La detención de Bobby.
El sospechoso del homicidio múltiple escapó por una ventana de la segunda planta y fue perseguido hasta la esquina de Crestline Drive y Bridgeview Court, donde fue detenido sin mayores incidentes. Se le leyeron sus derechos y el sospechoso solicitó un abogado.
Su descripción era clínica. Robert William MacIntosh Junior, 18 años. Pelo rubio, ojos azules, un metro ochenta y cinco, 77 kilos. No hay marcas distintivas. No hay tatuajes. No hay piercings .
Bobby parecía simpático, pero ella sabía la verdad. Siempre había sabido que era malvado. Gracias a Dios que había muerto.
Sin embargo, Bobby la había perseguido desde la tumba. En sus pesadillas. En la elección de su carrera, en su decisión de ingresar en el FBI y luego abandonarlo. Controlaba su vida desde el comienzo, más ahora que estaba muerto de lo que jamás pudo en vida. ¿Cómo es que no lo había visto antes? ¿Cómo podía haber vivido tanto tiempo bajo su sombra perversa sin darse cuenta del control que Bobby seguía ejerciendo sobre ella?
Ahora lo sabía. Y le pondría fin de una vez por todas.
Giró la página.
– ¿Estás bien, Ro? -preguntó Quinn, con voz queda, y puso un vaso de agua delante de ella.
Asintió y aceptó, agradecida, el agua. Tomó un trago, y el líquido frío le calmó la garganta irritada. Quinn permanecía de pie detrás de ella como un soldado. Ella sentía su mirada clavada en la espalda. Oía también el clic-clic-clic de Tess en el teclado. Pausa. Clic-clic-clic. Si no fuera tan rítmico, sería desagradable.
Giró otra página.
Fotos.
Dejó el vaso, temiendo que su mano temblorosa derramara el agua sobre la carpeta. La cocina. Mamá no estaba, pero ella vio la crudeza de la imagen en blanco y negro, las paredes salpicadas de sangre, la silla por el suelo. Algunos artistas elegían el blanco y negro porque su impacto era más potente que el color. No había nada que se comparara con la sangre en tono gris oscuro. Uno esperaba que fuera de color rojo, y no se daba cuenta de que tenía tanta profundidad hasta que el color era lavado de la imagen.
Hojeó rápidamente las fotos. No podía mirar. Había venido a hacer eso, pero no podía. Quinn las cogió del montón y las colocó boca abajo, lejos de ella. Rowan se pasó la mano por la cara, y le sorprendió darse cuenta de que tenía las mejillas húmedas.
Tenía que concentrarse en los informes. Imaginar que no había estado en la escena. Sólo se trataba de una investigación más, los miembros de la familia eran extraños.
No sabía si sería capaz de terminar, pero tenía que hacerlo.
Volvió a coger las fotos y respiró hondo.
Se percató de que se había hecho el silencio en la sala. Quinn la observaba atentamente. Tess había dejado de trabajar y la miraba con el ceño fruncido. Maldita sea. Si las respuestas estaban ahí, en aquella maldita carpeta, ella tenía que encontrarlas.
Sonó el teléfono móvil de Quinn y él contestó.
– Peterson… De acuerdo, gracias por decírmelo -dijo, y apagó el móvil con gesto brusco.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Rowan, temiendo lo peor. No será otro cadáver.
– Colleen está con Adam y John en el garaje. Ahora suben.
Ella asintió y volvió a las carpetas. Las palabras eran borrosas. ¿Iba a desmayarse? No. Eran lágrimas . ¿Había conocido a esas personas cuando era una niña? ¿Estaban ahora de alguna manera en su vida?
Tenía que fingir, pensar que esa familia masacrada sin piedad no era la suya. Imaginar que eran extraños.
Eso es. Extraños que venían a molestarla en sus sueños.
Alzó la vista y vio que Tess seguía mirándola, con una expresión rara pintada en la cara. La puerta se abrió y Tess volvió a su trabajo en el ordenador. John entró en la sala con Adam, acompañándolo con una mano en el hombro. El chico parecía aterrado y miraba a John en busca de seguridad. Cuando vio a Rowan, retrocedió con un gesto visible y se acercó a John. Rowan se sintió pequeña y miserable. Había hecho daño a alguien que quería y ahora no sabía cómo repararlo. Tampoco sabía si era posible.
John le murmuró algo al oído y Adam se relajó un poco, pero evitó mirar a Rowan. John lo sentó ante otra mesa mirando hacia la pared.
– ¿Las fotos? -le preguntó a Quinn.
Rowan lanzó un suspiro de alivio cuando Quinn cogió la carpeta que tenía delante y se la entregó a John.
Éste la abrió, la repasó rápidamente y sacó las fotos.
– Adam, recuerda lo que te he dicho -dijo John, inclinándose sobre la mesa y mirando fijamente al chico asustado-. Yo estaré aquí. Sólo quiero que mires estas fotos y me digas si alguna vez has visto a alguna de estas personas. Recuerda, puede que no tengan el mismo aspecto, puede que ahora sean mayores.
– Sí, John -dijo Adam, con voz temblorosa.
Rowan intentó concentrarse en su tarea y dejó de mirar a John y a Adam.
Sentía el peso del corazón en el pecho. John miró las fotos con Adam, y la miró a ella. ¿Era tristeza lo que ella veía en sus ojos? John apretó la mandíbula y ella vio el pulso latiéndole en el cuello.
No, no era tristeza, sino rabia. No iba dirigida contra ella, pero la ponía incómoda. No quería que nadie, sobre todo John, luchara contra sus fantasmas. Pero, si no podía controlarse, no podría combatir a sus demonios, ni al demonio real que era el asesino ni a los demonios de sus pesadillas.
Volvió a concentrarse en el archivo.
La sala permaneció en silencio durante los próximos diez largos minutos. Adam fue el primero en hablar, con la cabeza gacha.
– Lo siento, lo siento. No está aquí. Lo juro, John, no está aquí. Lo recordaría, ¡estoy seguro, seguro! -dijo, alzando la voz, frustrado.
John apoyó la mano en el hombro de Adam.
– No te preocupes, Adam. -Miró a Quinn-. Peterson, ¿has conseguido aquella foto de la que te hablé?
– ¿O'Brien? Sí. -Se inclinó sobre la mesa donde estaba Rowan y le entregó a John una carpeta delgada.
Rowan levantó la cabeza como impulsada por un resorte y entrecerró los ojos.
– ¡Ya te he dicho que Peter no tiene nada que ver con esto!
– Collins lo ha comprobado, pero sólo quiero una segunda verificación.
Ella le dio la espalda y apretó los ojos hasta que le dolió.
Peter no tenía nada que ver con todo eso. Pero si ella no lo conociera tan bien, ¿acaso no pensaría también que había razones para sospechar de él?
– Tienes razón, John -murmuró, aunque reconocerlo le partiera el corazón. Peter, por favor, perdóname -. Tenemos que descartarlo.
John le llevó la carpeta a Adam.
– Adam, ¿reconoces a este hombre? -preguntó, y le enseñó una foto. Rowan no pudo resistir la tentación de ponerse de pie y mirar la foto con sus propios ojos.
Peter no se parecía en nada a ella, excepto, quizás, en los ojos. Tenía el pelo oscuro, como Dani. En la foto salía retratado sin el cuello que lo identificaba como cura, y vestía una camisa. ¿De dónde la había sacado Quinn? Parecía reciente.
Lo echaba de menos. Al ver la foto recordó que había apartado deliberadamente a su hermano de su vida. Él tenía la iglesia, su familia adoptiva, su propia vida. Ella era un recordatorio del pasado para él, como él lo era para ella. Pero Rowan todavía lo quería.
– ¿Adam? -dijo John.
Adam negó con la cabeza.
– Lo siento. Lo siento mucho, mucho, mucho. No es él.
Rowan se relajó. Sabía que no era Peter, pero no dejaba de sentir cierto alivio ante la afirmación de Adam.
– ¿Qué pasaría si tuviera el pelo rubio -preguntó John-. Como si lo llevara teñido. Recuerda que el hombre que viste llevaba gafas de sol.
Adam volvió a negar con la cabeza.
– No es él, estoy seguro. El hombre que yo vi en el puesto de las flores tenía la nariz torcida.
John miró a Quinn.
– ¿La nariz torcida? ¿Cómo si se la hubiera roto? ¿Cómo el agente Peterson, aquí?
Adam se giró para examinar a Quinn. Inclinó la cabeza a un lado, como si viera algo que nadie más en la sala veía. Rowan se puso tensa.
– Sí, como su nariz -dijo Adam, casi sorprendido por haber reconocido al menos un detalle-. No era recta, como ésta -dijo, señalando la foto-. Y el hombre que yo vi tenía el mentón más pronunciado.
– Estoy orgulloso de ti, Adam. Has recordado muchas cosas.
– Pero el que yo vi no es él -dijo, señalando la foto de Peter.
– No importa. ¿Qué diferencias ves entre esta foto y el hombre que viste?
Adam frunció el ceño, como si no entendiera.
– No lo sé.
Maldita sea, habían llegado tan lejos. Si tuvieran una foto del sospechoso, Rowan no dudaba de que Adam lo habría reconocido.
– ¿John? -llamó Tess, agotada-. John, Quinn, creo que he encontrado algo.
Los dos hombres se abalanzaron sobre su mesa.
– ¿Qué? -preguntó John.
– He hecho una búsqueda de Robert MacIntosh en la base de datos médica a la que Quinn me ha dado acceso. Mira esto.
Miraron en silencio.
– ¡Joder! -dijo John-. Rowan, ven aquí. -Era una orden, y Rowan obedeció. Pero sentía los pies pesados, como si arrastrara todo el cuerpo.
Miró la pantalla por encima del hombro de Tess. Al principio, no vio lo que había visto John. Cada una de las filas parecían entradas médicas sobre Robert William MacIntosh. Su padre. Todas las entradas provenían del hospital de Bellevue, en Boston. Excepto una, dos semanas después del asesinato. Múltiples heridas de arma de fuego. La fecha de alta era cuatro semanas más tarde, bajo custodia federal.
– Mi padre no fue herido de bala.
– Pero tu hermano, que también se llamaba Robert MacIntosh, sí, cuando intentó escapar.
– A Bobby lo mataron cuando intentaba escapar -dijo Rowan, negando con la cabeza.
– Según estos datos, no.
Rowan empezó a temblar descontroladamente. Bobby no podía estar vivo. Era imposible. ¿Cómo? ¿Dónde había estado todo ese tiempo? Roger se lo habría contado. ¿Acaso le había mentido todos esos años?
John se le acercó pero ella se apartó de él.
Roger tenía que haberlo sabido. Tenía que haber estado enterado de que Bobby estaba vivo. Y si Bobby estaba vivo era perfectamente capaz de haber matado a esas personas. Doreen Rodríguez. La pequeña Harper, la niña de la coleta.
Michael.
Cogió el montón de fotos de la mesa y las hojeó, descartando la mayoría, sin importarle las que caían al suelo.
Bobby.
Eligió la foto más nítida de Bobby que había en el montón. Estaba esposado, y lo sujetaba un poli mientras otro abría la puerta de un coche patrulla. Bobby tenía sangre en la ropa. La sangre de Mel y Rachel. Nadie podía apuñalar a un ser humano y salir indemne.