muy puta estaba preñada cuando se casaron? -dijo Bobby, y su voz escupió un veneno que a Rowan le provocó un estremecimiento involuntario-. Se quedó preñada, lo engañó para casarse. Yo nací en noviembre. Junio, noviembre. Hmm. Toda esa hipocresía. A la iglesia los domingos, nada de palabrotas, nada de diversión. Pero ellos sí habían hecho de las suyas. A ellos les parecía bien, ¿no?
Rowan no creía que la hipocresía tuviera que ver con la iglesia o con las palabrotas. Tenía que ver con la relación de sus padres. Con el hecho de que su padre golpeara a su madre y ella lo tolerara. Y luego aceptara sus disculpas. Tenía que ver con que ellos iban a la iglesia en familia y fingían que eran normales.
Eran cualquier cosa menos normales.
Rowan no se había dado cuenta de que la imagen estaba congelada hasta que Bobby pulsó «play» y apareció la foto de un bebé. Bobby volvió a «pausa».
– Yo -dijo, con una mezcla de desprecio y orgullo-. El único MacIntosh que merecía nacer. La muy puta debería haberse ligado las trompas, pero no, no podía mantener a Papá atrapado si no se quedaba preñada.
El bebé era muy guapo. Calvo, increíbles ojos azules. Redondo y regordete. Bobby aparecía sentado en una silla de bebé frente a un árbol de Navidad, y tendría un mes. Podría haber sido el bebé de una publicidad para una marca de potitos.
Bobby. ¿Cómo era posible que un pequeño bebé inocente se convirtiera en un monstruo? Rowan cerró los ojos.
– ¡Abre los ojos!
Sintió un latigazo en la cara. Aquel dolor inesperado y agudo hizo que en sus ojos asomaran lágrimas, pero se las tragó. Le lanzó una dura mirada a Bobby y vio que tenía un látigo en la mano.
– No vuelvas a cerrarlos. No te gustaría saber lo que haré si los cierras.
– Puedes torturarme, pero no me romperás -dijo ella, con los dientes apretados, enfurecida.
– Ya lo veremos -respondió él, sonriendo.
Volvió a mostrar el vídeo. Al cabo de un minuto, la foto del bebé cambió a otra de Bobby con Melanie y Rachel. Un retrato hecho en el centro comercial. Bobby tenía tres o cuatro años, Melanie, un año menos, y Rachel era aún un bebé.
Eran tres bebés maravillosos. Bobby con su pelo rubio, Mel y Rachel, de pelo oscuro, como su padre. Niños pequeños y felices.
Bobby no tenía aspecto de niño cruel. Pero ¿acaso era capaz un niño de cuatro años de saber que, de mayor, mataría a sus hermanas? ¿Qué mataría a seres humanos inocentes en la ejecución de su torcida venganza?
Bobby no hacía pausas entre las fotos. Varias instantáneas de los tres MacIntosh mayores pasaron por la pantalla. En una fiesta de cumpleaños. En Navidad y Semana Santa, vestidos con su mejor ropa de domingo. Jugando en el jardín, en el parque, jugando a tomar el té en el jardín trasero.
Rowan buscaba la mirada de Bobby para saber dónde estaba el punto de inflexión, cuándo había dejado de ser un niño feliz y se había convertido en un bruto peligroso que aterrorizaba a sus hermanos menores.
Y de pronto lo vio. No en Bobby, pero sí en Melanie y en Rachel.
Todavía eran pequeñas, unos seis y cuatro años, y Rowan vio que su expresión cambiaba. La de Bobby, no. Él parecía el mismo de siempre. Pero, en una foto, Rachel lo miraba y se adivinaba su miedo. La foto había captado su sentimiento para la eternidad. En otra, Mel abrazaba a Rachel. Podría haber sido una dulce escena de dos hermanitas abrazándose, pero Rowan se percató de la rabia en los ojos de Mel y de las lágrimas en los de Rachel.