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Dani. Pero si…

Era todo una pesadilla , dijo Michael, saliendo de entre las sombras. Llevaba puesto un esmoquin. La mancha roja que se extendía por el pecho le llamó la atención.

Michael, te han disparado. ¿Era su voz? Es un sueño, se dijo. Nada de esto es real.

Es real, Lily. Dani la miró con sus grandes ojos azules. Rowan se agachó y estrechó a su hermana.

Dani, te quiero.

Tiró de una de las coletas, como solía hacer, pero ésta se desprendió y se le quedó en la mano. Ella miró el pelo que sostenía y luego lo dejó caer, como si le quemara. Miró a su hermana, reparó en la mancha oscura en su pijama azul, y en la pátina vidriosa de sus bellos ojos. Dani se desplomó en sus brazos, y la sangre fluyó entre los dedos de Rowan. Entonces gritó.

¡No grites! Te oirá.

Era de nuevo Michael. Michael estaba muerto y ahora le hablaba.

Te oirá.

Era Doreen Rodríguez, desde el sofá. O, más bien, su cabeza. El resto de su cuerpo estaba diseminado por la sala. Una mano amputada quiso agarrar a Rowan y ella corrió hasta el otro extremo de la sala con Dani en los brazos.

Lily, mi dulce Lily.

¿Mamá?

Mamá estaba en la cocina. La vio salir, cubierta de sangre. Lily, Lily, lo siento. Las lágrimas de Mamá eran de sangre.

Ay, Mamá. ¡Te añoro tanto!

Apretó a Dani contra su pecho, pero cuando volvió a mirar, ya no era Dani.

Era Tess.

¡No, no! Había matado a Tess. ¿A ella también? No podía ser. Él la había matado. Pero John nunca la perdonaría. Primero, Michael, luego Tess. ¿Quién más? ¿Quién más debía morir en su nombre?

¿Por qué, por qué, por qué? Cerró los ojos con fuerza.

Ahora caía y abrió los ojos. Estaba en su cama. En su propia cama, en la galería de su cabaña. No estaba sola. John estaba a su lado, y le tocaba los pechos, el vientre. Sus manos eran cálidas y ella dio un suspiro de alegría. Era su lugar en el mundo. Se acurrucó contra él, llena de una paz y una añoranza que nunca había sentido, un deseo profundo de estar cerca de alguien.

John.

John, que hacía el amor con ella. Lento, cálido, afectuoso. Era algo bello, no se parecía a nada que hubiera vivido antes. Él formaba parte de ella. Eran inseparables. Se necesitaban el uno al otro. Ella lo necesitaba. Lo necesitaba como nunca había necesitado a nadie.

Se giró para mirarlo a la cara, con movimientos lentos y torpes, como si estuviera bajo el agua, un agua espesa como la sangre.

¿John?

Estiró la mano para tocarlo. Cuando la retiró, estaba caliente y pegajosa. Húmeda. Se llevó los dedos a la cara. Sangre. La sangre de John.

Se incorporó y se quedó mirando la cama. John estaba ahí tendido, descuartizado. La cabeza le colgaba de las vértebras, le faltaba un brazo y el pecho era una carnicería de entrañas y músculos. Él la miraba, y sus ojos verde oscuro y vidriosos eran acusadores.

Es todo culpa tuya. Es todo culpa tuya.

De pronto, el corazón abierto le latió en el pecho y lanzó un chorro de sangre que la empapó. John se sentó y los intestinos se derramaron y empezaron a reptar hacia ella. Él la apuntó con el brazo extendido. Eres tú. Tú hiciste esto. Tú, Lily, eres tú.

Los intestinos treparon por sus piernas y ella gritó. Y no paró de gritar.