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Capítulo 16

John miraba por la ventana del salón mientras pensaba en Michael cuando la oyó gritar. No era un grito cualquiera. Era un grito preñado de terror y dolor. Desenfundó la pistola, subió la escalera de tres en tres e irrumpió en la habitación.

Rowan se retorcía en la cama, y sollozaba. John comprobó rápidamente que no había nadie más en la habitación. Cuando llegó a su lado, le dio una cachetada en la cara para sacarla de su pesadilla. Pero cuando abrió los ojos, vio que todavía estaba atrapada en el terror que había imaginado. Rowan lo miraba con los ojos muy abiertos. Temblaba tanto que le castañeteaban los dientes.

– ¡Estás muerto! ¡Estás muerto! -exclamó, y descargó los puños contra el pecho de John. Él la abrazó cuando vio que se derrumbaba.

Sus sollozos de angustia le partieron el corazón. Jamás había oído tanta agonía en una voz. Pero ella no permitió que él la abrazara mucho rato. Se compuso más rápidamente de lo que él esperaba y se apartó de él.

– Tengo que ducharme.

– ¿Qué ha pasado?

– Una pesadilla. -Rowan se deslizó fuera de su abrazo y desapareció en el cuarto de baño. Él oyó que corría el cerrojo.

Al cabo de quince minutos, bajó. Estaba recién duchada pero todavía estaba pálida y parecía agotada.

– Tienes que comer algo -dijo él, y la condujo hasta la cocina. Consiguió que comiera la mitad de un bocadillo y tomara un vaso de leche.

Acababan de sentarse con una taza de café recién hecho cuando Peterson llamó para informarle de que los archivos de Rowan estaban listos. A John le entraron dudas acerca de la conveniencia de aquella idea. Temía que Rowan estuviera al borde del abismo, y que aquello pudiera darle el empujón final.

Sin embargo, él tenía que encontrar al asesino de su hermano.

Cuando se desataba una batalla, debía prevalecer la justicia. Y asumir las consecuencias.

– Nadie te obliga a hacer esto -le dijo, media hora más tarde. Estaban en el parking subterráneo casi vacío del cuartel general del FBI en Los Ángeles. Los domingos no había demasiada actividad.

Ella se miró las manos y las sostuvo apretadas sobre la falda.

– Sí, tengo que hacerlo. Tú lo sabes y yo lo sé. -Habló con voz queda pero firme. Lo miró con ojos inexpresivos-. No te preocupes por mí.

Fue como si le hincaran un cuchillo en las entrañas. No te preocupes por mí. Rowan lo dijo como si sospechara que a él no le preocupaba. Y lo irónico era que cuando había dispuesto aquello, no le preocupaba. No le importaban las consecuencias que pudiera tener para ella.

Ahora sí le importaba.

Le cogió una mano.

– Rowan, todo saldrá bien. Una palabra tuya y te llevo de vuelta a casa.

– Tengo que mirar. Ojalá lo hubiera visto antes. Pero nunca… nunca pensé que estuviera relacionado con mi pasado. Mis casos, el caso de los Franklin, un admirador desequilibrado… pero, no… no mi familia. -Respiró hondo y reprimió un sollozo-. Si lo hubiera relacionado, quizá lo habríamos detenido antes…

Se quedó mirando las manos entrelazadas, pero no acabó la frase. Con la mano libre, le sostuvo el mentón y la obligó a mirarlo.

– No es culpa tuya. Tú lo abordaste racional y metódicamente. -Se inclinó hacia delante y le rozó los labios con un gesto suave-. No estás en esto sola.

Cuando se apartó, vio en su mirada el alcance de su sorpresa. Y luego Rowan volvió a activar las defensas, y de su cuerpo fibroso y alargado emanó sólo una tranquila frialdad. Retiró la mano lentamente.

– Acabemos con esto de una vez -dijo, y abrió la puerta.

Cuando entraron en la sala de reuniones, John se sorprendió al ver a Tess sentada ante una mesa en un rincón y tecleando a toda velocidad. Tenía el pelo corto lacio pero limpio. No llevaba maquillaje y su rostro irradiaba una férrea determinación.

Tess levantó la vista, se miraron a los ojos y lo saludó con una sonrisa desganada. Luego vio a Rowan y volvió de inmediato a su trabajo.

Tess necesitaba tiempo. Pero el tiempo no cura todas las heridas. Tenía la esperanza de que su hermana no tuviera que vivir con esa desgracia.

Quinn Peterson estaba sentado ante la larga mesa examinando los contenidos de un grueso archivador. Se incorporó cuando John cerró la puerta.

– Roger nos ha mandado por fax todo lo que no pudimos descargar de los archivos -dijo-. He mandado a mi colega a buscar al señor Williams.

Rowan se puso tensa.

– ¿A Adam? -Miró de Quinn a John, sin ocultar su indignación-. ¿Pensáis traer a Adam aquí?

– Puede que sea nuestra única esperanza de identificar a este tipo antes de que sea demasiado tarde -dijo John, con voz pausada.

Ella cerró los ojos con fuerza.

– Nunca se recuperará -dijo, y soltó un largo suspiro-. Pero tenéis razón -añadió, una vez disipada la indignación, o quizá sepultada. John no sabía cuál de las dos-. John, ¿podría pedirte un favor?

– Lo que quieras.

– ¿Podrías bajar a reunirte con el agente Thorne cuando llegue con Adam y explicarle lo que vamos a hacer? A Adam le darán un gran susto cuando lo vayan a buscar a casa y lo traigan aquí. -Le lanzó una mirada a Peterson-. Me lo podrías haber dicho. Habría hablado con él.

– No creo que hubiera hablado contigo -dijo John, y ella volvió su atención hacia él. Abrió los ojos exageradamente, no de rabia sino de sorpresa y algo más. ¿Decepción? ¿Dolor?-. Después del incidente con los lirios, creo que Adam se siente un poco intimidado.

Se sentía herida. En sus ojos encendidos, decididamente estaba ofendida. Ella asintió con la cabeza y se giró, pero él alcanzó a ver el brillo de una lágrima.

– Hablaré con él -le aseguró John, y abandonó la sala.

Rowan miró el grueso archivador lleno de carpetas. El corazón le latía tan sonoramente que pensó que Quinn y Tess lo oían con toda claridad. Tenía mucho miedo, pero no estaba dispuesta a reconocerlo. No en ese momento.

– Nunca lo supe -dijo Quinn, poniéndole una mano en el hombro. Ella se encogió de hombros, temiendo que si hablaba le temblaría la voz-. Miranda lo sabía, ¿no?

Rowan asintió en silencio y respiró hondo.

– La mayor parte. La primera semana que pasamos en la academia, Miranda, Olivia y yo nos contamos por qué queríamos ser agentes. Nos fuimos a beber margaritas, yo casi nunca bebo. -Esbozó un amago de sonrisa, recordando lo agradable que era encontrar a dos mujeres que la entendían-. Nunca había hablado de ello con nadie, ni siquiera con Roger. Él no quería tocar el tema, creo. Era una cuestión del pasado, y yo debía seguir adelante. Yo…, pues… tenía algunos problemas en aquella época.

– No me sorprende.

Ella ignoró su comentario con un gesto de la mano y se sentó a la mesa, sin mirar las carpetas que le esperaban. Tendría que revisarlas, pero necesitaba un minuto. Miró a Tess, que al parecer seguía ocupada en alguna tarea, aunque Rowan intuyó que tenía una oreja pegada a la conversación. ¿Qué importaba? La verdad acabaría saliendo a la luz de todos modos. Daba igual. Tampoco era posible que Tess la odiara más de lo que ya la odiaba.

– Miranda fue muy sincera con nosotras desde el primer día. Es una de las cosas que me gustan de ella.

Rowan alzó la vista para mirar a Quinn, que la observaba de brazos cruzados y con la mandíbula apretada, con sus ojos oscuros impenetrables. ¿Sentía algún tipo de remordimiento o rabia a propósito de lo que había pasado con Miranda en Quántico? Rowan habría querido preguntarle, pero él la habría acusado de desviarse del tema.

– En cualquier caso -siguió-, estábamos bebiendo y Miranda nos preguntó por qué estábamos allí. Salió así, sin más. -Rowan guardó silencio. Incluso después de haberle contado todo a John, resultaba difícil hablar de lo que había pasado esa noche.

– ¿Por qué querías ser agente? ¿Por influencia de Roger?

– En parte. Él me salvó la vida. No físicamente, sino psicológicamente. Me dio la capacidad de centrarme mentalmente. A Roger le importa mucho la justicia.

– A ti también.

– Sí, me importa. Pero él quiere castigar a los criminales, y yo quiero vengar a las víctimas -dijo, y calló. La diferencia era tan sutil que no sabía cómo explicarla.

– Nunca entendí cómo mi padre pudo matar a mi madre. A pesar del maltrato físico permanente, nunca pensé… quiero decir, creía de verdad que la amaba a su manera, aunque retorcida. Pero yo era sólo una niña, no entendía qué estaba ocurriendo. Ahora sé, después de años de clases de psicología y criminología, que la violencia doméstica no es amor. Pero tenía que intentar descubrir por qué mi padre perdió la razón. Cómo Bobby podía ser tan cruel. Si supiera por qué, sería una agente mejor preparada. Podía luchar mejor por las víctimas si entendía a sus agresores.

– ¿Encontraste las respuestas que buscabas?

– No. A todos los criminales que interrogaba les preguntaba por qué. Jamás me dieron una respuesta que yo entendiera.

– Quizá porque tú no eres una asesina.

No, no soy una asesina. Mi padre sí lo es. Mi hermano lo era. Yo no. Todavía no.

Se quedó mirando la carpeta, temiendo su contenido, sabiendo que las fotos y los informes le harían daño y le traerían recuerdos que había intentado sepultar. Ya no podía seguir huyendo. Tenía que hacerlo. Poner fin a aquella locura.

Abrió la carpeta.

Los documentos, que habían imprimido desde el ordenador o que Roger había mandado por fax, no guardaban ningún orden. La primera página era el informe original de la policía. Homicidio múltiple . Los datos correspondientes a las víctimas eran nombre, edad, lugar y aparente causa de la muerte.

Elizabeth Regina MacIntosh, 46, mujer blanca, encontrada en la cocina. Múltiples heridas de arma punzante, fallecida.

Melanie Regina MacIntosh, 17, mujer blanca, encontrada en la entrada de la casa. Apuñalada múltiples veces, fallecida.

Rachel Suzanne MacIntosh, 15, mujer blanca, encontrada en la entrada de la casa. Apuñalada múltiples veces, fallecida.

Danielle Anne MacIntosh, 4, mujer blanca, encontrada en la habitación de matrimonio. Recibió un disparo en el pecho de una pistola de 9 mm, fallecida.

Rowan respiró hondo. Volvía a sentirse como una niña. Vio el cuerpo inerte y ensangrentado de su madre. Vio morir a sus hermanas. Corrió con Peter y Dani hasta el armario.

Pero Bobby los perseguía.

Dio la vuelta a la página y encontró los papeles del proceso de su padre. Los había leído tantas veces en el pasado que se los sabía de memoria, así que dio la vuelta rápidamente a la página.