Capítulo 27
Adam soñaba.
Conducía el camión de Barry. Se detenía en el puesto de flores y el hombre adinerado ya estaba ahí. Pero ahora lo veía como en la foto. La foto que le había enseñado John. Pelo rubio, ojos azules. Pero no eran unos ojos agradables. Eran fríos. Azules y fríos.
– Te gustan los lirios.
Adam negó con la cabeza.
– No, no. Detesta los lirios. La última vez rompió el jarrón.
– Confía en mí.
– No. Yo quiero comprar rosas. Rosas blancas.
Y eso hacía. Pero en el momento de ir a aparcar en la entrada de la casa de Rowan, ya no conducía el camión de Barry y ya no tenía rosas blancas.
Estaba en el coche de Rowan y tenía lirios. Los escondió detrás de la espalda para que ella no los viera.
– No puedo creer que nunca hayas visto una puesta de sol en el mar -decía Rowan, mientras abría la puerta. Adam la siguió hasta el balcón y, al principio, estaba un poco asustado. El mar parecía condenadamente grande. Él no sabía nadar.
– ¿Quieres unas galletas?
Él decía que sí con una sonrisa y Rowan volvía al interior.
Adam miraba el océano, temeroso y, a la vez, asombrado ante aquella inmensidad. Jamás había visto algo así. Lo había visto en las películas, desde luego, pero nada parecido a eso. Estaba sentado en la cima del mundo, y aquello le daba una sensación de poder.
Algo lo encandiló, como un destello. Se volvió hacia la dirección de donde venía. La casa vecina a la de Rowan. Miró hacía la ventana de la segunda planta, y las cortinas se agitaron.
Y entonces lo vio. El hombre adinerado.
Rowan pasó varios minutos hecha un ovillo en un rincón antes de recuperar la compostura. El impacto sufrido tras ver a la abuela muerta empezaba a disiparse, y ahora sintió la magnitud de la locura enfermiza de los crímenes de Bobby.
Alguien tenía que luchar por las víctimas.
¿A cuántos inocentes había matado Bobby, sólo porque quería atormentarla a ella? ¿Sólo porque ella era la única superviviente?
– Te mataré, Bobby MacIntosh -dijo en voz alta, y su único testigo era la mujer muerta.
Buscó cualquier cosa que pudiera usar como arma. Cualquier cosa. Pero no había nada. Bobby había dejado la habitación vacía. Ni siquiera quedaba gel de ducha en el cuarto de baño, ni una hoja de afeitar en la ranura entre dos tablas, ni un colgador de alambre en el armario. Nada.
Tendría que depender de su propia fuerza y de su entrenamiento. Se situó detrás de la puerta y pegó el oído. Esperó.
John descargó un puñetazo en la mesa de la sala de reuniones del FBI. Era pasada la medianoche y no tenían ni una sola pista.
Un loco se había apoderado de Rowan y estaba en alguna parte, pero John no tenía ni idea de por dónde comenzar a investigar. Era como si hubieran desaparecido de la faz de la tierra.
Peter O'Brien estaba sentado ante una mesa, en actitud discreta y silenciosa. John casi había olvidado que estaba en la sala hasta que lo oyó hablar.
– Rowan es fuerte. No se dará por vencida.
– La ha estado atormentando. Enviándole pruebas de sus crímenes. Recuerdos -dijo, con voz amarga.
– Pero ella no se vino abajo. -Peter hizo una pausa-. Hace cuatro años, cuando dejó el FBI, pensaba que se estaba volviendo loca, como nuestro padre, y que la soledad era la única manera de conservar la cordura. Intenté explicarle que ella era más fuerte de lo que creía, y que reconocer que necesitaba estar un tiempo lejos era una prueba de que estaba más sana que mucha gente. -Peter sacudió la cabeza-. Rowan no me entendió.
John le lanzó una mirada.
– Creo que ahora lo entiende. Pero MacIntosh es un asesino violento. Inteligente. Listo. -Se hundió en una silla y se inclinó hacia delante con gesto de impotencia. Se dio con la cabeza en la superficie pulida de la mesa de reuniones, intentando ver dónde había fallado.
– Debería haberla llevado conmigo -dijo John-. Tendría que haber sabido que no se quedaría quieta.
– A Rowan no le gusta que otros libren sus batallas en su lugar -aseveró Peter, con un gesto de asentimiento-. Pero no duda a la hora de librar las batallas de otros.
John se echó hacia atrás en la silla y lo miró.
– ¿Qué sabía en ese momento? ¿Sabía que su hermano era tan retorcido?
Peter frunció el ceño y cerró los ojos.
– Bobby sentía verdadero placer atormentando a las mujeres de la casa. Y a mí también, pero sobre todo a las chicas. A nuestra madre la llamaba puta. La acusaba de acostarse con los vecinos, con el jefe de Papá, con cualquiera. Ella se ponía a llorar, pero nunca le daba un correctivo. Nunca lo castigaba. Probablemente no podía…
»Mi madre nos quería, pero adoraba a nuestro padre -continuó Peter, y guardó silencio-. Papá le pegaba. Yo sólo lo vi un par de veces, pero fui testigo de las consecuencias en muchas ocasiones. Siempre estaba muy arrepentido después de pegarle, y ella nunca hablaba de ello.
»Sin embargo, una vez oí a Bobby gritar a Papá y decirle que dejara de pedir perdón. Le dijo que ella se lo merecía. Papá le pegó, y Bobby se fue por unos días. Aunque mi madre estaba preocupada por él, fue como si la casa hubiera quedado despejada de una nube negra. Todos respirábamos más tranquilos. Pero luego volvió. Y todo fue a peor.
Peter abrió los ojos y miró a John.
– He tenido que dar consejos a mujeres que sufren maltrato. Les he explicado que el hecho de que su marido sea el jefe del hogar no les da derecho a hacerles daño. He ayudado a muchas mujeres a dejar a sus maridos y buscar ayuda. Detesto romper una familia, pero sé que si esas mujeres no se van, podrían acabar como mi madre. Muertas. Y huérfanos sus hijos inocentes. O peor. Cuando se van, lo hacen por sus hijos. No por ellas mismas. Por algún motivo, en lo más profundo, creen que ellas se merecen el maltrato. O que su marido cambiará. O creen que el arrepentimiento de su marido es sincero.
»Durante todos los años y con todas las familias a las que he apoyado, muchas en situaciones de maltrato, sólo un marido se ha arrepentido y ha superado su violencia -dijo Peter, suspirando, con voz cansada-. Las estadísticas no son muy halagüeñas.
– ¿Cómo lo hace? ¿Cómo se enfrenta a esas mujeres sin recordar lo que le sucedió a su familia?
– Recordar lo que le sucedió a nuestra familia me da estímulos. Es lo que impulsa a Rowan, aunque ella oculte sus sentimientos. Yo estoy dolido y tengo rabia, pero puedo ayudar a otras familias a escapar de la violencia. Rowan está dolida y tiene rabia, y decidió luchar por las familias que no consiguen escapar. Por las víctimas. La diferencia es que ella nunca supo por qué hacía lo que hacía. Cuando vio a aquella familia en Tennessee, se sintió abrumada por la dura realidad de su propia vida, y abandonó. Para sobrevivir.
John reflexionó sobre todo lo que había dicho Peter. Tenía una manera misteriosa de dilucidar las cosas tal como eran. Entendía a Rowan, sus motivaciones y sus conflictos. Sin embargo, Rowan mantenía a su hermano a distancia. ¿Por qué? ¿Porque Peter le recordaba el pasado? ¿O porque éste la conocía demasiado bien?
Estaba a punto de preguntarle con qué frecuencia hablaban, cuando sonó el teléfono. Lo cogió al instante.
– Flynn.
Silencio en la línea.
– ¿Rowan? -preguntó John, y dio un salto en su silla, esperanzado.
– N…no -dijo una voz apagada-. Soy… soy Adam.
– ¿Adam? -John volvió a hundirse en la silla-. ¿Ocurre algo?
– Me diste tu número. ¿No te importa que llame?
– Desde luego que no. Me puedes llamar cuando quieras. ¿Estás bien? ¿Hay algún problema?
– Me he acordado de algo.
John se puso tenso y alerta.
– ¿Qué? ¿Qué has recordado?
– Te dije que el hombre del puesto de flores tenía algo familiar, ¿recuerdas?
– Sí.
– He tenido un sueño que se repite. Una y otra vez. Pero yo no sabía por qué. Hasta esta noche. Verás, he pensado durante días en la primera vez que Rowan me llevó a su casa. Vimos la puesta de sol juntos. Yo nunca había visto una puesta de sol, y ella…
– Adam -interrumpió John, intentando que su voz no delatara su frustración-, dónde has visto a ese hombre.
Adam calló, y John temió haberlo asustado.
– Por favor, Adam -pidió, obligándose a mantener la calma-. Esto es muy importante. ¿Dónde has visto a ese hombre?
– En la ventana. En la ventana de la casa vecina a la de Rowan.